Hitler, el hombre al que no hubo manera de asesinar

Adolf Hitler ha pasado a la Historia por ser uno de los personajes más odiados de toda la humanidad, a pesar de que durante más de una década tuvo una legión de seguidores que lo idolatraron y colocaron en un pedestal, convirtiéndolo en un hombre que se sentía un ser supremo y amparado por la divina protección de Dios.

Esta protección, que él mismo creía tener, venía en parte por la suerte que había corrido su vida, tras sufrir repetidos y frustrados intentos de atentado que un buen número de personas llevaron a cabo para acabar con su vida pero nadie consiguió.

Posiblemente, de todas las intentonas por acabar con la vida del Führer, la Operación Valquiria es la más conocida, y gran parte de su popularidad se debe al filme protagonizado por Tom Cruise y que se llevó a las pantallas en el 2008. Esta quizás fue la ocasión que más cerca se estuvo de conseguir el objetivo, pero nuevamente la suerte se alió con Hitler y solo sufrió algunas heridas de poca consideración.

Según los historiadores y la documentación acumulada durante todos estos años, 42 fueron las ocasiones en la que alguien quiso acabar con la vida de Hitler desde que se alzó con el poder y fue nombrado canciller de Alemania.

Y aunque la mayoría de las fuentes apuntan a 42 debería ser en realidad 41, debido a que el que se contabiliza como primer atentado (que tuvo lugar en noviembre de 1923 tras el intento de golpe de Estado que trató de llevar a cabo) en realidad se trató de un acto de intentar repeler ese golpe por parte de la policía alemana, hiriéndolo de bala, por lo que no debería constar como intento de asesinato, sino como altercado policial. Varios de sus colaboradores sí que murieron en esa ocasión, algo que provocaría fastuosas celebraciones en un futuro no muy lejano.

Fue una década más tarde cuando realmente se pondrían en práctica numerosos planes para asesinar al líder nazi, fracasando y/o quedando en el intento uno detrás de otro. Se calcula que para cuando llevaba un lustro en el poder se cifraron en una veintena el número de ocasiones frustradas.

Se intentó matar a Hitler de diversas maneras: desde regalarle flores con veneno inyectado a plumas estilográficas cargadas con explosivo, ataques a los medios de locomoción con los que se trasladaba o bombas-trampa colocadas estratégicamente por caminos, puentes o lugares por los que debía pasar. Pero una vez tras otra fallaba algo del plan y parecía que la Diosa Fortuna se hubiese aliado con Führer.

Cuentan los cronistas que hasta 1938, Hitler apenas tomó medidas de seguridad personal, pero los hechos acontecidos, el 9 de noviembre de ese mismo año, durante el desfile anual que se celebraba en Múnich y que conmemoraba el fracaso del levantamiento nazi de 1923 (que les he relatado un poco más arriba), fue determinante para plantearse tomar alguna que otra protección de seguridad, entre ellas el disponer de jóvenes muchachas que eran obligadas a probar su comida.

Maurice Bavaud, un joven suizo estudiante de teología estuvo muy cerca de conseguir el propósito de asesinar a Adolf Hitler. Logró situarse a apenas ocho metros del líder de los alemanes y estuvo a punto de disparar la pequeña pistola Schmeisser 6,35 mm que llevaba camuflada.

Bavaud había conseguido una posición perfecta y privilegiada entre las personas que esperaban el paso del desfile. Solo era cuestión de sacar el arma y disparar en el preciso instante en que Hitler pasase frente a él, pero hubo algo con lo que no contó en su ensayado plan, ya que según hizo acto de presencia el grupo en el que se encontraba el líder nazi todos los presentes alzaron su brazo a modo de saludo, algo que tapó el campo de visión del joven, por lo que no pudo llevar a cabo su cometido.

Mientras viajaba en tren dirección a París fue interceptado en un control rutinario de la Gestapo. La juventud y poca experiencia de Maurice Bavaud hizo que se auto delatase del intento fallido de atentado, algo que alertó a los jefes de seguridad de Hitler, quienes tomaron más precauciones a partir de entonces, lo que hizo que la celebración del siguiente año quedase sin el tradicional desfile.

El cambio de planes en la celebración del Putsch de Múnich (como era conocida esta conmemoración) llevó a que en 1939, en lugar de desfilar por las calles de la ciudad, Hitler ofreciera un discurso en la cervecería Bürgerbräukeller, el lugar donde se había intentado perpetrar el golpe de Estado dieciséis años antes.

Esta nueva ubicación le iba perfecta a Georg Elser, un carpintero opositor al régimen nazi que deseaba acabar con la vida del líder de Alemania. Pensó en un elaborado plan que consistía en colocar una bomba en una columna que estaría situada junto al atril desde donde daría su discurso Hitler.

Para ello, durante varios meses estuvo entrando a escondidas en la cervecería, tras su cierre nocturno, con el fin de ahuecar la columna donde colocaría en su interior la bomba. Hizo un trabajo minucioso y preciso, algo que hoy en día todavía se valora y estudia. Programó la bomba para que estallase a los veinte minutos de empezar Hitler su discurso: las 21:20 horas, pero cambios de última hora provocaron que el líder nacionalsocialista adelantase una hora el acto, algo que hizo que los planes de Georg Elser se fueran al traste, ya que cuando estalló el explosivo Hitler había terminado y estaba lejos de aquel lugar.

Esta fue una más de las muchas ocasiones en el que la fortuna se aliaba de nuevo con el dictador, pero tampoco fue la última de las intentonas por acabar con su vida.

Los servicios secretos, tanto del Reino Unido como de la URSS, también urdieron sendos planes para atentar contra Hitler. Los soviéticos llegaron a utilizar a Olga Chejova, una actriz rusa de origen alemán de la que el mandatario nazi era admirador.

Años atrás la actriz había sido reclutada como espía por la NKVD y aprovechando la amistad existente entre Hitler y ella (que muchos creyeron que era un idilio) los comunistas intentaron montar un complot para asesinarlo, pero nuevamente los planes se fueron al traste por culpa de una descoordinación entre los agentes que debían participar y, como no, ese sexto sentido que parecía tener el Führer y que le hacía cambiar de planes a última hora, librándose de los atentados.

Pero no solo tenía enemigos entre la población o al otro lado de las frontera, ya que varios fueron los altos mandos del ejército alemán que planearon acabar con su líder. Colocar una bomba camuflada en una caja de brandy que viajaba en el mismo avión que Hitler y que no llegó a estallar por un fallo del detonante fue otro de esos fallidos intentos y que había sido urdido por el teniente Fabian von Schlabrendorff junto a colaboradores directos que conformaron la Resistencia alemana.

Otra más de la cuarentena de ocasiones fallidas en las que no pudieron acabar con el hombre más temido y odiado de la Historia.

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