EE UU se bloquea ante la crisis egipcia

JEAN-MARIE COLOMBANI

Los acontecimientos de Egipto tienen una importancia considerable, por supuesto. En una región que podría hundirse en el caos como consecuencia de la monstruosa guerra civil siria, el retorno de los atentados sangrientos en Irak y las amenazas que pesan sobre las revoluciones libia y tunecina —sin olvidar las negociaciones israelo-palestinas, sobre cuyo desenlace ya nadie se aventura a emitir un pronóstico, por prudente que sea—, la gravedad de los sucesos egipcios tiene múltiples repercusiones. Para Egipto, evidentemente, que se juega su futuro: regreso a la dictadura o, pese a todo, incluido el baño de sangre, instauración de una nueva transición democrática. Para Estados Unidos, entre cuyos aliados estratégicos en la zona no solo estaba Arabia Saudí, sino también Egipto. Para Europa, aunque en menor medida, que necesita un Egipto estable. Para las revoluciones árabes, cuyo fin podrían estar anunciando estos hechos. Y, finalmente, para el islam político.

Detengámonos, en esta fase más que incierta de los acontecimientos, sobre el papel y el lugar que ocupa Estados Unidos. La impotencia del presidente Obama frente a sus interlocutores egipcios, unos generales tradicionalmente sumisos a Washington, aparece como un elemento central que podría ser una manifestación de un giro trascendental. Es cierto que al presidente norteamericano todo esto le ha cogido a contrapié. Su discurso de El Cairo, el primer gran discurso sobre política exterior de su primer mandato, un mensaje solemne al mundo árabe, fue interpretado en su momento como precursor de la Primavera árabe. ¿No invitó Barack Obama a los pueblos de la región a conquistar la libertad? Este discurso marcaba, en efecto, un giro estratégico, y el comienzo de una alianza de facto con los Hermanos Musulmanes. Estos últimos eran considerados como la única fuerza capaz de tomar el relevo, pero, sobre todo, en Estados Unidos eran considerados la mejor muralla contra Al Qaeda. Para Washington, una sociedad dominada por la Hermandad no podía dejarse tentar por las sirenas extremistas, especialmente las de Al Qaeda, uno de cuyos principales dirigentes es egipcio.

El problema es que los Hermanos Musulmanes no se han conducido como demócratas, ni mucho menos. Todos sus adversarios, en Egipto sobre todo, y entre ellos su blanco favorito, a saber, los coptos, han venido denunciando incesantemente el golpe de Estado perpetrado solapadamente por el presidente Morsi y sus partidarios al amparo de su victoria electoral. Esto explica que una parte no desdeñable de Egipto haya aceptado, al menos por el momento, la intervención de las fuerzas armadas.

La situación es particularmente compleja. Barack Obama está abocado a denunciar las masacres, los blindados que disparan sobre la muchedumbre, el extremismo de los militares. Y, por lo tanto, a prever ciertas sanciones. Pero estas no pueden llegar muy lejos, pues los intereses estratégicos norteamericanos en Egipto son capitales. Estados Unidos subvenciona a las fuerzas armadas y, a cambio, se garantiza el libre acceso permanente tanto al espacio aéreo egipcio como al Canal de Suez. Mutatis mutandis: para Estados Unidos es tan impensable separarse de forma duradera de Egipto como lo es para Putin y Rusia romper con su único apoyo estratégico en la región, la Siria de Bachar el Asad. Por tanto, no es fácil que abandone a los generales ni que se enemiste con ellos.

La solución, en los términos en que la enuncian sobre todo los dirigentes europeos, pasa por apoyar a los moderados de ambos bandos, en un momento en que uno y otro, militares y Hermanos Musulmanes, están dominados por los extremistas. En mayor o menor medida, los militares tendrán que aceptar el restablecimiento de un proceso democrático. Y más teniendo en cuenta que, ya antes de los acontecimientos, los Hermanos Musulmanes parecían haber perdido mucho terreno entre la opinión pública egipcia.

El actual bloqueo de Estados Unidos en la región es sin duda una de las etapas de una retirada progresiva vinculada a la reconquista de su independencia energética y a un nuevo rumbo diplomático bautizado por Barack Obama “leadership from behind”, que, de hecho, es un reflejo de su reorientación hacia su confrontación con China. Esta situación plantea cada día más claramente el problema de la presencia de la Unión Europea, que, no lo olvidemos, es junto a Israel la primera interesada en la estabilidad del Mediterráneo. Si “la naturaleza aborrece el vacío”, uno se pregunta a qué esperan los dirigentes europeos para intentar llenarlo. Para el Viejo Continente es una necesidad estratégica a largo plazo cada día más evidente y a la que, al mismo tiempo, sigue pareciendo igual de difícil dar respuesta.

Fuente:elpais.com

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