MAY SAMRA PARA ENLACE JUDÍO
El Muro de los Lamentos no es alto. Puedes verle la cima. Algunas zarzas secas surgen entre sus piedras, pero lo que más sobresale son papelitos, miles de recados dirigidos a Dios. Peticiones desesperadas. Milagros en ciernes. Posibilidades infinitas, curaciones, de fertilidad instantánea, amores atormentados, angustias diversas que simplemente necesitan un soplo del aliento divino.
¿Leerá Dios toda su correspondencia? ¿O tendrá quizás algunos ángeles-secretarios que filtren los recados? ¿Con qué criterio? ¿Qué tal si le toca mi papelito al ángel al final de una jornada agotadora y diga: ésta no sabe siquiera lo que quiere, y tire el pobre papelito maltrecho al basurero divino? Por lo pronto intento colocarlos en los huecos de las piedras para que no caigan al delgado riachuelo de agua que corre al pie del mismo. Algunos sucumben y los recojo, aunque no sean míos, por pura caridad. Los míos se mezclan con más dolor humano, con más rostros asustados, con más manos retorciéndose en los regazos: así agarrarán más fuerza. El sufrimiento es como levadura, la masa es difícil de contener una vez que supura el dolor.
El muro tiene poros abiertos
Resopla de desesperación cotidiana
Y de estar tantos siglos en el mismo lugar.
Está cansado
Si Dios no se apiada del tormento humano,
Quizás lo haga del hastío del Muro, Su mensajero.
Hay una larga en español que alguien ha dejado. En el filo, como voyerista, alcanzo a leer unas palabras, dice: por favor, que cambie su corazón. ¿Qué opinará Dios? ¿Cambiará el corazón de este ser que rechaza al autor de la carta? ¿No sería más fácil cambiar el corazón de ella (suponiendo que sea mujer, para que él ya no tenga cabida? ¿Qué tal si Dios, enternecido por el sufrimiento de esta mujer, decide, piadosamente, simplemente fulminarla, de un tiro certero, para acabar con la tortura, como se sacrifica un caballo?
Llevo algunos papelitos de encargo. Peticiones precisas. Salud. Éxito. Prosperidad. Otras menos precisas: Suerte. Felicidad. Los Sabios dicen: no hay que pedir algo específico, sino lo que Dios considera mejor para cada uno. Por eso yo escribí:
AYÚDAME. Con letras mayúsculas. Y la única plegaria que sale de mi boca es ésta: tú y yo, Dios mío, juntos para siempre. Quizás Dios sea la mujer arrodillada junto a mí, el predicador del lado de los hombres, una amalgama de almas.
Cierro los ojos y, como siempre, Dios entiende mi confusión. En el Muro, con ternura, bajo el sol abrasador, Dios me acaricia el pelo y me dice: tendrás que encontrar sola el camino. Pero ¿sabes? Uno de Mis nombres es Rahamim, Consuelo.
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