Tomás Alcoverro:«La desgracia de los países árabes ha sido tener petróleo»

JUANMA COSTOYA

Oriente, el levante, la otra orilla, es, todo junto, la madre, la amante y la madrastra de Tomás Alcoverro. Llegó a Beirut hace más de treinta años como corresponsal de prensa y en este tiempo ha tenido tiempo de recrearse en el trato de los que mezclan con soltura en su conversación a Marcel Proust con el Corán. Testigo de guerras civiles e invasiones fue uno de los pocos occidentales que se quedó en la capital de Líbano en los tiempos del terror. Beirut, «pólvora y jazmín».

A un paso del mítico hotel Commodore, en el distrito de Hamra, en el centro de Beirut, nos recibe el no menos mítico corresponsal de prensa Tomás Alcoverro. Treinta años de experiencia en la capital de Líbano justifican el sobrenombre que lo adorna, «El decano».

Es un anfitrión amable que va desgranando sus respuestas ante el telón de fondo de un despacho atestado de libros, recuerdos, fotos y periódicos. Francó- fono confeso, la televisión de su despacho sintoniza la BBC en el momento de inicio de la entrevista. El informativo internacional abre su boletín con las imágenes del enésimo coche bomba que ha estallado esa misma mañana en una capital iraquí dejando el habitual reguero de muertos y heridos.

Con la guerra a las puertas, las calles llenándose de nuevos refugiados, ¿cuál es la situación en Beirut?

Ahora mismo, mala. Hasta donde estamos, en Hamra, que es un barrio del centro comercial, se palpa la inseguridad en la calle. Y esto incluso para mí, que llevo toda una vida aquí, es una novedad. He vivido la guerra civil y multitud de enfrentamientos armados en este barrio. Lo de ahora es diferente. Es la inseguridad fruto de la miseria engendrada por la guerra en los países vecinos. En todo Líbano están aumentando los secuestros, los asesinatos, la violencia. Hay que tener en cuenta que éste es un país de cuatro millones de personas y a día de hoy ya hay casi un millón de refugiados. Han ido sumándose, primero fueron los palestinos, después los que escapaban de la guerra de Irak y ahora es la población siria la que está cruzando la frontera por miles. Se pueden ver por todas partes, tirados en la calle, madres con sus hijos enfermos, llenos de pústulas, mendigando; niños limpiabotas asediando a la gente… A la tradicional violencia política de Líbano se le une la violencia común, y el resultado es muy incierto. La guerra civil siria tiene un pronóstico muy difícil y sea cual sea su resultado muchas de sus consecuencias negativas seguirán cayendo sobre Líbano. La población civil de este país está sometida a una presión tremenda.

A pesar de todo este sombrío panorama en el centro de Beirut no ha decaído la actividad: las tiendas selectas siguen exhibiendo sus exclusivos modelos, los ferraris continúan atronando la corniche; los sábados por la noche el ocio nocturno exhibicionista y ruidoso se extiende, en algunos locales, hasta el amanecer… Parece como si la esquizofrenia se hubiera instalado en Beirut.

La capital de Líbano lleva mucho tiempo viviendo así. Por un lado está el estado libanés, débil, siempre en conflicto, desbordado por los refugiados, supeditado a fuerzas superiores manejadas por sus poderosos vecinos ya sean estos Israel, Irán o Siria. El estado libanés sigue un modelo confesional que es, a la vez, fuente de muchos conflictos. Se mantiene una política de cupo para ocupar los cargos públicos, el presidente de la república debe ser un cristiano maronita; el primer ministro, un musulmán suní; el presidente del Parlamento, un musulmán chií… El resultado es que mucha gente válida se queda fuera del reparto de poder y la consecuencia es una peligrosa insatisfacción permanente. Ahora bien, si el Estado es débil, de otra pasta está hecha la gente que conforma este país. Una cosa es la legalidad y otra la realidad de la calle. Los libaneses son supervivientes natos del rosario de conflictos y guerras civiles que han asolado este país desde hace decenios. Aquí se vive al día como en ninguna otra parte. Nadie hace planes de futuro. Muchos libaneses han optado por emigrar y es ya una frase hecha decir que hay más libaneses repartidos por el mundo que en su país.

Los refugiados sirios son los últimos en llegar; los primeros, los palestinos, aún no se han ido…

El drama de los refugiados palestinos es una herida sangrante en este país desde que fueron expulsados de su tierra por Israel. Desde entonces, y los primeros desplazamientos comenzaron ya en 1948, este problema no ha hecho sino enquistarse y multiplicarse. El Gobierno sigue afirmando que no pueden quedarse aquí, que están de paso; de ahí la lista de profesiones que no pueden ejercer en territorio libanés, la prohibición de comprar propiedades, de tener pasaporte… La situación es kafkiana. No pueden quedarse pero, ¿dónde pueden ir? Un desastre. De otro lado, muchos libaneses no perdonan el papel que los palestinos jugaron en la guerra civil de este país a partir de 1975. Se les acusa de prender la mecha de la guerra y de contribuir a su propagación, aliándose con grupos islámicos, luchando entre ellos, dividiéndose en facciones opuestas como Hamas y Al Fatah, creando milicias incontroladas…

La desgracia de sus vecinos ¿es la fortaleza de Israel?

La política de Israel es la de los hechos consumados. Israel, que ha sido siempre un Estado muy organizado, se ha visto en los últimos tiempos reforzado por la emigración rusa. Algunos ni siquiera son judíos, pero en todo caso han supuesto una inyección de ambición y vitalidad para el Estado israelí. No es menos cierto que los países árabes que rodean a Israel viven o en la catástrofe o bordeándola. Inmersos en guerras, divididos socialmente, nunca podrán poner las bases para llevar a término una revolución que los saque de su marasmo.

Las revoluciones árabes, sus primaveras, habían concitado muchas esperanzas.

Nunca he creído en las revoluciones árabes tan publicitadas por la prensa occidental. Las televisiones nos mostraban la plaza Tahir de El Cairo abarrotada, decían, de una multitud dinámica y educada, que hablaba inglés y que se convocaba por medio de las redes sociales. Es evidente que esa gente, jóvenes universitarios muchos de ellos, urbanitas, existen, pero es igual de evidente que no representan ni a la mayoría de los cairotas ni a la globalidad de Egipto. Quisimos creer en lo que representaban porque eran una proyección de nuestros deseos. Anhelábamos un Egipto dinámico, libre de toda clase de dictaduras, tanto las que sirven al imperialismo como las que se arrodillan ante la teocracia. Nuestros sueños y un profundo desconocimiento de la realidad de estos países fue lo que llevó a hablar de primaveras árabes, revoluciones, fin de una época…. Un espejismo.

En unas elecciones libres quienes salen elegidos son los Hermanos Musulmanes. Y eso no es una casualidad. Los estados árabes no llegan con efectividad a cubrir las necesidades de su población en materia de vivienda, salud, educación. Cuando se produce un desastre natural o de otra índole los primeros en llegar a los afectados son los médicos o los arquitectos de Hamas, son los que levantan casas, canalizan el agua y se hacen cargo de las necesidades vitales del pueblo.

¿De dónde sale el dinero?

De los estados del Golfo evidentemente. Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Abu Dhabi, Qatar. La riada de petrodólares sirve, sobre todo, para mantener el statu quo de esos principados. El triunfo de los Hermanos Musulmanes es el triunfo del capitalismo. Se hace proselitismo de un islam teocrático y apocalíptico. Es un impuesto que los principados del Golfo pagan a cambio de la inmunidad para sus gobiernos y monarquías feudales. A Occidente han llegado las imágenes que muestran ciudades de acero y cristal, proyectos de arquitectura faraónicos, campeonatos deportivos exclusivos, todo envuelto en un supuesto cosmopolitismo que sirve para ocultar la esclavización de su población y unas condiciones políticas y sociales medievales. La desgracia de los países árabes ha sido tener petróleo. Todos los recursos que se extraen están en manos de la minoría menos ilustrada y educada que cabe imaginar. Son beduinos multimillonarios en absoluto preocupados por hacer un uso racional de esa inmensa riqueza. Paradójicamente, estos regímenes en apariencia tan soberbios solo pueden comprar su tranquilidad con dinero. Son países frágiles, un atentado en una plaza de cualquiera de estos estados dejaría claro de inmediato que su fortaleza aparente es solo eso, mera apariencia. Hay un dicho que viene a decir que si vives en una casa de cristal no deberías dedicarte a lanzar piedras.

¿Vislumbra un futuro mejor para Líbano y su vecinos árabes?

No soy optimista con respecto al futuro. Escuchas las noticias y no son sino una letanía de desgracias, guerras, atentados, enfrentamientos entre chiítas y sunitas…. El modelo de Estado-nación parece agotado para los países árabes. La convivencia se torna imposible. Cambiar este modelo en la línea de crear estados confesionales, algo ya anunciado por Kissinger en su día, costará ríos de sangre… Cuando me instalé en Beirut, hace más de treinta años, había entusiasmo en el ambiente. Se creía en la posibilidad de una Revolución árabe. Se habían dado pasos: Nasser, los partidos laicos… En los 70 parecía factible el alumbramiento del nuevo hombre árabe, el que apostaba por el reparto de la riqueza, por la igualdad de la mujer en la sociedad. ¿Quién se acuerda ahora de que en Yemen hubo una guerrilla laica y marxista? Israel ha sabido protegerse y sus vecinos, incluidos los palestinos, están divididos. Veo con pavor que el Oriente Medio que tanto me sedujo ha dejado de existir. Por si los conflictos de raíz religiosa fueran pocos la globalización ha acabado por deformar el carácter tradicional árabe.

Visto desde fuera la sensación de complejidad es apabullante. Afirmar una cosa y la contraria parece, en ocasiones, factible.

Tratar de encontrar el hilo en este berenjenal es muy complicado. Hemos visto como muchas grandes cadenas han hecho un análisis, a mi juicio pésimo, de las llamadas primaveras árabes. Hay una mezcla de sensacionalismo, las tragedias siempre venden, y de arrogancia, como si fuera fácil explicar las claves del conflicto. Si alguna ventaja tiene ser corresponsal es la necesidad de especialización a la hora de explicar lo que aquí sucede. Todos sabemos de la guerra civil que desgarra Siria, mucha prensa occidental se ha limitado a contarlo como un conflicto entre dos bandos pero, ¿alguien ha explicado el impacto que la sequía de años tuvo sobre los campesinos sirios? El éxodo del campo a las grandes ciudades fue un factor de desestabilización del régimen de Al-Assad. Está claro que la sequía no fue el origen de la guerra pero posiblemente sí un factor a tener en cuenta. Lo menciono para ilustrar hasta qué punto se explican realidades fluctuantes y muy complejas con ideas abstractas y preconcebidas. Sucede lo mismo a otros niveles. China, por ejemplo; un país tan inmenso donde conviven tantas razas y fuerzas opuestas, suele ser despachado en los medios con una mezcla de lugares comunes y obvias novedades.

Fuente:gara.naiz.info

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