BECKY RUBINSTEIN F. PARA ENLACE JUDÍO
¿Qué hacían los pequeños de la época cuaternaria para entretenerse?
Lo ignoramos. Acaso, entre cacería y cacería en compañía de alguna figura paternal, observaban el correr de las aguas, la salida y el ocaso del sol. Quizá contaban las estrellas o los deseos de sus manos o de sus pies.
¿Qué hacen los pequeños de nuestra época para entretenerse?
¿Lo ignoramos? ¡Para nada!
El mundo del entretenimiento, hoy día, es invasivo. Incluso para los adultos. Sobre todo para los pequeños.
Se enojan si no pueden ver la tele, se ponen furiosos si no han visto la última película en tercera dimensión. Como sus amigos, sus vecinos o sus compañeros de banca.
Todo llega rápido y en avalancha. Difícil resulta detenernos a meditar, a pensar.
Muchos adultos se quejan que no les da tiempo de leer las novedades. Qué diremos de los clásicos. Sin embargo, el sinfín de opciones surgen ante nuestra mirada y nos hacen guiños.
Entre los pequeños ¿habrá quién observe el correr de las aguas, la salida del sol, el ocaso?
¿Habrá quienes se detengan, frente al maremágnum de opciones, por ejemplo a leer a Andersen, a Grimm, a Bashevis Singer, a Neil Geiman, a Tolkien?
Por suerte para los que amamos la lectura llegó Rowlins. Muchos la critican por su literatura fácil; otros envidian su multimillonaria suerte.
Hoy día, cual hongos tras la lluvia, surgen películas basadas en libros más o menos apegados a las fuentes. Muchas de ellas son magníficas. Se aplaude el intento. Sin embargo, nos preocupa que por ver la película, los niños se olviden de acudir a los libros de papel y tinta. Me preocupa, asimismo, que los libros modernos de plasma “borren del mapa “al libro como lo conocimos los que ahora somos abuelos. Los que nos regocijábamos con el libro: con su olor, su textura. Los que jugábamos con sus hojas sin imaginar que el futuro nos cambiaría el panorama.
¿Desaparecen por completo los libros tal y cual los concibieron los hombres del medioevo? ¿Tal y como lo concibió Gutemberg?
Por supuesto que debemos adaptarnos a los tiempos. Aceptar que hay quien prefiere contemplar el cielo en una pantalla. Aceptar que los bosques se acaban y que el hombre, en su búsqueda, encontró una alternativa para leer los muchos libros que la civilización ha acumulado. También se debe aceptar que los libros se pueden transformar en películas. Pero, una pregunta más: ¿sobrevivirá el libro como antaño?
¿Los lectores de hoy tendrán algo en común con los de antaño? ¿Habrá lectores que se regocijen frente al libro, fuente de alegría, de conocimiento?
Cada vez que adquiero un libro, siento que llevo un amigo a casa. Un amigo paciente que tolera mi ritmo a veces pausado, a veces, torpe. No siempre alcanzo a leer de golpe sus letras; a veces, necesito una relectura para comprender, para adentrarme en sus secretos, en su misterio. Marcho con el tiempo para no quedarme atrás. Quizá algún día adquiera una pantalla de plasma y me regocije con el libro en turno. Lo ignoro.
Sin embargo, nada ni nadie me arrebatará el gozo de saberme dueña de un libro, para mí, el mejor amigo. Para mí, la mejor herencia. Para mí un remanso en el mundo avasallante de la comunicación. Alguien puso en mi camino una computadora, y no siempre alcanzo a “domeñarla.” Como diría algún antiguo.
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