ENLACE JUDÍO MÉXICO | ANDRÉS ROEMER
Cuando un niño pequeño tiene un juguete y no lo quiere compartir, pensamos que ese tipo de comportamiento es egoísta y no es deseable. Por lo tanto, enseñamos a los niños a ser compartidos con sus cosas. Esta formación “anti egoísta” sigue durante la mayoría de nuestra vida. Intentamos compartir comida o dinero aunque nos cueste (como en compartir una botana en el colegio, o dar dinero en la iglesia). Así, sentimos que nuestro comportamiento está manejado por otras cosas más importantes que el interés en uno mismo. Luchamos contra la indiferencia y por la acción comunitaria; y luchar por ello, significa reconocer que tenemos cierto gen egoísta que nos hace no querer compartir absolutamente todo lo que poseemos. Pero, ¿qué tan compartidos o egoístas en realidad somos?
Para algunas disciplinas en ciencias sociales, en particular para la economía, se supone que los individuos son racionales y toman decisiones de esta manera. Es decir, un individuo tiene ciertos gustos determinados, y prefiere siempre lo que más le gusta a lo que menos le gusta. Cuando nos damos cuenta de que las cosas en general no son gratis, entonces balanceamos entre nuestros gustos por ciertos artículos y sus precios, y es entonces que decidimos. En general se asume también que nuestras preferencias son individualistas; es decir, que nos importa más nuestro propio bienestar que el bienestar de otra persona.
Para responder a la pregunta anteriormente planteada, hay un famoso experimento llamado el juego del dictador (JD). En este juego, el dictador es una persona común y corriente a la que el investigador da dinero y el dictador decide cuánto del dinero le regala a un segundo participante y cuánto decide quedarse para sí mismo. Si el dictador decide dar algo de su dinero extra al otro participante, entonces concluimos que no somos completamente egoístas y que más o menos pensamos en el otro, aún cuando nos cueste.
Sin embargo, el experimento no está completo si los participantes saben que se trata de un experimento, pues es posible que el dictador se predisponga a ser más o menos altruista, de acuerda a los resultados que espera que los investigadores obtengan. Se necesita, entonces, que los participantes del estudio no sepan que se encuentran en un estudio.
Para conseguirlo sin arriesgar lineamientos éticos, los psicólogos Winking y Mizer viajaron a Las Vegas y probaron sus hipótesis. Había sólo dos personas que sabían del experimento: uno de ellos era un viajero que estaba tarde para tomar su vuelo de regreso de Las Vegas, y el otro una persona cualquiera que estaba “por ahí”. El viajero le regalaría a un tercer participante (sin conocer del estudio) veinte dólares en fichas de casino (el dinero extra), pues con dinero real, la historia sería un tanto rara. A otras personas, que también ignoran el estudio, les diría que puede repartir las fichas con otra persona señalando al compañero que se encuentra “por ahí”. Por último, a otros les diría que son parte de un estudio y que de las fichas regaladas, pueden regalar una parte al otro compañero participante del estudio. Los resultados son más o menos esperados. Cuando los individuos no saben que se encuentran en un estudio, no regalan absolutamente nada al tercero, ¡cero dólares!, mientras que cuando lo saben, el monto asciende a más de cero. ¿Desalentador?
Hay otros estudios para conocer si los hombres somos egoístas en un sentido económico o no. Existe otro famoso juego llamado el juego del ultimátum. Éste consiste de dos personas, al primero se le ofrece una cantidad de dinero, la cual puede repartir entre los dos participantes como quiera. El segundo participante puede rechazar la oferta del primero, en cuyo caso, ambos se quedan con cero pesos. El resultado teórico suponiendo que todos los individuos se preocupan sólo por su bienestar es que el primer participante ofrecerá la menor cantidad posible, a lo que el segundo aceptará, ya que algo es siempre mejor nada ¿o no?
En los resultados empíricos se muestra que, en general las ofertas de menos de 20% de la cantidad ofrecida son rechazadas. De hecho, muchos ofrecen cantidades “justas”, es decir 50-50. La explicación de este comportamiento “generoso” no está del todo claro, puede ser por cuestiones de percepción de justicia, de castigo, de empatía, de reputación o de honor. Incluso hay explicaciones neurológicas, implicando que los neurotransmisores que permiten la empatía, provocan el comportamiento generoso.
Responder si los hombres somos egoístas es fácil: lo somos. Si no lo fuéramos no habría “lucha” contra el egoísmo. Sin embargo, cómo todo, el egoísmo tampoco es blanco y negro y, como lo demuestran los estudios, aunque no repartimos dinero todos los días por las calles, tampoco es cierto que no nos importa el prójimo aunque no sepamos quién es.
Haga un ejercicio de reflexión y piense en qué habría hecho usted en cualquiera de los anteriores juegos.
Fuente: La Crónica de Hoy
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