LUIS ANTEQUERA
El término “diáspora” describe un fenómeno que es prácticamente consustancial a la judaidad, cual es el de la dispersión de los judíos, originarios de Israel o más estrictamente de la región israelí de Judea, como es de todos conocido.
La primera diáspora quizás date de los tiempos en los que Nabucodonosor II (604-562 a.C.) conquista el Reino de Judea en el año 587 a.C., ocasión en la que ya muchos judíos huyen a Egipto, y se acrecienta con la aparición en el escenario de Alejandro Magno, la cual inicia el proceso de helenización de una parte importante del pueblo de Israel y la expansión hacia el norte (Antioquía, Tarso…) y el oeste (Alejandría, Roma incluso, etc.). Pero el fenómeno es masivo y definitivo cuando en el año 135 d.C. el Emperador Adriano pone fin a las larguísimas guerras judías con la destrucción absoluta de Jerusalén y la expulsión de los judíos de la ciudad santa, una expulsión que obliga al pueblo de Israel a quemar con sus pies los caminos del Imperio buscando un refugio en los distintos rincones del mismo.
A partir de ese momento, el pueblo judío se va a diferenciar en dos grandes grupos en función de los lugares que se constituyen en el destino de su diáspora: los judíos sefardíes y los judíos askenazis o asquenazíes.
Los primeros, a saber, los sefardíes o sefarditas, son los que se refugian en Sefarad, un término geográfico con el que los judíos designan a España en el amplio sentido de la palabra, es decir, la Península Ibérica, que incluye tanto España como Portugal. El término viene registrado en la mismísima Biblia, concretamente en el libro del Profeta Abdías, en el que por cierto, se la relaciona precisamente con la diáspora:
“La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta, y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negueb” (Abd. 20).
El término irá ganando y perdiendo en significado, y así, si en un principio se ciñe bien a los que designa la palabra “Sefarad”, en un segundo momento se amplía para incluir a todos los judíos no asquenazíes, a saber, básicamente los sefardíes pero también los procedentes de Arabia, Magreb, India, que a partir de un determinado momento, pasarán a reconocerse como “mizrahim”, con lo que si por un lado vemos aparecer una tercera tipología entre los judíos, por lo que se refiere a nuestra palabra “sefardí”, recupera su significado original, el de los judíos establecidos en la Península Ibérica y aledaños.
En la vida del judaísmo sefardí una fecha cobra especial importancia: el 31 de marzo de 1492, cuando los Reyes Católicos expulsan de España a todos los judíos que no procedan a su inmediata conversión al cristianismo. Se estima que del millón de judíos entremezclados entre los siete millones de personas que podrían poblar la Península para entonces, la mitad optaría por el exilio y la otra mitad por la conversión.
En cuanto a los judíos asquenazíes, “askenazi” o “asquenazi” es el nombre dado a los judíos que se asentaron en la Europa central y oriental, Alemania, Polonia, Ucrania, Rusia y otros países germánicos y eslavos del centro y el este de Europa. Por el contrario que la palabra “sefardí” de origen indiscutiblemente geográfico, la palabra “asquenazi” tiene un significado originariamente personal, pues Asquenaz es el hijo de Gómer, hijo a su vez de Jafet, hijo a su vez de Noé, un biznieto de Noé por lo tanto, según señalan tanto el libro del Génesis (Gn. 10, 3) como el Libro Primero de las Crónicas (1Cr. 1, 6). La genealogía del personaje ya nos está dando una pista, pues los descendientes de Jafet son los que en terminología bíblica pueblan “las islas de las gentes” (Gn. 10, 5), vale decir, Europa.
El libro de Jeremías realiza una nueva alusión al personaje:
“Alzad bandera en la tierra, tocad cuerno en las naciones. Haced leva santa contra ella en las naciones, citad contra ella a los reinos de Ararat, Miní y Asquenaz, estableced contra ella reclutador, haced que ataque la caballería cual langosta” (Jr. 51, 27)
Los judíos asquenazíes no pasarán por menos dificultades que los sefardíes, y así, las expulsiones de los diversos países que ocupan se sucederán las unas a las otras: en Inglaterra ya había ocurrido en 1290, en Francia en 1306, en Viena en 1421, en Colonia en 1424, en Ausgburgo en 1439, en Baviera en 1450, en Moravia en 1454…
Una fecha, sin embargo, se muestra crucial para todos los judíos, que sean sefardíes que sean asquenazíes, repartidos por ese entonces por todos los rincones de Europa: el año 1942 –idénticas cifras, paradójicamente que las de la expulsión española- que puede indicarse como el del inicio del Holocausto nazi o Shoá, resuelto, según acostumbra a decirse, con la fatídica cifra de seis millones de víctimas, que equivalen nada menos que a las dos terceras partes de los judíos existentes en Europa por la época.
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