La pesadilla de Oriente Próximo

JAVIER SOLANA /

Oriente Próximo sigue conmocionado por una espiral de inestabilidad que no parece tener fin. La posible intervención militar en Siria y el grave empeoramiento de la situación en Egipto tras el golpe militar captan la atención mundial. Por otra parte, a pesar de los cambios que se han producido en el país tras las elecciones, la negociación nuclear iraní no ha recuperado dinamismo.

Oriente Próximo vive una complicadísima situación con tintes paradójicos. Los aliados tradicionales de Estados Unidos en la región (Arabia Saudí, Israel, Turquía, Egipto y las monarquías del Golfo) muestran intereses dispares sobre la región. En todos los casos entran en juego otros actores regionales. Arabia Saudí, previendo consecuencias internas, no quiere ver una fuerza islamista legitimada democráticamente, y se posiciona en contra de los Hermanos Musulmanes, pese a que estos son más moderados que la rama saudí del islam. Israel, por su parte, presiona de dos maneras. Por un lado, para que se reconozca el golpe y a los militares, velando por la estabilidad de la frontera del Sinaí. Por otro, juega la carta de la negociación con Palestina. Puede supeditar los avances en la negociación a los acontecimientos en Egipto o en otros lugares de la región —como Irán—. Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos, ha puesto todo su capital político a disposición del avance de las negociaciones de paz, e Israel lo puede aprovechar.

La guerra civil siria, por su parte, se ha convertido en uno de los más claros ejemplos del conflicto latente en toda la región: el de los suníes contra los chiíes, que define también la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, respectivamente. El de Egipto, por el contrario, es un conflicto de naturaleza más política que religiosa, entre una población mayoritariamente suní.

El golpe de Estado en Egipto ya ha demostrado ser un error. La persecución de los Hermanos Musulmanes es incompatible con la democracia y los militares parecen retomar las prácticas de la época de Mubarak. La represión del Ejército a los Hermanos Musulmanes podría no ser tanto una cuestión religiosa como de poder. Al ser la única fuerza organizada del país, los Hermanos Musulmanes son la mayor amenaza para el Ejército, como se demostró con su victoria en las elecciones que auparon a Morsi a la presidencia.

Pero además de todo lo anterior, queda un problema fundamental sin resolver. Se trata de Irán. Tras la toma de posesión del nuevo presidente, Hasan Rohaní, no se ha puesto de manifiesto la voluntad necesaria de avanzar en la negociación sobre el programa nuclear. Es necesario.

Nos interesa a todos un Irán predecible y no un movimiento chií desestabilizador

Ante este panorama regional, un avance en la negociación con Irán crearía un clima más propicio para resolver el resto de problemas de la región. La negociación nuclear, además, dependerá ahora del Ejecutivo iraní, por lo que Rohaní ganará algo de margen de actuación. El nuevo ministro de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, asumirá importantes responsabilidades. Es una persona conocida y respetada por todos los dirigentes de los países que participan en la negociación.

Pese a las grandes dificultades y la cautela con que siempre hay que afrontar el tema, se debe reconocer la importancia que tiene la elección de Rohaní y su equipo negociador. Se abre una oportunidad que debiera ser aprovechada con determinación.

Recordemos que el día de las elecciones presidenciales iraníes fue a las urnas casi un 75% de la población, cuando se esperaba la apatía, dando la victoria a Rohaní. El hoy presidente venció gracias a una importante movilización ciudadana, por su programa claro sobre la economía y sobre la participación de Irán en la comunidad internacional, incluido su papel en el ámbito nuclear. Ya en la toma de posesión respondió con su discurso y con la elección de sus ministros a lo que los iraníes le pidieron con sus votos. Un Gobierno que pocos creían que sería capaz de nombrar, en lo económico y en las relaciones internacionales.

Se dieron dos importantes pasos: uno por parte de la ciudadanía iraní, al entender los desafíos ante los que se encontraban, y otro del presidente, al elegir a los mejores para una empresa de dificultades enormes. Entre la racionalidad y la imprevisibilidad, el pueblo iraní y su líder han elegido lo primero.

Irán es un país rico en dichos de utilizaciones múltiples y tiene uno que me gustaría sacar a colación: “Solo se puede despertar a quien está dormido, no a quien se hace el dormido”. Este dicho es válido, en interpretación libre, para Irán y sus gentes. Pero también para la comunidad internacional, que debe ser consciente de la importancia de esta elección.

En un mundo tan complejo y en un Oriente Próximo lleno de incertidumbres, nos interesa a todos un Irán predecible, un Estado importante regionalmente y no un movimiento chií desestabilizador con ambiciones que van más allá de lo que los tratados internacionales permiten. Sin duda, la solución pacífica está aún al alcance de la mano, pero requiere del compromiso y la determinación de todos.

Fuente: El País

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