LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO
Injusticia Social
Percibo que en los relatos de mi vida, y de los acontecimientos alrededor de ella, en algunas ocasiones la cronología me ha fallado y he confundido algunas fechas en que se registraron, empero, no con gran distancia; creo que esto pasa por el largo periodo en que sucedieron; sin embargo, no altera la esencia de las Crónicas, sólo consideré conveniente aclararlo.
En este contexto, la realización del Vigésimo Primer Seminario Continental de Movimientos Juveniles del 19 al 28 de julio pasado en el Estado de Hidalgo, en el que participaron jóvenes de México y de distintos países de Latinoamérica y España para analizar temas sobre el judaísmo, la integración de las comunidades judías al mundo y la actualidad israelí, me hizo recordar que cuando yo tenía diecisiete años, en un momento de 1957, también participé en un seminario similar en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.
Aunque su alcance era más modesto; sólo asistimos jóvenes de México. La convivencia fue intensa a pesar de que el evento sólo duró un fin de semana; uno de los temas que en esa lejana ocasión preocupaba de sobremanera era el creciente proceso de asimilación de los judíos; el abandono de las tradiciones y de la fe judía, situación que es una realidad en el presente en México y en la gran mayoría de las comunidades judías del mundo.
La asimilación se evalúa como un rechazo a la identidad judía, fenómeno diferente a quien mantiene sus creencias e idiosincrasia y se integra socialmente a los valores de la comunidad en que vive. La preocupación por la asimilación y el ambiente de paz en que se vivía en México al final de los cincuentas, no ayudaron a que en Cuernavaca tratáramos con profundidad cuál debería ser el papel de los jóvenes, y en general de la comunidad judía, en la superación de los grandes retos de México.
Hoy día la comunidad judía de México experimenta una situación difícil ligada a la asimilación, a la desintegración de las familias, a la pobreza de un número importante de ellas, al insuficiente interés de los judíos pudientes por apoyar a sus correligionarios y la pasividad, que al igual que la que muestra una parte significativa de los mexicanos frente a los problemas de corrupción e injusticia social profundamente arraigados en el país.
En el ámbito de la injusticia social sobresale un hecho conmovedor que hace una semana se difundió en la televisión por toda la República. En un breve video se observa cómo un inspector municipal de Villahermosa, Tabasco, obliga a un niño de 6 años, indígena Tzotzil de Chiapas, a arrojar al suelo los dulces que vendía en la vía pública en el centro de esa localidad; además de robarle unas cajetillas de cigarros que también comercializaba el infante. El niño humillado, en cuclillas, como acostumbran sentarse los indígenas, lloraba frustrado, desconsolado, ante el abuso del despiadado burócrata, quien abandona la escena de su irracional crueldad. Este abusador funcionario de quinta, seguramente no se hubiera enfrentado a un vendedor ambulante protegido por mafias que actúan en complicidad con las autoridades.
A nadie escapa el proverbial racismo que se practica en México, particularmente en los estados del Sur, en donde viven segregadas comunidades indígenas que se convierten en caldo de cultivo para que grupos religiosos, incluyendo a los del Islam, les inculquen ideas ajenas a su idiosincrasia, induciendolos a conflictos intercomunitarios que frecuentemente terminan en actos de violencia, como los que se observan entre comunidades indígenas católicas y protestantes en Chiapas.
Cabe recordar que al inicio de 1994 el llamado subcomandante Marcos gestó un breve levantamiento social en ese Estado; la inseguridad que prevalece en varias regiones del Sur, particularmente en Tabasco, ante el ascendente número de secuestros y ejecuciones, ha encendido los focos de alerta.
A mi me tocó ver un violento hecho de discriminación racial en los ochentas en contra de una indígena mazahua que vendía cacahuates con chile y limón y pepitas a la entrada del estacionamiento donde yo dejaba diariamente mi automóvil en las horas de trabajo en la calle de 16 de septiembre, en el corazón del centro histórico de la ciudad de México. Sucedió que una camioneta llena de inspectores que “luchaban” contra el comercio ambulante, con aires de prepotencia se acercaron a la indígena y le recogieron su canastita de cacahuates y pepitas, pretendiendo subirla a la fuerza a la camioneta para llevársela.
Un indignado y valiente ciudadano les reclamó a los “inspectores” por su agresiva actitud contra la humilde vendedora indígena. Enfurecidos por esto, los energúmenos “inspectores” del Departamento del Distrito Federal querían llevarse “preso”, también a la fuerza, al reclamante, quien ante los golpes y jaloneos de que fue objeto, sacó una pistola de entre sus ropas y mató a uno de sus agresores.
Vino la policía y se llevó a quien hizo justicia por su cuenta. Los comentarios de la gente que se encontraba en los alrededores donde habían sucedido los hechos eran favorables para el “defensor” de la indígena. Pienso que nadie debería hacer justicia por su propia mano, sin embargo, la impunidad con la que actúa la delincuencia y la propia autoridad en México, conducen a situaciones como la descrita.
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