El largo camino a Damasco

LEÓN KRAUZE
Parece casi un hecho que Estados Unidos comenzará un ataque contra el gobierno sirio en los próximos días, aunque hay más reparos que entusiasmo por la idea de la intervención. Las consecuencias son inimaginables, para Siria, la región y, francamente, para el mundo.

Todo parece indicar que, una vez que cuente con la autorización del Congreso, Barack Obama ordenará un ataque contra el régimen sirio de Bashar al-Assad. Muchas voces ya han advertido la contradicción que supone que un premio Nobel de la paz comience un ataque contra una nación soberana, sin provocación alguna. La cosa no es tan simple. Bien vale la pena discutir qué tan justa es la intervención militar en Siria, sobre todo después de conocer los detalles de los brutales ataques con armas químicas de las últimas semanas.

En los últimos días, mientras recorría la prensa estadounidense en busca de opiniones, encontré muchos más artículos escépticos que entusiastas con la idea del inminente ataque. Advierto dos tipos de reparos. Primero están aquellos que sugieren que una intervención de cualquier tipo en Siria es no solo ilegal, sino potencialmente desastrosa y, al menos, contraproducente si lo que se busca es detener a Assad y asegurar la estabilidad en la región. Hay quien parte del viejo argumento de la no intervención y punto: Estados unidos no tiene ningún derecho ni ninguna obligación de intervenir en un conflicto que no es suyo y donde sus intereses no se ven afectados de ninguna manera. Otros, más pragmáticos, indican que un ataque estadounidense no tendrá sino dos posibles resultados: fortalecer al régimen dictatorial sirio dándole argumentos para victimizarse frente a la agresión “imperialista” y, más interesante todavía, fortalecer las posiciones de Al-Qaeda, cuyo socio Jabhat al-Nusra ha dado forma y vida a los rebeldes sirios. No es casualidad que un marino estadounidense publicara una foto recientemente en la que, cubriéndose el rostro, señalaba: “No me volví marino para pelear por Al-Qaeda en una guerra civil en Siria”. Tiene razón en advertir la incongruencia.

Hay reparos de otra índole, enfocados mucho más en la torpeza de la operación que plantea Obama, algo que el genial comediante Jon Steart ha llamado “Operación sólo la puntita”. Stewart se burla de lo que muchos analistas menos simpáticos pero también muy informados juzgan como una operación militar apenas simbólica cuyo objetivo parece más evitarle una vergüenza internacional a Barack Obama que de verdad debilitar a Bashar al-Assad. Estas voces señalan que una intervención militar de medias tintas, con un ataque limitado a misiles de larguísima distancia sin un plan de contención del arsenal de armas químicas sirio ni un proyecto específico para sacudir a Assad terminará por fortalecer al dictador sirio dándole argumentos para presentarse como una víctima de occidente y, quizá, comenzará un conflicto regional mayor. Muchas de estas voces están realmente furiosos con Barack Obama. Le reclaman que se haya tardado meses en siquiera pensar en detener al Assad (indecisión que le dio al dictador la oportunidad de cometer atrocidades infinitas) y que ahora, cuando finalmente encuentra las agallas, lo hace a medias. Incluso le reclaman que haya buscado la aprobación del Congreso, a pesar de que es lo correcto legalmente. Se quejan de que, al buscar la venia del Congreso, Obama no está actuando desde un súbito ataque de conciencia moral sino meramente por un cálculo político.

En cualquier caso, parece casi un hecho que Estados Unidos comenzará un ataque contra el gobierno sirio en los próximos días. Las consecuencias son inimaginables, para Siria, la región y, francamente, para el mundo. No es imposible pensar que Barack Obama, aquel histórico candidato de la esperanza, será recordado precisamente por esta decisión tomada, con suma torpeza y entre dudas, apenas comenzando su segundo periodo presidencial.

Fuente: Animal Político

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