LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México | Toda la semana pasada estuve coleccionando mensajes en redes sociales que insistían en que este septiembre no da para celebraciones. Hace tres años, muchos manifestaban reparos similares. Pero la renuencia en aquellas fechas tenía más que ver, creo, con un rechazo abierto de un sector el presidente que encabezaría los festejos. Por supuesto, había quien argumentaba que en tiempos de violencia había poco que aplaudir, pero la mayoría partía de un desprecio personal y profundo por Felipe Calderón. Las quejas en este 2013 me han parecido más numerosas y, al mismo tiempo, más vagas.
No me cabe duda de que muchos prefieren no celebrar a un México donde gobierna otra vez el PRI. Otros más esgrimen argumentos específicos que tienen que ver con la innegable y complicada situación del país. Pero hay otros cuyos reparos preocupan. Y me preocupan por ser, al mismo tiempo, abstractos y dogmáticos. Hay algo de ceguera voluntaria, algo de narcisismo generacional, algo de derrota chic. Para estos contrariados, México nunca ha estado peor: celebrarlo implica perdonarlo, pasar por alto sus defectos cuando lo que necesita es el látigo de nuestra reprobación.
Me hubiera gustado invitar a estos maestros del pensamiento bien pensante al festejo del Grito acá en Los Ángeles.
El domingo, frente a la alcaldía angelina, se reunieron cientos y cientos de mexicanos a cantar el himno y dar el Grito. Encabezó la ceremonia el cónsul Carlos Sada, quien tuvo la valentía de cantar el himno a capella y dio el grito sin necesidad de apuntes (por cierto: que al presidente peña Nieto le hayan puesto un atril con los nombres de los próceres independentistas es o el colmo del control de mensaje o la manifestación más absurda del temor a la pifia presidencial… o ambas cosas). La gente cantó y bailó.
Pero lo que más me emocionó fueron los testimonios que nos dieron a Univisión decenas de inmigrantes durante la noche. Todos se expresaron de México con auténtica añoranza pero también con lucidez patriótica. En sus voces había nostalgia pero no angustia. Sus recuerdos de México, las razones por las que decían sentirse orgullosos de ser mexicanos, eran concretas, imaginativas y lejos de cualquier estereotipo. No pude evitar pensar que la distancia les ha regalado la virtud de la perspectiva. Ven a México con la objetividad que da la ausencia. ¡Y vaya que se saben y sienten mexicanos aunque les haga falta la patria física! Quizá por esa orfandad no les faltaban motivos para festejar. Nunca cuestionarían la importancia de gritar un sentido “viva México”. Y su apego no es chovinista. Muy lejos de serlo. Es un afecto humano, el más profundo sentido de pertenencia. Quizá, tras años en el exilio, se han dado cuenta que no pueden darse el lujo de ceder al patetismo.
Con respeto para los pesimistas de ocasión, me quedo con la algarabía de los inmigrantes californianos. Hay mucho México, francamente.
Fuente:animalpolitico.com
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