RABINO MARCELO RITTNER
La continua melodía
Yizcor en Yom Kipur. Nuestro momento especial en un día colmado de emociones y nostalgia, recuerdos y esperanza. Yizcor es la pausa que interrumpe la preocupación por mi mismo, por mi destino, para dar lugar a la evocación, al agradecimiento, a la memoria y a las lágrimas al recordar a quienes amamos, a quienes fueron pilares de nuestra vida, y que partieron a su descanso eterno. Recordamos un padre, una madre, tal vez ambos; un hijo, una hija, una esposa, un marido, una hermana, un hermano, abuelos, amigos, personas queridas quienes a pesar de su ausencia física siguen acompañándonos en el viaje de la vida.
Yizcor en Iom Kipur es la búsqueda obligada del consuelo y de la paz interior en medio de un tsunami que nos arrastra, que nos provoca la mayor oscuridad que hayamos sentido alguna vez y que no es otra que la oscuridad del alma. Porque en esta hora, estando juntos y al mismo tiempo aislados, no podemos evitar, ustedes y yo, por un lado alimentarnos mutuamente en el ayuno del dolor, y por otro, buscar rescatar las memorias y los recuerdos que se transformaron en el ancla que nos mantiene vivos y conectados con un pasado que no queremos soltar. Yizcor en Yom Kipur nos permite descubrir que el dolor es lo que más nos enseña sobre la vida. Yizcor, el recuerdo individual y el espacio para la memoria colectiva.
La muerte, como lo he dicho muchas veces, es la mejor maestra de la vida, porque nos enseña a valorar a quienes nos rodean, nos enseña la importancia de estar, ser y dar a nuestros queridos hoy, ahora, ya, y nos enseña que el suspiro por lo no vivido, lo no compartido, por lo no hablado queda en lamentos sin respuestas. ¡Hay tanto que me gustaría haberles dicho, tanto que contarles, tantos momentos por los que quisiera pedirles perdón! ¡Cómo me gustaría abrazarlos una vez más, besarlos una vez más, escucharlos, especialmente cuando me siento confundido o perdido! ¿Cómo aceptar tu muerte? ¿Cómo cerrar le herida que llevo en mi corazón? ¿Cómo vivir con el vacío de tu ausencia?
Y este día y esta hora nos insisten en buscar el equilibrio entre el dolor de ausencia y la bendición de que hayan formado parte de nuestra vida. Este día y esta hora nos enseñan que la muerte nos quitó lo que hubiéramos podido vivir, pero nunca puede quitarnos lo que vivimos. Por ello este momento en este día nos hace reflexionar sobre la urgencia de vivir la vida.
Anoche yo les decía no debe ni puede pasarse la conciencia, o el alma, por un proceso de Photoshop; que el autoengaño nunca es recomendable. Hoy quiero mostrarles un lado positivo de esta misma aplicación.
Hace pocos meses mi hijo Gabriel me regaló una foto. En ella se puede ver a mi papá con Gabriel, de pocos meses, sentado en sus piernas. Detrás de ellos, de pie, yo, y parados junto a mí, mis nietos Bernardo y Víctor. Y Samuel, tal vez con la misma edad de su papá cuando la foto fue tomada, aparece también sentado en las piernas de su bisabuelo. (¡Más tarde les muestro las fotos de mis nietos!). No tengo que decirles que cada vez que veo la foto, las lágrimas me corren por las mejillas. Y no puedo dejar de imaginar la sonrisa de mi papá, siendo yo hijo único, al ver una cuarta generación Rittner presente.
Qué maravillosa forma para crear y recrear por medio de una aplicación y de la imaginación, conmovedoras imágenes que actúan como un bálsamo en nuestro dolor, en nuestra tristeza. ¿No es sobre esto que trata Yizcor en Yiom Kipur? ¿Poder evocarlos para sentirlos presentes en este momento en nuestro minián? ¿Poder cerrar los ojos y volver a ver la película de nuestras vidas con ellos?
El tiempo pasa. Desde el último Kipur, algunos seres queridos, algunos queridos amigos, han partido a su descanso eterno, y al hacerlo nos provocaron dolor, tristeza y lágrimas, pero al mismo tiempo, desde el último Kipur, nuevas vidas nos alegraron el alma y provocaron sonrisas y lágrimas, nos trajeron consuelo y esperanza. Nuevas vidas a quienes al tener en nuestros brazos, les contamos nuestras historias de amor interrumpidas y les cantamos alguna melodía que fue la que nosotros escuchamos de niños y que nos sigue acompañando.
Y hay momentos en la vida, como este de Izcor en Yiom Kipur, cuando para poder escuchar nuestra propia voz tenemos que escuchar la voz de quienes han estado aquí antes que nosotros. Cuesta mucho trabajo tratar de no cantar la melodía al unísono, pero hay momentos en que tenemos apenas que mover los labios para seguir escuchando sus voces y no la nuestra, como en esta hora.
Yizcor nos enseña que la música de sus vidas terminó, pero su melodía permanece en nosotros. Un autor escribió: “Cada persona que pasa por nuestra vida es ‘única’. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad”.
Aquellos queridos que hoy recordamos son únicos en nuestra memoria. Con su muerte, nos volvimos incompletos, porque una parte de nosotros partió con ellos. Pero mucho más permanece en nosotros y nos acompaña cada momento y especialmente en este instante de Yizcor en Yom Kipur, cuando el encuentro de almas es más intenso, más perceptible.
Tú y quien evocas, tú recordando, agradeciendo, porque cada persona que pasa por nuestra vida es única.
Quiero hablarles de otra canción interrumpida. Les mencioné al comienzo que el momento de Yizcor es el tiempo del recuerdo individual y también de la memoria colectiva.
En este día de Kipur, hace hoy 40 años, el pueblo judío se vio conmocionado por el sorpresivo ataque de las fuerzas combinadas de Egipto y Siria, reforzadas por las divisiones acorazadas de iraquíes y jordanos, en lo que fue una invasión masiva. Recordamos cómo nuestros hombres fueron llamados a las sinagogas en pleno Yom Kipur. Recordamos cómo en ayunas se abrían camino lo más rápido posible para llegar a sus unidades. Muy pocos se dieron cuenta de la magnitud del peligro que corría Israel, su pueblo, su gente. Recordamos cómo los pocos muchachos que estaban en el frente lucharon valiente, desesperadamente, superados en número y armas. Recordamos el dolor de saber que llevaban a nuestros muchachos cautivos, y que los torturaban. Recordamos una prensa mundial que parecía disfrutar lo que parecía una derrota total y la desaparición de nuestro Estado. Y recordamos cómo nuestro pueblo luchó y, poco a poco, sorprendentemente, como si fuera una vez más el milagro de Adonái Tzevaot, las acciones y la audacia llevaron al ejército de Israel a la victoria. Recordamos cómo después de semanas de amarga lucha, los que prometieron arrojar al pueblo judío al mar, ellos, se presentaban ante la ONU a pedir tregua, con grandes ejércitos egipcios rodeados y sitiados, y con nuestras unidades a 70 kilómetros de El Cairo y a 36 de Damasco.
Pero nosotros no celebramos el triunfo militar. En esta hora de Yizcor, nosotros recordamos y lloramos la muerte de 2.569 preciosos hijos que vieron sus vidas cortadas.
E inmortalizamos a los miles de heridos que viven con marcas que se lo recuerdan cada mañana. Y evocamos a sus familias que, como nosotros, cada año, en este día lloran amargas lágrimas de tristeza. Ellos no lloran por soldados caídos, lloran el recuerdo de jóvenes hijos e hijas, con el amor y el inmensurable dolor de un padre o una madre, con los sueños truncados de una joven esposa y tal vez de hijos pequeños que ellos no pudieron conocer.
Y ellos, como nosotros, en esta hora están acongojados cada uno con su historia única, como el sobreviviente del campo de concentración cuyo único hijo murió en acción en algún lugar del Golán. El declaró: “Mi único hijo está muerto y ya no existe para mí alegría alguna sobre la tierra, pero cuando pienso en mis tres hermanos que perdí en Auschwitz, me digo que si ellos hubieran sabido esto, habrían envidiado la forma en que murió mi hijo”. O la mujer parturienta que estaba por dar a luz y el mismo médico que la atendería en el parto al día siguiente le anunció la muerte de su marido. Ella amenazó con quitarse la vida, pero cuando tuvo a su hijo en sus brazos, lo besó y le dijo: “Bienvenido a Eretz Israel, la Tierra de Israel”.
Tu melodía, mi melodía, la nuestra como comunidad, la melodía del pueblo de Israel en la tierra de Israel, todas ellas se entrelazan como nuestras lágrimas que evocan las vidas, las historias, los recuerdos, las sonrisas, el amor, los sueños truncados…
Y cuando nos levantemos a rezar Kadish, debemos comprometernos a que no sea un Kadish en vano, porque lo rezaremos por personas únicas: por un padre, una madre, o ambos. Lo rezaremos por un hijo o hija, por una esposa o un marido, por un hermano o hermana. Lo rezaremos por jóvenes mujeres y hombres que han dado su vida para que Israel pudiera vivir, para que tú y yo podamos vivir como judíos.
Por ello nuestro Kadish debe ser acompañado por el compromiso por la vida, por la paz. Nuestro Kadish debe ser para agradecer el ejemplo de sus vidas, para reafirmar que seremos dignos de sus vidas y de sus muertes.
Nuestro Kadish en Yizcor de Yom Kipur debe ser la reafirmación de nuestra fe, de nuestras kishkes judías, de nuestra tikvá, nuestra esperanza, que en nuestra vida tu y yo no solamente los recordamos: también llevaremos adelante sus sueños truncados y las melodías que dejaron de cantar…
La vida no siempre es lo bonita que la quisiéramos pintar. Hay momentos que nos exigen sacrificio, pero si ese sacrificio hace que la vida sea posible, que continúe, habrá valido la pena el dolor que no podemos acallar por completo, a pesar de los años, pero que sí debe seguir brindando sentido a la vida.
Lloramos por ellos, pero más que por su ausencia, por la bendición de su presencia que aún continúa. Como continúa la melodía de sus vidas en la nuestra… Yizcor.
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