En las Lomas de Chapultepec, un exclusivo barrio del DF donde se suceden calles con embajadas, jardineros y personal de seguridad, no hace falta darle muchas indicaciones al taxista para llegar hasta la mansión de Raúl Salinas de Gortari. El hermano del que fuera presidente de México entre 1988 y 1994, símbolo de la corrupción en esa época, es también ahora ejemplo de un mal que aqueja al sistema judicial mexicano: la impunidad. El último golpe de mano de este oscuro personaje ha sido conseguir que un juez le exonerara del delito de enriquecimiento ilícito y que le sean devueltos 224 millones de pesos (unos 17 millones de dólares) y una treintena de inmuebles repartidos por todo el país. El hermano incómodo ha vuelto a cantar bingo cuando los mexicanos parecían estar empezando a olvidar sus pecados.
“Esta es la casa de don Raúl”, anuncia el taxista frente a una muralla franqueada por una puerta blindada y un par de cámaras de seguridad apostadas en las esquinas. Así se le conoce en el barrio a este hombre de 66 años que suele vestir de traje. Apartado de la vida pública, en los últimos 17 años enfrentó cargos en el país y en el extranjero por homicidio, fraude fiscal y lavado de dinero. Salió absuelto de todas esas acusaciones. Y salvo que un recurso de la Procuraduría –fiscalía- lo impida, recuperará parte de sus ganancias. El mayor de los Salinas, un clan familiar que encabeza su hermano Carlos, el gran villano de la política mexicana, está a punto de salirse con la suya.
Raúl Salinas se ganó la fama de negociante en la sombra durante los años en el poder de Carlos. En ese tiempo se lo bautizó como mister 10% por ser la cantidad que supuestamente cobraba en cada una de las operaciones financieras en las que participaba. Se empezaban a conocer sus gustos extravagantes. Su economía iba viento en popa pero la de México no corría la misma suerte. En plena crisis financiera, en 1995, se hizo pública una fotografía suya a bordo de un yate sosteniendo en brazos a su amante, la española María Bernal. Aquella era la viva imagen de un playboy.
El hermanísimo había multiplicado ya en esa época su cuenta corriente. El juez federal Carlos López Cruz admite en la sentencia de julio de este año que su patrimonio se incrementó “en una proporción que no es acorde con los ingresos que recibió por los cargos públicos que desempeñó”, pero considera que el delito no se puede probar. “No es procedente que ese enriquecimiento se etiquete de ilícito”, explica el juez. ¿De dónde salió el dinero? Raúl supuestamente montó un fondo de inversiones futuras donde empresarios mexicanos depositaban grandes sumas de dinero en cuentas de Suiza. Las autoridades del país europeo, que investigaron a Raúl durante 12 años, le contaron hasta 130 millones de dólares repartidos en decenas de cuentas. En realidad, según la acusación, el fondo era una pantalla para lavar dinero. Suiza en 2008 cerró la investigación sin condena alguna sobre Raúl y devolvió al Gobierno de México parte del dinero.
La decisión judicial de enterrar el caso en tierras mexicanas ha provocado una ola de indignación. “La justicia mexicana ha sido incapaz de investigar por razones políticas y de ineficiencia. Es vergonzoso”, se queja el analista Sergio Aguayo. La vida de los Salinas los ha colocado cada cierto tiempo en el punto de mira, como ahora, cuando su apellido parecía una cosa del pasado. “Una familia que muestra cómo ha funcionado la política en el país y la podredumbre de ese funcionamiento. Una mafia mexicana”, escribe la periodista Denise Dresser en el periódico Reforma. Cada vez está más cerca el día en el que Raúl haya saldado sus líos con la justicia. “La familia Salinas se ha salido y se sigue saliendo con la suya”, remata Dresser.
La imagen de derroche y lujo de Raúl Salinas se ha venido documentando a lo largo de los años. María Bernal, en un libro, relata que se conocieron en España, cuando él fue a comprar a una sastrería de lujo un traje y zapatos nuevos. La noche anterior, durante una borrachera, había estropeado el que llevaba. Ella era la dependienta. Raúl se la llevó a México, la instaló en un lujoso ático y la exhibió en fiestas que montaba en los ranchos y departamentos que tenía esparcidos por todo el país. El lugar favorito de la pareja era una hacienda en Puebla, al pie de un volcán, donde Raúl podía practicar la caza cuando se le antojaba. Esos eran los días felices de Raúl y María. Después vendría su distanciamiento, que culminó con ella declarando en su contra en un caso de asesinato.
Personajes clave en el entorno político de los Salinas han acabado muertos o desaparecidos. Raúl pasó diez años en la cárcel acusado de haber ordenado en 1994 el asesinato de su excuñado y secretario general del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), Francisco Ruiz Massieu. Finalmente fue absuelto en un proceso lleno de irregularidades y pruebas falsas que buscaban condenarle. En otro suceso extraño, de la faz de la tierra desapareció Manuel Muñoz Rocha, un diputado priista al que señalaban como cómplice de Raúl en el homicidio. Tras el crimen no se le volvió a ver.
La justicia mexicana no ha sido capaz de armar una acusación sólida en contra de Raúl a pesar de algunas evidencias públicas. En una grabación difundida en el 2000 en el noticiero de Televisa de Joaquín López Dóriga se escucha a Raúl Salinas amenazar a su hermana Adriana con difundir la verdad sobre las cuentas en el extranjero. Más: en una entrevista con la comunicadora Carmen Arístegui, en 2009, el también expresidente Miguel de la Madrid dijo sentirse decepcionado con Carlos Salinas respecto “a la inmoralidad que hubo” durante su presidencia.
Aristegui: Raúl y Enrique (otro Salinas que fue asesinado) y Carlos robaron mucho.
De la Madrid: Sobre todo Raúl…
A: ¿Y Carlos?
M: No tanto.
Horas después, De la Madrid, fallecido el año pasado, se retractó de sus declaraciones. Las achacó a su delicado estado de salud. “Después de haber escuchado la entrevista, mis respuestas carecen de validez y exactitud”, puntualizó.
El secretismo tras los muros de las lujosas viviendas de Las Lomas es absoluto. El personal de seguridad privada fotografía la matrícula de los coches aparcados en la calle. Los propietarios entran y salen a bordo de vehículos de cristales tintados. El personal doméstico es el único que camina por estas avenidas arboladas. “Cada uno hizo la fortuna como pudo en esos años”, conviene Gerardo, un paseante de perros. “No conozco a ningún pobre que se haya hecho rico chambeando. Investigue, y no se preocupe solo por este señor”, añade un hombre canoso que trapea una camioneta.
El tiempo juega a favor de Raúl Salinas, que ha hecho del silencio su mejor defensa pública. “El señor no está ahorita. Déjeme su número y él le llamará”, dice una mujer en la puerta de su casa. Eso nunca llegará a pasar. La asistente de don Raúl, Teresa, se supone que está de vacaciones y tampoco contesta el teléfono. Los años y la maraña judicial amenazan con enterrarlo todo.
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