RODICA RADIAN GORDAN
Como cada año, el mes de septiembre es el de las festividades mayores del calendario judío. La semana pasada se festejó el nuevo año, conocido como Rosh Hashana, mientras que esta semana el pueblo judío celebra Yom Kipur, el Día del Perdón, la más solemne de las celebraciones. Para el pueblo judío todos, los días entre Rosh Hashana y Yom Kipur, llamados los Días del Juicio, son días de balance tanto individual como colectivo. De manera similar, el 40 aniversario de la Guerra de Yom Kipur (que se conmemora estos días según el calendario judío) y el vigésimo aniversario de la Declaración de Principios de Oslo (13-IX-1993) son motivo para llevar a cabo una reflexión nacional en Israel.
La Guerra de Kipur fue un terremoto en la sociedad israelí, que puso fin a la atmósfera de euforia motivada por el gran triunfo en la Guerra de los Seis Días de 1967. El trauma —causado por el ataque de los ejércitos egipcio y sirio, percibido como una amenaza existencial que nadie había anticipado— condujo a la desaparición de la confianza que el público israelí tenía en sus líderes. Dicho drama dejó su huella de diferentes maneras en una generación entera y en la esfera política señaló el principio de la caída del Partido Laborista y el fin de su hegemonía.
Hasta hoy, el recuerdo colectivo de esta guerra convoca a la necesidad de la modestia, a alentar una cultura que ponga en duda y cuestione la veracidad de las evaluaciones realizadas por los diferentes líderes, al tiempo que asume la necesidad de prepararse para una realidad distinta. Sin embargo, hay que reconocer también que dicha guerra allanó el camino para el acuerdo de paz entre Israel y Egipto en 1979 (y, posteriormente, a la Declaración de Principios de Oslo en 1993 y al acuerdo de paz con Jordania en 1994).
En esencia, el conflicto entre Israel y Egipto podría ser resumido en términos de un conflicto territorial, de modo tal que después del retiro de Israel del Desierto del Sinaí el acuerdo de paz se concretó. El vigésimo aniversario del Proceso de Oslo provoca, por su parte, un diferente tipo de reflexión, dado que el conflicto israelí-palestino tiene sus raíces en problemas que van más allá de los territoriales: si bien desde septiembre de 1993 tanto los derechos nacionales palestinos, así como la visión de dos Estados para dos pueblos, han sido reconocidos y aceptados por los diferentes gobiernos israelíes, la parte palestina sigue manteniendo una narrativa histórica que está cargada de elementos de enemistad y de falta de confianza hacia Israel. Aunque en determinados momentos (en Camp David, 2000 y durante las negociaciones entre el ex primer ministro Olmert y Mahmoud Abbas en 2008) una solución pareció cercana, el liderazgo palestino no ha sido capaz de tomar decisiones que terminen definitivamente la disputa histórica.
El reciente reinicio de las negociaciones con los palestinos señala un verdadero anhelo de llegar a un entendimiento que asegure el futuro de Israel como un Estado judío seguro que pueda vivir en paz real, genuina y duradera con sus vecinos palestinos. A pesar de la difícil situación del Oriente Medio en los últimos años, estos días del nuevo año judío llevan la esperanza y el optimismo para que un posible acuerdo de paz entre Israel y los palestinos asegure mayor estabilidad y prosperidad en la región.
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