MAURICIO MESCHOULAM
‘No quiero que esta operación dure semanas, sino días”, dijo Obama cuando iniciaba la incursión aérea de la OTAN en Libia. Al final, esa intervención no duró ni días ni semanas, sino meses. Gaddafi fue derrotado, luego muerto.
Posteriormente, Libia quedó en manos de un gobierno democráticamente electo, sí, pero incapaz de ejercer el monopolio de la fuerza, de controlar a las milicias armadas y de poner orden sobre el tráfico de armas ocasionado por el arsenal que quedó a la deriva. Un día de septiembre el embajador de Estados Unidos en ese país fue asesinado. Libia no es sino un ejemplo de cuán poco comprendemos estos fenómenos de largo plazo que comienzan a suceder frente a nuestras narices y que quizás dado el vértigo con el que narramos y leemos las noticias, creemos culminados. Lejos de ello, esta historia no está sino empezando. Y cuando de Medio Oriente se trata, vale más que las decenas de países que en esa región se interesan, comprendan la peligrosa evolución que los eventos están teniendo allá.
Egipto, por ejemplo, es el tema de hoy. Pero lo es no porque la situación en aquel país hubiese dejado de estar en pleno desarrollo durante los últimos 30 meses, sino porque los focos mediáticos eligen temas para retratar, los atienden mientras duran y luego los dejan para buscar otros. El golpe de Estado de hace unos días recuerda a quienes estaban distraídos, que uno de los productos importantes de la primavera egipcia, más que el “derrocamiento de una dictadura”, fue la emergencia de un conflicto añejo entre dos poderosos actores: el antiguo régimen —que aunque golpeado, sobrevivió— y la Hermandad Musulmana. Al deponer a Morsi, el ejército vuelve a demostrar quién manda en ese país.
De entrada, esto coloca a Obama en una posición incómoda. Por una parte, el presidente estadounidense no puede respaldar de manera abierta un golpe de Estado. Pero por otro lado, el ejército egipcio es un aliado estratégico apoyado financieramente por Washington desde hace décadas, y es pieza fundamental para sostener una mínima parte del orden que EU necesita en la región. Para Israel el asunto no es muy distinto. Aunque en este tipo de temas Tel Aviv normalmente se mantiene en silencio, es sabido que Morsi no era precisamente su mejor amigo. El problema es que en estos momentos nadie puede predecir con certeza lo que viene en el país del Nilo. El riesgo de una espiral ascendente de violencia, en un entorno económico muy complicado, permanecerá latente. Peligros como la radicalización de algunos actores, el incremento de operaciones de grupos islámicos militantes que ya operan en el norte de África, en medio del tráfico extendido de armas procedentes de Libia, hoy tienen preocupados no sólo a Estados Unidos y a Israel.
Es por ello que países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos o Kuwait, inmediatamente después de reconocer al nuevo gobierno egipcio, le ofrecen millones en apoyo financiero. Y de paso, al hacerlo, asestan un importante golpe a Qatar, un poder emergente con intereses y capacidad económica crecientes, que ha estado financiando a distintas organizaciones islamistas en estos últimos años, incluida la Hermandad Musulmana.
Dejando el norte de África y cruzando unos kilómetros al noreste está Siria, otro país en donde las protestas del 2011 prendieron como en pocos. Hoy casi nadie habla de esas protestas, sino de la complicada e internacionalizada guerra civil y su consecuente tragedia humanitaria.
Fuente:elmundodecordoba.com
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