LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO
Renovación de la Fe
En julio pasado acompañé a mi esposa a varias misas de las nueve que se celebraron en memoria de Adalberto, el esposo de su querida amiga Rocío, fallecido a mediados de ese mes. Las mismas se llevaron a cabo en la Iglesia de Chimalistac, construida por la orden de los Carmelitas en 1585 en la población prehispánica denominada Temalistac, que hoy pertenece a la delegación Álvaro Obregón. La iglesia es pequeña y su patrono es San Sebastián, considerado protector contra epidemias y plagas, cuya figura está en el centro de un precioso altar barroco. El atrio se transformó con el tiempo en una plazoleta que luce un jardín con grandes árboles y prados, con una fuente en el centro de la misma, que la convierte en un sitio mágico para el remanso y la meditación.
Rocío y su recién fallecido esposo han sido patronos de los padres franciscanos que en el presente son responsables de la Iglesia; asimismo, crearon y han manejado un dispensario anexo a la iglesia para ayudar con alimentos y medicinas, principalmente, a personas de escasos recursos. Un sacerdote destacó en una homilía la relevante participación de Alberto, Rocío y sus hijos en las misas “como familia”; consideró que la mayoría de los fieles, aunque asistan a las mismas con sus familias, no participan como tales.
Describo todo este contexto para resaltar que en el México actual persiste un alto espíritu de fraternidad en diferentes comunidades para apoyar espiritualmente a quien sufre la pérdida de un ser querido. Creo que la bondad de Alberto, Rocío y su familia los hizo merecedores de la solidaridad de sus parientes y amigos en momentos tan difíciles de su vida.
Al mismo tiempo, comento la percepción que tuve de los sermones de los sacerdotes de Chimalistac y de otros que he escuchado en otras iglesias; con todo el respeto que me merecen, creo que la mayoría de las veces manejan un “discurso” anacrónico, que no llega a la realidad actual de los fieles, particularmente la de los jóvenes. Sus relatos bíblicos resaltan continuamente sentimientos de culpa, de constantes pecados, de muerte y resurrección y el sometimiento a la Iglesia; resulta difícil de entender de que la transubstanciación (cambio de la substancia del pan y el vino en la del cuerpo y sangre de Jesucristo en la Eucaristía) a pesar de ser evaluada como un acto de fe, pueda ser aceptado por un joven del siglo XXI; de aquí la gran ausencia de fieles en las iglesias y la merma en las filas de quienes se inclinan por la vocación sacerdotal.
La sociedad se transforma constantemente, empero, las iglesias, particularmente la católica, permanece anclada a conceptos obsoletos como el celibato, la marginación de la figura femenina del sacerdocio y otras actividades eclesiásticas, el rechazo al control natal, entre otros; además de su complicidad con los poderes facticos en diferentes países que frecuentemente someten a la ciudadanía a sus intereses, en contra del beneficio colectivo.
Por otra parte, pienso que el anquilosado mundo católico ha iniciado una gran etapa de cambió con el reciente ascenso a la cúpula de la Iglesia Católica del Papa Francisco, quien sin preámbulos, está retomando la esencia de los principios de la verdadera fe. Su rechazo al lujo y a la ostentación de los papas que le precedieron, junto con su auténtica vocación pastoral, lo colocan como un líder global de la transformación social. Su llamado para que la gente tome las calles para luchar por la inclusión social de los marginados, contra la corrupción, la injusticia, la pederastia y la integración de los gays a la sociedad, a pesar de que la Iglesia Católica considera a los actos homosexuales como un pecado, son fundamentales para la consecución de un entorno más justo, ético y humanista.
Considero que sus expresiones no van a estructurar una encíclica más, ni promover un movimiento que incida en cambios violentos, sino, una voz de aliento para transformar, “mediante el diálogo”, la indiferencia y el egoísmo de nuestra época.
Los pensamientos y las acciones del Papa Francisco pueden ser particularmente atractivos para los mexicanos, quienes mayoritariamente, y en la profundidad de su ser, son verdaderamente católicos. No obstante mi judaísmo, como mexicano acepto con respeto las manifestaciones y tradiciones de los católicos; no puedo negar, y no me considero un apóstata del judaísmo, que existe una vinculación muy estrecha entre mexicanidad y catolicismo.
En la próxima Crónica, si la censura de la presente “no me ejecuta”, haré algunos comentarios sobre el comportamiento de las autoridades del judaísmo, de diferentes preceptos de esta fe y del impacto que en esta última, tienen las acciones de los fundamentalistas judíos.
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