MAURICIO MESCHOULAM
Tres elementos para nutrir la discusión de hoy; (1) El Pentágono presenta un reporte ante el Congreso en el que indica que cualquier grado de intervención en Siria sería demasiado costoso y difícil de implementar, lo que para efectos prácticos significa que la Casa Blanca debe pasar del discurso de “los días de Assad están contados”, a la aceptación de que cualquier solución deberá incluir un acomodo con el presidente sirio; (2) Dos ataques a prisiones en Irak esta semana liberan a cientos de miembros de Al Qaeda y una vez más colocan en la agenda el tema del fortalecimiento de ese grupo en la región y los riesgos geopolíticos remanentes tras el retiro de Estados Unidos de Irak; y (3) Un texto de Daniel Byman en Foreign Policy que detalla la torpeza que está mostrando Washington para avanzar sus intereses en una región que siempre ha sido considerada crucial: Medio Oriente. Hilando estos temas podemos insistir sobre la tesis que acá hemos expuesto. No es que Estados Unidos no quiera, sino que no está teniendo la capacidad para mantener su peso geopolítico global. Y si eso es cierto, las consecuencias podrían ser históricas.
Declive relativo de la superpotencia
Para entender este tema hay que clarificar los siguientes puntos:
1. El declive es relativo. Se trata de un menor poder, pero solo en comparación consigo misma, es decir en cuanto al poder que esa potencia ejercía en otros momentos de la historia, y en comparación con otros poderes del momento. Este proceso no es de meses o años, sino de largo plazo.
2. El actor en declive no tiene que ser sustituido por otro único o gran poder. Podría suceder que estemos ante un sistema emergente de múltiples polos, muchos de los cuales pueden estar también pasando por problemas o enfrentando obstáculos (como ahora parece estar sucediendo en China o Europa). El poder de la gran potencia, por ello, sigue siendo importante, incluso el más importante de todo el sistema, pero su capacidad de acción empieza a reducirse.
3. Existen otros actores que no son estados que empiezan a ejercer dominio, a presentar esferas de influencia, y a retar con éxito la capacidad de la superpotencia para contenerles. Un ejemplo son los grupos terroristas militantes islámicos afiliados a Al Qaeda que hoy amenazan con éxito a estados nacionales desde Marruecos hasta Pakistán.
El tema del presupuesto
El presupuesto no es por supuesto el único factor, pero sí es un tema crucial. Dadas las condiciones estructurales de las finanzas estadounidenses, su capacidad de maniobra se ve fuertemente limitada por la falta de recursos. Esto no fue el único elemento que orilló a Washington a retirarse de Irak y Afganistán, pero sin duda influyó determinantemente. Los reportes del Pentágono indicaban que sacar las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán a la velocidad que se hizo era un error, debido a que los gobiernos locales no estaban capacitados para enfrentar las amenazas que quedaron tras la intervención. Hoy eso es clarísimo en ambos casos. El fortalecimiento de la rama de Al Qaeda en Irak es un ejemplo. Pero no había alternativa. No solo por las consecuencias políticas de quedarse, sino porque no había capacidad económica para mantener operaciones de ese tamaño.
Cuando a una superpotencia le falta presupuesto, y se ve empujada a tomar decisiones geopolíticas por cuestiones financieras, entran otros actores en escena con más capacidad de maniobra. Un ejemplo es lo sucedido con Egipto. Como afirma Byman, antes del golpe de Estado, Washington mantuvo su nada despreciable apoyo financiero de 1.5 billones de dólares al Cairo. No obstante, al mismo tiempo entró Qatar a financiar a la Hermandad Musulmana (al igual que a los islamistas en Túnez, a Hamás en Palestina, y a los rebeldes en Siria). Solo que Qatar otorgó a Morsi no 1.5 billones, sino 8 billones de dólares. Esto contribuyó quizás a que el flamante presidente egipcio se sintiese menos comprometido con Washington, y comenzase a operar de manera más excluyente con la oposición.
Tras el golpe, ahora son Arabia Saudita, Kuwait y EAU quienes anuncian financiamiento al gobierno interino del Cairo. Ya no con 1.5 billones ni con 8, sino con 12 billones de dólares, una suma que Estados Unidos no podría siquiera pensar en otorgar.
Y vienen más recortes al Pentágono. El secretario de defensa Hagel acaba de enviar una carta de 8 páginas al Congreso, en la que advierte que la situación en la que entrará el ejército de ese país es preocupante y afectará operaciones vitales.
Caso Siria
Estas circunstancias se pueden apreciar con claridad en Siria y su prolongado conflicto. Desde el inicio del mismo, Washington trazó sus objetivos. La Casa Blanca vio en aquél entonces una oportunidad ideal para cortar el corazón de la esfera de influencia de Irán y ganar los favores de un gobierno pro-occidental que sustituyera a Assad. Pero Obama entendía que tras sus repliegues de Irak y Afganistán iba a ser imposible implementar en Siria una intervención similar, tanto por cuestiones presupuestarias como de política interna y externa (como lo es la negativa rusa a cualquier intervención foránea en ese país). Por ello la estrategia consistió en ofrecer todo el apoyo político y diplomático a la oposición siria para acelerar la caída de Assad, y permitir que aliados cercanos de Washington como Turquía, Arabia Saudita y Qatar, financiaran y armaran a los rebeldes con el respaldo logístico de la CIA.
El problema para Obama es que a estas alturas, los apoyos que a su vez ha recibido Assad lo están reposicionando como probable vencedor de la guerra civil. A Damasco llegó dinero y armamento de Teherán y de Moscú, además del respaldo diplomático de Beijing. En los últimos meses, la milicia libanesa pro-iraní Hezbollah, ha sumado sus combatientes al ejército de Assad ayudándole en victorias cruciales.
La incapacidad de Washington para operar sus intereses queda una vez más de manifiesto esta semana con los reportes del Pentágono acerca de la dificultad de cualquier nivel de intervención. Por lo tanto, Obama, quien tantas veces dijo que los días de Assad estaban contados, tendrá una vez más que obviar su discurso y aceptar que si nada extraordinario sucede, el presidente sirio -ahora acusado por la Casa Blanca de usar armas químicas contra su población- probablemente tenga que quedarse en su silla.
Esto, para que se entienda, implicaría el restablecimiento y quizás fortalecimiento de la esfera de influencia iraní, país que ahora tendrá menos incentivos para ceder en las negociaciones sobre su proyecto nuclear. También representaría para Rusia la recuperación de algo que hace unos meses parecía perdido: Siria como su base de operaciones del Mediterráneo.
La cuestión que pongo sobre la mesa, una vez vistos esos puntos, es la siguiente: no es que Washington esté equivocando estrategias, sino que no parece estar pudiendo implementar otras alternativas. Una superpotencia que quiere mantener viva su presencia geopolítica global no puede darse el lujo de tomar decisiones a partir de la escasez de recursos, salvo que no le esté quedando opción. El que Estados Unidos tenga que estarlo haciendo ahora, simplemente desnuda el momento histórico que cruza.
¿Usted cómo lo ve?
Twitter: @maurimm
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