JACOBO ZABLUDOVSKY
Enlace Judío México|Me convertí en visita frecuente de Carlos Castro Balda y la Madre Conchita.
“Estoy enferma de la espina por los malos tratos de la prisión. Cuando nos iban a linchar en el jurado, me dieron de patadas y me quebraron una pierna y me falsearon tres vértebras de la espina, y me operaron ya una, pero las otras dos no me las han podido operar y traigo un corsé de fierro, y así vivo muy tranquila y muy contenta”.
—Señora. ¿Es usted inocente o culpable de la muerte de Obregón?
—Con toda conciencia, creo que delante de Dios no tengo ninguna responsabilidad, más que el deseo que tuve siempre de que hubiera libertad de la Iglesia, de la fe, y de la expresión y de todo en México, Si eso es culpabilidad, si la tengo, porque siempre tuve el deseo que hubiera libertad.
—Sin embargo, fue declarada culpable.
—A mí me sentenciaron como autora intelectual. Decían que yo era jefe de una banda, y que los 16 muchachos, no, eran 17, pertenecían a esa banda y yo los marcaba con un fierro caliente para que mataran a todos los del gobierno y no era cierto, eso nunca fue cierto. Los muchachos obraron por sí solos y a mí me inmiscuyeron por la persecución religiosa.
—¿A qué muchachos se refiere, señora?
—A Jorge Fernández Gallardo, a Toral, a Carlos, a Manuel Trejo Morales…
—¿Al padre Pro usted lo conoció?
—Sí, sí lo conocí, iba a mi convento.
—¿A qué iba el padre Pro a su convento?
—El padre Pro estaba en Bélgica, allá hizo sus estudios en Europa. Y según dicen, tuvo una revelación: que Dios lo necesitaba aquí para que diera su vida por la salvación de la fe en México, y a eso vino, y me ofreció a mí: ofreció su vida y la mía por la salvación de la fe en México.
—¿Estuvo enterada de las actividades del padre Pro y de que José de León Toral iba a matar a Obregón?
—Las actividades únicas del padre Pro eran favorecer a los obreros, confesarlos, decirles misa; nunca tuvo ni así de una actividad bélica, nunca, nunca, lo podría yo jurar.
—¿Y a Toral?
—De Toral tampoco nunca supe nada. El día que me dijeron que Toral había matado a Obregón, dije: no es cierto. Toral no era capaz de matar a nadie, ni a una pulga. Era contra de la violencia, siempre estuvo contra la violencia, no era de los muchachos como el que ahora es mi esposo, que sí eran belicosos.
—Usted era belicoso, don Carlos, eso me consta porque usted fue a poner unas bombas a la Cámara de Diputados…
—Cohetes.
—¿Cómo cohetes? ¿Cuál es la diferencia entre un cohete y una bomba?
—En que una bomba estalla y causa daño y los cohetes nada más hacen escándalo.
—¿Y usted nada más fue a hacer escándalo?
—Sí, nada más para señalar ante el mundo entero a los verdaderos culpables de aquel entonces.
—Pero no quiso usted matar a nadie…
—No, absolutamente no.
—De modo que usted compró unos cohetes de esos que…
—No, no, no, se había preparado TNT, o sea el trinitrotolueno.
—¿Trinitrotolueno?
—Sí.
—Ya no es tan cohete.
—Exactamente, el TNT era lo que se había querido obtener, pero requería ácidos químicamente puros y también los que yo pude conseguir con comerciantes, de manera que lo único que hacía era obtener un estruendo maravilloso pero nada más, no levantaba ni una hoja de papel. Ya que había yo medido el tiempo dejamos arreglado aquello, y fuimos Manuel Trejo Morales y yo a ponerlos en los excusados de la Cámara de Diputados.
—Don Carlos, ¿está usted escribiendo sus memorias?
—Pues propiamente memorias no. Es una narración de todas aquellas cosas que dieron origen a la violencia y en las que yo tuve participación.
—¿Cuántos años hace, señora, que concedió usted su última entrevista de prensa?
—Nunca he concedido entrevistas de prensa.
—Han transcurrido más de cuatro décadas de la muerte de Álvaro Obregón y curiosamente usted vive en la calle de Álvaro Obregón…
—Junto a la casa donde lo velaron.
—¿A usted le da igual?
—Igualito. El mismo trecho que hay de aquí al cielo hay de otra calle al cielo. Nos da igual.
La entrevista ocupa de la página 30 a la 56 de mi libro ¡En el aire! Y es un testimonio de la época y explica la fuerza de algunas convicciones personales, factores ineludibles del conflicto religioso en México.
Las memorias de la Madre Conchita se publicaron en 1965 con el nombre de Una mártir de México. Me dedicó de su puño y letra un ejemplar: “Un recuerdo de admiración y sincero cariño al Sr. Lic. Jacobo Zabludovsky, deseando que su trabajo sea un apostolado patriótico. Marzo 25 1970. Conchita”. Aprendió a pintar “solita, nunca tuve profesor” y con el libro me mandó unas flores al oleo sobre tela que guardo hasta la fecha.
Don Carlos y doña Conchita, hoy olvidados, están en mi recuerdo entre las personas más felices que he conocido, en su extraña soledad de dos en compañía.
Fuente:eluniversal.com.mx
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