¿Existe un derecho a la autodestrucción?

ESTHER CHARABATI

Cada quién su vida

A veces a la gente le da por escoger el camino de la autodestrucción. De pronto un día un amigo nos anuncia que esa tontería que le daba vueltas en la cabeza, tan aventurada que todos los consultados la rechazaron como absurda, ésa es la opción que eligió para continuar su vida. Está tan convencido que ningún consejo ni sugerencia lo detendrá.

Los demás no saben ni aprecian los beneficios de amar a esa mujer que aunque lo maltrate lo ama, o de iniciar ese negocio con muchos riesgos pero muy prometedor, de cambiar a sus amigos por unos que sí se saben divertir, o de hacer esa dieta en la que sólo por un tiempo hay que tomar anfetaminas.

Y nosotros, simples mortales, ¿qué podemos hacer para detenerlo? ¿Cómo hacerle ver que se dirige a un abismo si él cierra los ojos con tal fuerza que ni la luz le llega? ¿Cómo convencer a esa amiga de que no es tan grave ser gorda o de que busque dietas más lentas pero menos dañinas? ¿Cómo decirle a ese hombre que nunca ha tenido pareja que ésta sólo está interesada en explotarlo?

Las pruebas dejan de serlo cuando alguien no las quiere ver. O puede ser que las vea y aun así decida seguir adelante, ignorando las consecuencias, animado por algunos cómplices que están en la misma situación, y por la sabiduría popular que afirma que “el que no arriesga no gana”. Se colocan en una posición omnipotente desde donde creen dominar todos los peligros: “No me voy a volver adicto, porque estoy consciente”; “ya tomé mis precauciones para que no me estafen”; “yo no voy a caer en la corrupción”; “es la única vez que voy a participar en esto”… éstas y otras frases sensatas nos hacen pensar que tienen el control de la situación, pero no es así.

Y entonces, caen. Y vemos cómo poco a poco se van destruyendo, y la madre quisiera internar al hijo para que no se drogue, y la esposa piensa en meter al marido a la cárcel para evitar la quiebra, y el padre amenaza con borrar a la hija del testamento, y los amigos siguen reuniendo evidencias y confrontándolo…

¿Hasta cuándo? ¿Cuál es el límite en que dejaremos de intervenir sabiendo que si tomamos decisiones por él puede volverse dependiente? ¿Y por qué si alguien ha decidido destruirse nos sentimos con derecho a salvarlo?

Cada uno escoge su vida y como adulto tiene que hacerse responsable de sus actos. Ya la ley se ocupa de castigar a quienes consumen drogas y la sociedad de condenar a los suicidas. Los demás, que se las arreglen. Bastante tenemos con nuestros propios problemas.

Y sin embargo… algo nos impide abandonar al que corre hacia su destrucción, al que cae en una depresión o se vuelve adicto. ¿Será, como afirma Lévinas, que la preocupación por los demás sobreviene en mí a pesar de mí mismo?

De acuerdo con el filósofo, por más que yo intente preocuparme sólo por mi conservación y mi desarrollo, el otro me fastidia, me hostiga y me abruma mandándome que lo ame. Lévinas habla de la imposibilidad de la indiferencia. El otro me incumbe aun antes de toda decisión de mi parte y me atrae fuera del estrecho camino de mi propio interés a pesar de mí mismo. Para él la bondad es el hecho de responder “aquí estoy” a la interpelación de un rostro”. Es sentirse cuestionado, obligado, requerido… y aceptar esa responsabilidad exorbitante.

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