León Krauze, convicción y periodismo

Enlace Judío México|”Platicamos con el periodista León Krauze, previo a su etapa como conductor del noticiero Univisión en Los Ángeles, California, en donde recientemente entrevistó al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. La cita fue en su oficina, donde un escritorio lleno de papeles y decenas de libros nos dieron la bienvenida para entrar en el mundo de este “león mediático”, que nos recibió con playera, jeans y tenis, en una charla donde Krauze ventila su sentir como periodista y sus convicciones personales.

THE POINT: ¿Cómo es que León Krauze, hijo de uno de los historiadores más notables de nuestro país se convierte en comunicador?
LEON KRAUZE: “La verdad es que desde chico tuve una inquietud por comunicar muy marcada. Dicen que uno puede saber mucho de las personas por los juegos que preferían en la infancia, y a mí me gustaba mucho grabar conversaciones, hacer crónicas con una grabadora muy grande que tenía mi padre. Ahí están grabadas todavía mis conversaciones con mi hermano cuando éramos niños, con mis primos, mis tíos. Mi familia y no nada más mis padres, es una familia que gira en torno del arte de la conversación, y creo que eso también me formó. Si a eso le sumas como tercer ingrediente un hambre constante de conocimiento, tienes básicamente la receta de cómo se forjaron mi carácter e inquietudes profesionales. Mi primer amor es sin duda alguna la palabra escrita, pero la expresión oral siempre me ha fascinado, y llevo casi la mitad de mi vida haciendo radio”.

TP: ¿Cuáles fueron tus inicios en los medios de comunicación?
LK: “Fue por el año de 1995 –a mis 20 años-, gracias a mi querido amigo Heriberto Murrieta. Le ofrecieron un programa de deportes por radio, y en ese tiempo yo era periodista deportivo así que me invitó a colaborar. Debuté en Radio Fórmula, en un programa que se llamaba “Deportes y toros”, desde ahí de alguna u otra manera no he parado de hacer radio”.

TP: ¿Cómo transcurrió tu niñez? Me imagino que la casa de tu padre era visitada por diferentes personajes de la cultura.
LK: “Aunque mi casa no era un centro de reunión sí puedo decir que tuve el privilegio de crecer junto a personas muy notables, como Octavio Paz, Alejandro Rossi, Guillermo Sheridan, Fabián Bradú, Teodoro González de León, pero no nada más eran ellos. La magia de crecer en una casa como en la que yo viví es que la convivencia no era nada más con estas figuras vivas, sino también con las que están en los estantes, en los libreros, que eran tan importantes como las conversaciones que pude escuchar de viva voz”.

UN LEÓN MEDIÁTICO
TP: Te tocó el lanzamiento de la revista “Letras Libres” que dirige tu padre Enrique Krauze, ¿cómo fue trabajar con él?
LK: “Fue una experiencia muy agradable, agradezco mucho cada momento de ese ciclo que duró siete años. Creo que los dos crecimos mucho, aprendí lo indecible de mi padre y quiero pensar que él también aprendió ciertas cosas de mí. Pero también qué bueno que terminó, que cada quien se fue por su lado, me parece que fue lo mejor”.

TP: En Letras Libres llevabas la parte digital, me imagino que eso te sirvió para comprender la complejidad que tienen los medios electrónicos, como Internet, Twitter…
LK: “La realidad es que lanzamos el sitio de Internet cuando apenas el medio estaba comenzando. Hacíamos pláticas en línea con escritores, y era complicado contar en ese momento con una herramienta que fuera lo suficientemente versátil para que la conversación fluyera. Desde que tengo memoria cada vez que estoy en un medio de comunicación, siempre he querido hacer cosas tomando en cuenta la posibilidad de interacción, porque sin ella casi desde un punto de vista académico, la comunicación no cierra. Fue una experiencia maravillosa que me dejó una cantidad enorme de enseñanzas y aprendizaje, el cual trato de aplicar todos los días en mis labores cotidianas. Por ejemplo, tengo abierto todo el día mi tweetdeck y estoy viendo lo que la gente me dice acerca de un texto que escribí o una entrevista que hice, o del programa en radio o televisión”.

TP: ¿En algún momento te llegó a pesar ser “el hijo de…”?

LK: “Siempre contesto a esa pregunta con lo siguiente: las personas que me han cerrado la puerta, y me la seguirán cerrando por ser hijo de quien soy, son puertas que no me hubiera gustado abrir, porque alguien que te bloquea por algo así no representa un lugar al que quieras ir. Sin embargo, las puertas que me abrió el apellido que no fueron pocas, sobre todo en un principio, me gusta pensar que solamente implicaron el acceso a un lugar, y que mi permanencia y crecimiento no han dependido de eso; uno puede entrar a un empleo por recomendación, pero quedarse y prosperar no. Agradezco las puertas se abrieron, pero también a las personas que me las cerraron, porque me ayudaron a darme cuenta que no quería estar en ese sitio. Me gusta pensar que he desarrollado mi propio estilo y personalidad, que por eso he ganado el lugar que tengo”.

TP: ¿Cuál es tu mayor preocupación como comunicador?
LK: “Siempre han sido los jóvenes y lo sigo teniendo como prioridad central. Me parece que en este México donde existe una generación que nos ha fallado, que la solución debe de estar en los jóvenes preuniversitarios, universitarios y post-universitarios, en la generación de los 20 a los 36. Creo que son la respuesta y uno tiene que trabajar para ellos; eso implica un reto muy grande porque actualmente los jóvenes creen en pocas cosas, tienen poca paciencia, reciben muchos estímulos, no precisamente de riqueza cultural o informativa. Por lo tanto, si tu prioridad son los jóvenes también debe serlo la posibilidad de educar. Siento que mi trabajo no es nada más informar, sino hasta cierto punto formar, y lo digo con la mayor humildad, sin sentir que tengo la verdad en nada. Simplemente poner en la mesa ciertas cosas y dar un contexto suficiente para que los radioescuchas y televidentes puedan tener una opinión formada. Ese es el reto, tratar de colaborar en algún sentido para crear una concepción mucho más sana de la sociedad mexicana”.

TP: ¿Te pega en el hígado cuándo das tantas notas malas de México, se te llena como dicen “el buche de piedritas”?
LK: “Muchísimo, me cuesta trabajo desprenderme del lado emotivo de las noticias, será que estoy genéticamente impedido para el cinismo. Puedes dejar que la noticia te pegue, pero no estando al aire, cuando traes la pluma en la mano o frente a las cámaras. A mí me pasó en Sonora, cuando fui con los padres de la guardería ABC, se me salieron las lágrimas durante varios momentos, pero cuando es momento de hablar en la radio tienes que mantener una compostura y una disciplina muy clara, como Walter Conkrite y Eduard Murrow, grandes comunicadores que son un ejemplo, Zabludovsky también, aquella famosa transmisión del 85 no es histórica por casualidad. Tienes que mantener esa distancia al momento de informar, pero también debes tener la capacidad de decir ‘oye momento, esto me conmueve’. Justamente ayer daba la nota de los asesinados en Juárez, decía yo: ‘¿qué tiene que pasar por la cabeza de una persona para matar a sangre fría a una mujer embarazada, su esposo, mientras en el asiento de atrás está una niñita de tres años?’ Como éste hay muchos ejemplos, pero este me sacudió particularmente, y lo dije tal cual porque creo que valía la pena decirlo así”.

UN LEÓN DE PIEL DURA

TP: Al ser humano generalmente le pesa más la cabeza que los pies, ¿a qué lugar es al que siempre regresas cuando llega a pasarte esto?
LK: “A mí no se me sube nunca. Honestamente la soberbia no me enferma, creo que eso le pasa a la gente que no ha tenido derrotas personales, y yo he tenido muchas y muy duras. Cuando algo me pesa siempre termino en mi familia, tengo muy buenos amigos, pero mi círculo social es sobre todo mi familia, es lo que mejor y más me regenera. Inmediatamente después de eso tres cosas: la lectura, la cocina y el futbol, el cual me divierte y me ilusiona”.

TP: Hablaste de derrotas personales, ¿puedes hablar de alguna derrota personal o profesional?
LK: “Sé lo que es perder un espacio en un medio de comunicación, y además perderlo de mala manera, sé lo que se siente tener enemigos que durante años traten de boicotearte. Perdí mucho y muy temprano en la vida, entonces eso representó dolores muy fuertes, profesionales y personales, pero sobretodo significó aprendizaje. En ambos lados he tenido derrotas suficientemente grandes como para que me hayan inoculado del virus de la soberbia, y también para saber cuáles son las cosas importantes, y cuáles no lo son. Me falta mucho por aprender, soy un hombre joven, tengo 38 años, pero sí me queda claro que lo que he aprendido ya lo aprendí”.

TP: ¿En este país donde la política es a veces un muladar, a qué se le puede tener fe?
LK: “Es una pregunta muy difícil; creo que en el trabajo de uno mismo. Tristemente estamos metidos es un círculo donde hemos perdido la confianza en el gobierno a todos los niveles, entonces te queda tu trabajo. Me acuerdo que mi padre, cuando yo era más chico y perdía la Selección, me decía: ‘que te sirva para que te des cuenta que el único que te puede dar felicidad eres tú, con tu esfuerzo’. No puedes poner en manos de once jugadores a los que puedes admirar, tu felicidad, puedes depositar tu humor temporal, pero no más allá. Es lo mismo con el gobierno, el gobierno somos todos; uno piensa: voy a echar mi chicle en la calle porque atrás hay una persona que va a limpiarlo, pero no, si no lo recoges se volverá una montaña de chicles. En este México yo sólo tengo confianza en mí, en mi trabajo y en el de mi gente, que en el fondo es mi trabajo. Creo que si uno tuviera confianza, fe y esfuerzo todo se iría sumando, habría una mejor sociedad”.

TP: ¿Cómo es tu rutina diaria?
LK: “Es agotadora; empieza con una lata de sardinas bien preparada por mi mujer, como a las 7:30. A partir de ese momento mi vida se rige por medias horas hasta las 10:30 de la noche, son jornadas muy intensas con una vida social reducida a cero. Trato de hacer ejercicio tres veces a la semana, y estar el tiempo que me queda libre que es muy poco, con mi familia. Me gusta llegar a casa y encontrar a mi mujer, poder platicar un rato con ella, compartir una copa de vino, y comenzar el trajín de nuevo”.

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