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domingo 17 de noviembre de 2024

Vladimir Putin, hacedor de paradojas

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HÉCTOR E. SCHAMIS

Enlace Judío México |Las paradojas son habituales en la política internacional—efectos no buscados, escenarios inesperados que a menudo explican la guerra o la paz, nada menos. No por nada los textos de relaciones internacionales están plagados de ilustraciones paradojales. Desde la crisis de los misiles en Cuba—producto de las disputas al interior de las respectivas burocracias soviética y americana, más que del conflicto ideológico—hasta el fin del comunismo y la disolución de la Unión Soviética—consecuencia de Glasnost y Perestroika, reformas que lo que menos buscaban era semejante cambio histórico—lo fortuito tiene un papel preponderante.

La alta política, el arte de la indeterminación en su expresión más acabada. Hoy comienza otra paradoja—en realidad, cinco—para los textos del futuro: la mediación rusa que evita, al menos por ahora, el ataque de Estados Unidos a Siria. Autores, tomen nota.

Primera paradoja: el mediador indispensable. Ni que el pacifismo y la diplomacia rusa tuvieran inspiración en Suecia. Vladimir Putin, el déspota, se ubica en el centro de la escena, negociando la paz cuando la guerra era inminente.

Segunda paradoja: el campeón del multilateralismo. La tradición soviética y rusa en el Consejo de Seguridad es casi leyenda: el veto y el obstruccionismo, sobre todo en el Medio Oriente. La de Estados Unidos no es mucho mejor: el unilateralismo ha sido dominante en su política exterior, a pesar de algunas notables excepciones—Corea (ausente la Unión Soviética de la votación en el Consejo de Seguridad), la Guerra del Golfo de 1991 y la ex-Yugoslavia. Eso hasta ahora, parece ser, cuando la inesperada gestión de Putin, aceptada por Siria y por Estados Unidos, pone la crisis de vuelta en el seno de las Naciones Unidas—incluyendo un mediador designado por Ban Ki-moon—y neutraliza la acción unilateral.

Tercera paradoja: el gran aliado de Barack Obama. En un callejón sin salida, Obama se dio cuenta tarde que la única amenaza que sirve es aquella que uno está en condiciones de cumplir. Sin una estrategia específica: ¿Bombardearían los depósitos de armas químicas o la sede del gobierno? Sin información clara del día después: ¿Cuántos muertos causaría la destrucción por bombardeo de los depósitos de armas químicas? ¿Qué pasaría en el resto de la región? Sin aliados internacionales (hasta Gran Bretaña rechazó la idea), y sin apoyos en casa (tanto en las encuestas de opinión como en el Congreso, incluyendo su propio partido), lo único que le quedaba a Obama era repetir que “la palabra del Presidente de Estados Unidos tiene valor”.

Eso hasta que Putin le arrojó este salvavidas para que pueda completar sus dos periodos presidenciales sin terminar como George W. Bush, cuya invasión a Irak en busca de armas de destrucción masiva que no existían es el signo de su presidencia. Pero como a ningún noruego se le ocurrió darle el Nobel de la Paz a Bush, Obama tiene una reputación más preciada que conservar. Su legado de defensor de los derechos civiles ya se esfumó gracias al programa de espionaje masivo de la NSA. Ahora su legado de pacifista estaba a punto de desaparecer en un ataque unilateral, confuso y para muchos innecesario. Paradoja suprema, si a Putin le va bien con su idea, Obama tendrá con él una deuda de por vida.

Cuarta paradoja: el gran aliado de Bachar el-Assad. Mucho mayor que la de Obama será la deuda del presidente de Siria. Hace un par de meses, Assad estaba cercado y aislado internacionalmente, a punto de terminar como Gaddafi. En cuestión de días, nada más, los rebeldes sitiarían Damasco y tomarían el poder. Gracias a Putin, hoy Assad es nuevamente el jefe del estado sirio. En él se centralizarán decisiones claves que hacen al futuro del arsenal de armas químicas. Putin acaba de reconstituirlo como autoridad legítima.

La quinta paradoja es el sapo que hay que tragarse. Algunos genocidas terminan en la Corte Internacional de La Haya y condenados. Otros, como Assad, sin embargo, terminan sentados a la mesa de negociaciones con los grandes líderes de las potencias mundiales y bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Es que la realpolitik de las crisis a veces termina en el surrealismo.

Sexta paradoja: Vladimir Putin, ¿Nobel de la Paz?

*Hector E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown, en Washington, DC.

Fuente:elpais.com

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