CARMEN RENGEL
Ilan Halevi se definía a sí mismo como “un judío palestino con pasaporte francés”. Era todo eso a un tiempo: un hijo de Israel sefardí, yemenita, por herencia; un palestino que conoció el dolor de su pueblo y, por decisión propia, abrazó su causa hasta alcanzar elevados cargos en la Organización para la Liberación de Palestina liderada por Yasser Arafat, de quien fue asesor; un galo nacido bajo la ocupación nazi, comprometido radicalmente con los valores de la república. Halevi, ex viceministro de Exteriores palestino, representante de la OLP en la Internacional Socialista, negociador con Israel, portavoz en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por parte de Palestina, murió el 10 de julio en Clichy (Francia). Sufría problemas cardíacos, agravados con diabetes. Tenía 69 años.
Nació en 1943 en Lyon, en la oficina de correos que la resistencia antifascista empleaba como sede. Sus padres, judíos, extranjeros que hablaban inglés, se refugiaron allá. El bebé fue pesado en una balanza de explosivos. Heterodoxo desde la cuna. Soportó insultos en el colegio por su apariencia, piel tostada, pelo ensortijado, que lo llevaron junto a “los negros y antillanos”. “Sin tribu particular que defender, se sintió atraído por la afirmación de la identidad de los oprimidos”, escribe su amiga, la socióloga Nicol Lapierre.
Muerto su padre, tomó el apellido de su padrastro, Albert, pero ni esa etiqueta afrancesada le quitó el estigma. Viajó a Detroit (Estados Unidos), donde tenía familia, y siendo un adolescente se alojó en Harlem. Su pasión intensa por el jazz, nacida en los cafés parisinos de los primeros 60, le abrió las puertas con los afroamericanos. Allí parió su única novela, The crossing, -tiene una decena de ensayos y poemarios-, y perfeccionó su técnica al piano y la batería.
Regresó a París con el alma inquieta por África, que se desperezaba. Logró que Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir le pagaran el billete a Angola, donde se unió al movimiento de liberación. Luego se alistó en Mali. Comenzó a frecuentar Argelia, donde hacía de traductor, y allí, en 1964, su vida viró hacia Palestina. Escuchó a sus profesores árabes. Se hizo preguntas. “Entonces yo quise estudiar la realidad de Israel”, diría en una entrevista. Retomó su apellido judío pero acabó por unirse a Fatah, el partido de Arafat, tras la Guerra de 1967 y en los 70 ya era diplomático en París para la OLP.
La defensa de un Estado laico y democrático fue clave para que se sumara a un grupo que la comunidad internacional catalogaba de terrorista. “Se desilusionó mucho al ver el ostracismo de su comunidad, el poder de los judíos europeos en Israel”, declara Uri Avnery, ex diputado y líder pacifista, amigo. Intentó abrir vías diferentes en el corazón de Israel con Matzpen, organización antisionista. Michel Warschawski, presidente del Centro de Información Alternativa de Jerusalén, recuerda de entonces el “enorme talento” de Halevi, “su dialéctica y persuasión”. “Lo mejor de la vieja izquierda”, concluye.
Abdullah Abdullah, comisionado adjunto de Fatah para Asuntos Internacionales, reconoce la “excepcionalidad” de Halevi pero insiste en que “nunca hubo dudas” de su compromiso con la causa. Abdullah trabaja ahora en un homenaje en su memoria, “que quiere reunir a gentes de los dos lados”.
En Israel, donde ha habido contadas reseñas de su muerte, ha hablado el portavoz del Gobierno en tiempos de Issac Rabin, Uri Dromi. “Cruzó todas las líneas y eso es inaceptable”. En 2002, cuando vivía en Ramala, el Ejército israelí voló la entrada de su casa en la Operación Muro Defensivo.
Halevi participó en los Acuerdos de Paz de Madrid (1991), primeros entre israelíes y palestinos, y en los de Oslo (1993), e impulsó el Ministerio de Exteriores, por lo que la Autoridad Nacional Palestina le otorgó su máxima distinción.
“Sacrificó hasta a su familia por desafiar la rigidez de la identidad. La muerte de su hijo mayor [Laurent] le dejó unos inconsolables últimos años”, añade Lapierre.
La política no le hizo olvidar la cultura. En 1981 creó en Francia la Revista de Estudios de Palestina y fue colaborador en el diario Libération. En Mali fue reportero de radio, dirigiendo un programa para africanos en la diáspora.
Halevi fallece cuando las revueltas del mundo árabe eclipsan la causa palestina y cuando el proceso de reconocimiento de su Estado aún carece de lo básico: unas fronteras. “Pero el sueño no muere con él. Hay que retomarlo y pelear”, concluye Abdullah.
Fuente:elpais.com
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