Masada, situada en el extremo oriental desierto de Judea y cerca de la costa occidental del Mar Muerto, fue el escenario del último episodio de la Gran Revuelta Judía contra Roma que estalló en el año 66. Los cabecillas del millar de resistentes que se habían encastillado en el lugar decidieron suicidarse después de matar a sus familiares, antes que caer en manos de los romanos.
Las excavaciones arqueológicas dirigidas por Yigael Yadin intentaron confirmar la veracidad del episodio, recogido por Flavio Josefo en ‘La guerra de los judíos’, cuya versión más heroica se había convertido en un mito nacional israelí.
Masada (del hebreo ‘metzuda’, ‘fortaleza’) es una montaña aislada cuya cumbre plana de forma ligeramente romboidal, a unos 450 metros de altura sobre el nivel del Mar Muerto y 63 sobre el del Mediterráneo, supera las 8 hectáreas de extensión, con una longitud máxima de 643 metros. Sus laderas son precipicios cuya altura oscila entre los 70 y 150 metros, lo que convierte la cumbre en un reducto natural inexpugnable al que solo se podía ascender en fila india y al descubierto por dos senderos. En este lugar, Herodes el Grande (¿73? aC – 4 dC) hizo construir un complejo palaciego amurallado dotado de todos los lujos imaginables, con grandes cisternas que recogían el agua de lluvia y almacenes enormes bien provistos de armas y víveres, con el fin de usarlo de refugio en caso de una revuelta popular o para protegerse de un ataque exterior.
Cuando estalló la rebelión judía del año 66, un grupo rebelde perteneciente a la facción extremista de los ‘sicarii’ o sicarios (por la ‘sica’, nombre del puñal curvo que usaban) capturó la fortaleza por sorpresa y pasó a cuchillo a la guarnición romana que había acuartelada en ella. La revuelta fue sojuzgada a sangre y fuego por todo el país. Jerusalén fue tomada y su templo destruido por las tropas de Tito en 70. Tras la caída de Maqueronte y Herodium, Masada se convirtió en el último núcleo de resistencia contra el dominio de Roma y la misión de acabar con él le fue encomendada al legado Flavio Silva (Lucius Flavius Silva Nonius Bassus).
Conocemos los últimos días de Masada gracias al relato del historiador judío Tito Flavio Josefo (de nombre hebreo José Ben-Matityahu, 37/38-100). Militar y diplomático de familia sacerdotal vinculada a los fariseos, lideró a los rebeldes en Galilea durante el levantamiento de 66 y se las apañó para sobrevivir a la caída de Jotapata escondido en una cisterna. Capturado y llevado ante Tito Flavio Vespasiano, le predijo que sería emperador. Al cumplirse el vaticinio, obtuvo la libertad y adoptó el nombre romano del que se convirtió en su protector. Además de una ‘Autobiografía’ entretenidísima y fascinante por la habilidad que demuestra para salir airoso de las situaciones más comprometidas sin dejar demasiados pelos en la gatera, Josefo escribió ‘Contra Apión’, ‘Sobre la antigüedad de los judíos’ y ‘La guerra de los judíos’. El capítulo XXVIII del libro VII de esta última obra narra los últimos días de Masada desde un enfoque favorable a los romanos, lo que conviene tener en cuenta a la hora de sopesar su objetividad. Además, Josefo estaba en Roma cuando ocurrieron los hechos, por lo que escribió ‘de oídas’, probablemente a partir de los informes oficiales del asedio y relatos de testigos.
El asedio
Flavio Josefo cuenta que, cuando los romanos llegaron al pie de la montaña de Masada, arriba había 960 rebeldes liderados por Eleazar Ben-Yair, muchos de ellos no combatientes, ancianos, mujeres y niños. El historiador judío no detalla las fuerzas de las que disponía Silva, se limita a decir que “reunió a toda la gente que pudo”.
El legado comandaba la X Legión Fretensis, que contaba con varios cuerpos auxiliares. El número de combatientes estimado varía entre los 5.000 y los 9.000 soldados. Dado que la fortaleza parecía inexpugnable, Silva descartó el asalto directo (‘repentina oppugnatio’) y ordenó rodear Masada y cegar los acueductos que la abastecían de agua.
Como explica Félix Cordente Vaquero en ‘La toma de Masada: ejemplo de eficacia de la técnica poliorcética en el ejército romano’ (rev. ‘Gerión’, nº 10, 1992), los abundantes víveres de que disponían los sitiados llevaron a los romanos a desestimar la idea de rendirla por hambre y a recurrir al método de asedio regular (‘longinqua oppugnatio’), que combinaba obras de bloqueo para impedir el aprovisionamiento y la huida (la ‘circumvallatio’), y obras expugnatorias para favorecer el ataque: en este caso, la construcción de una rampa (‘agger’) paralsubir una torre de asalto dotada de un ariete hasta el pie de la muralla.
Fuente:elcorreo.com
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