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viernes 22 de noviembre de 2024

El Altalena: el fin de la rebelión y el comienzo del Estado

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ELI COHEN

Generalmente, casi todo lo escrito sobre la creación del Estado de Israel, historiadores postsionistas como Illan Pappé o Benny Morris aparte, es épica y heroísmo. En palabras de Josep Plá, “fue uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia”. No obstante, toda epopeya implica un drama, y la lucha por el establecimiento de un Hogar Nacional judío en Palestina estuvo plagada de tragedias y odiseas. Una de las menos conocidas y estudiadas es el bombardeo del barco Altalena por parte de las recién nacidas Fuerzas de Defensa de Israel.

Los antecedentes

Los judíos no lograron fundar un país sin presentar batalla ni organizar su defensa. Desde principios del siglo XX, la llegada masiva de judíos a Palestina propició la formación del embrión del ejército de Israel, la Haganá, que como ya vimos fue también la milicia del establishment judío. Pero, pese a que todos iban en el mismo barco –símil trágicamente cómico para el artículo que nos ocupa- las opiniones divergentes sobre cómo plantear la lucha por la consecución del sueño sionista, sobre la forma política del eventual Estado, sobre las relaciones con los ingleses o la actitud con los vecinos árabes, desencadenaron en una escisión en el seno de la Haganá en 1931 que daría paso al Irgún (abreviatura de Irgun Tzvai Leumí beEretz Israel, Organización Militar Nacional en la Tierra de Israel).

Los integrantes del Irgún no comulgaban con las políticas del Yishuv y de la Agencia Judía, de quienes la Haganá era su brazo armado, y tras la matanza de Hebrón de 1929, en la que una muchedumbre de árabes encolerizados e instigados por el Gran Muftí de Jerusalén asesinó a 67 judíos, culparon a la política de autocontención de la Haganá de la tragedia y decidieron que había que comenzar una lucha armada, encubierta pero total, contra árabes e ingleses.

En este sentido, el comandante en jefe del Irgún en marzo de 1938, David Raziel, declaró:

Sólo con las acciones de la Haganá nunca veremos una verdadera victoria. Si el objetivo de la guerra es doblegar la voluntad del enemigo – y esto no puede lograrse sin destruir su espíritu – claramente no podemos conformarnos únicamente con operaciones defensivas…

Pero es con la llegada de Menahem Beguin en 1943 cuando el Irgún da un giro aún más agresivo en su política de violencia. En febrero de 1944, a un año del final de la Segunda Guerra Mundial, Beguin y sus hombres inician “la Rebelión” contra el Mandato Británico. Así, el Irgún ataca y hostiga los centros de mando, oficinas, destacamentos, estaciones de radio y demás sedes británicas. El mismo Beguin escribió sobre “la Rebelión” que:

La historia y la experiencia nos enseñaron que si éramos capaces de destruir el prestigio de los británicos en Palestina, el régimen se rompería. Una vez que encontramos el punto débil del Gobierno, no dejamos escapar eso.

La popularidad del Irgún creció durante el Yom Kippur de 1944. Ante la petición de los árabes de que los judíos no pudieran hacer sonar el cuerno sagrado (el shofar) en el Muro de las Lamentaciones, el Mandato Británico prohibió el uso de dicho instrumento en las inmediaciones del Monte del Templo. Sin embargo, en la víspera de Yom Kippur, el Irgún llenó Jerusalén de carteles advirtiendo a los policías ingleses que no se acercaran al Muro durante el día más sagrado del judaísmo. Así ocurrió y los judíos pudieron orar en el Muro de las Lamentaciones y tocar el shofar sin ser detenidos.

El cénit de la carrera violenta del Irgún se alcanzó el 22 de julio de 1946, cuando volaron el ala sur del hotel King David, sede del cuartel general del Ejército británico, ataque en el que murieron 91 personas, 17 de ellas judías. El libro Days of Fire, escrito por uno de los escuderos de Begin, Samuel Katz, narra que el Irgún dio tres avisos de bomba que fueron desestimados por los ingleses.

Por entonces, judíos prominentes de la Diáspora, como Albert Einstein o el mismísimo Winston Churchill, consideraban a Beguin y a los suyos terroristas. Ciertamente, de suceder hoy, nadie, ni siquiera yo mismo, habría dudado en calificar las tácticas del Irgún de terroristas.

¡Guerra!

El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU aprueba el Plan de Partición para Palestina por el que se crearían dos Estados -uno árabe y otro judío-, y Jerusalén permanecería como ciudad internacional. Los árabes rechazaron la votación de la ONU e iniciaron una guerra de guerrillas contra las ciudades y comunidades judías mientras los ingleses se dedicaron a retirar gradualmente sus fuerzas y su personal administrativo. Esta guerra de guerrillas favoreció la integración del Irgún en las Fuerzas de Defensa de Israel paulatinamente, ante la necesidad de prepararse para una contienda aún mayor.

Seis meses más tarde, el mismo día que Allan Cunningham, Alto Comisionado de Su Majestad, arrió la bandera británica del puerto de Haifa dando fin al Mandato Británico en Palestina, ocho ejércitos árabes (Siria, Egipto, Transjordania, Líbano, Yemen, Irak, Arabia Saudí y el Ejército Árabe de Liberación, una tropa formada por unos 6.000 voluntarios procedentes de Turquía, Yugoslavia, y Alemania, así como por desertores británicos) atacan al recién nacido Estado, negando tanto la existencia del Estado judío de Israel, como del Estado árabe de Palestina.

No ya sólo por ciencia política (la unidad del ejército es una de las características fundamentales del Estado moderno), sino por pura necesidad –el leit motiv principal que ha hecho a los israelíes luchar y prosperar desde 1948- el Irgún debía integrarse por completo en la Haganá. Sus unidades, pues, se incorporaron a filas junto a la Haganá, formando el Ejército de Israel; pero, en palabras de Ben Gurión, eran un ejército dentro de otro ejército. El 26 de mayo el Gobierno provisional dictó una ordenanza por la cual se creaban las Fuerzas de Defensa de Israel y se prohibía el establecimiento o mantenimiento de cualquier otro ejército. El 1 de junio, Beguin firmaba un acuerdo para que el Irgún se integrara por completo en el Ejército israelí. A pesar de ello, un batallón del Irgún seguía luchando de manera independiente en la Batalla de Jerusalén.

En este contexto, Beguin negocia con, ahora sí, el alto mando del Ejército de Israel. Quiere que en Israel haya un solo ejército, nuestro ejército, pero sugiere que el Irgún tiene una misión especial fuera de las fronteras delimitadas por la ONU. Beguin sabía que cuando el Estado de Israel se declarara, el Irgún desaparecería, de lo contrario habría provocado una guerra civil en un Estado aún no nacido. Además, sería una guerra contra Ben Gurión que no podría ganar.

Judíos disparando contra judíos

Aun así, una vez declarada la Independencia de Israel el 14 de mayo de 1948 y comenzada la contienda contra los árabes, Begin y los hombres del Irgún en París fletaron un barco, el Altalena, lleno de armas y voluntarios para luchar en la guerra. Una mercancía y un personal valiosísimo para el Ejército de Israel.

Begin quería un 20% del armamento para el batallón del Irgún que luchaba en Jerusalén, y el negociador del Ejército israelí, Israel Galili, era el responsable de transmitirle los enfados de Ben Gurión, que insistía en que sólo había un ejército y no había nada más que hablar –Ben Gurión siempre se negaba a reunirse o hablar directamente con Beguin-. Según leemos en la biografía de Beguin Ganar o Morir, de Ned Temko, Galili acordó con el líder del Irgún que el lugar donde descargarían el armamento sería Kfar Vitkin, un pequeño poblado a unos 43 kilómetros de Tel Aviv, e incluso ofreció hombres para ayudar. Sin embargo, mientras el Altalena estaba en las costas de Creta, a un día de navegación de las costas israelíes, Ben Gurión reúne a su Gabinete y advierte que, si no le paran los pies a Begin, Israel tendrá dos ejércitos y, en consecuencia, una guerra civil.

Ya en la madrugada del día 20, Beguin sabe que el Ejército no acepta sus condiciones y arenga a sus seguidores en la playa de Kfar Vitkin. Posteriormente, va en lancha a recibir al Altalena que había anclado en la costa. Los combatientes voluntarios lloraban, vitoreaban y abrazaban al comandante que había conseguido burlar a todo un imperio. Comenzaron a descargar el armamento en la playa cuando Beguin recibió un ultimátum del Ejército. Ante la negativa del oficial israelí a negociar con él, deciden cargar todo de vuelta en el Altalena y dirigirse hacia Tel Aviv. Durante ese lapso, Beguin destituyó a Amijai Paglin, el jefe de operaciones del Irgún hasta ese entonces. Aseguró a Paglin que el Ejército no tenía malas intenciones y éste argumentó que debían ir con el barco a Gaza o El Arish y tomar alguna posición árabe, incluso insinuó acabar con la vida de Ben Gurión.

El nuevo jefe de operaciones in situ, Yaakov Meridor, a bordo del Altalena junto a Beguin, le muestra sus miedos ante la actitud del Ejército de hacerse con el cargamento del barco o hundirlo. Beguin, confiado, responde:

¡Los judíos no disparan contra los judíos!

La dramática transición hacia un Estado

Una vez se avistó el barco desde la costa de Tel Aviv, y tras ser rodeado por dos lanchas de la joven Marina israelí, Beguin tomó el altavoz y gritó a las tropas que esperaban en la playa:

¡No disparéis! ¡Este cargamento es para todos! ¡Venimos a luchar juntos!

Pero Ben Gurión no quería negociar, quería que Beguin se rindiera. La artillería disparó desde la costa al barco. Yigal Allon, el militar a cargo de las tropas en la costa diría luego que fueron disparos de advertencia que alcanzaron el casco del barco por error, y el capitán americano del Altalena, Monroe Fein, ordenó responder. Beguin gritaba en la borda que se detuvieran, pero nadie le hacía caso. No es difícil imaginarse, en medio de la confusión, rodeado de gritos y cañonazos, al bajito, gruñón y carismático líder abatido, viendo como su carrera de combatiente por la liberación judía terminaba en un enfrentamiento fratricida.

Cuando el barco empezaba a hundirse, Fein ordenó la evacuación. Beguin se negó a abandonar el barco hasta que el último herido lo hiciera. Finalmente, llegó a la orilla junto a su colega Meridor. Ambos observaron como el Altalena era engullido por las aguas en las costas de Tel Aviv. Murieron 17 combatientes del Irgún y 3 militares del ejército israelí.

Ponerse en la piel de los militares israelíes que hundieron el barco no es tarea fácil. En el Altalena viajaban judíos voluntarios para luchar codo con codo por la supervivencia de Israel, muchos de ellos supervivientes del Holocausto. Yosef Aksen recibió la orden de cañonear al barco y se negó en redondo: “Prefiero ser ejecutado por insubordinación y aun así sería lo mejor que he hecho en mi vida”. Voluntarios de la unidad Mahal -compuesta por voluntarios procedentes sobre todo de EE UU, muchos de ellos no judíos- se negaron también a actuar. Según el relato de uno de ellos, Gordon Levett, uno de los voluntarios, dijo: “Podéis besarme un pie, no he venido hasta aquí para disparar contra judíos”.

Nadie, ni siquiera el mismo Beguin, esperaba que el Ejército abriera fuego. No sabemos qué pensó Ben Gurión en aquellos momentos. Sí sabemos que le dijo al Gabinete que no correría riesgos a la hora de evitar una guerra civil. Y lo hizo, la evitó y los integrantes del Irgún no tuvieron más remedio que integrarse. El hundimiento del Altalena fue la trágica transición a un Estado llevada a cabo por Israel. Una decisión difícil y dramática que resultó ser acertada.

Beguin, aún empapado, se dirigió a la nación por radio durante dos horas. Lloró, gritó y llamó de todo a Ben Gurión, pero dijo que el Irgún jamás respondería cuando el enemigo estaba a las puertas. Fue el fin de la carrera de Beguin como combatiente. Empezó su carrera política, transformando lo que quedaba del Irgún en un partido político, Herut (Libertad), lo que hoy es el Likud de Benjamín Netanyahu. Tuvo que esperar casi treinta años haciendo una férrea oposición a Ben Gurión en el Parlamento hasta conseguir ser primer ministro y además el primer mandatario israelí en llegar a la paz estable con un país árabe.

En vísperas de la Guerra de los Seis Días, Ben Gurión estaba completamente retirado en su residencia de Sde Boker, en el desierto del Neguev. Una delegación de parlamentarios, encabezada por el mismo Begin, fue a pedirle que volviera a ocupar la silla del poder. Después del encuentro, Ben Gurión escribiría en su diario:

Si hubiera conocido a Begin como le conozco ahora, la historia habría sido diferente.

Fuente:pilarrahola.com

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