DESMOND TUTU
Enlace Judío México | Noor -nombre ficticio- es una embarazada en estado avanzado, de 22 años, con un aire de alivio en su mirada. Llegó hace apenas dos semanas, hambrienta y exhausta, al campo de refugiados de Zaatari en Jordania, acompañada de sus tres hijos. El hambre finalmente hizo lo que la incesable violencia no había logrado hasta entonces y les obligó a dejar su casa porque sencillamente no había nada más que comer. Caminaron durante cinco noches, temerosos de hacerlo durante el día por miedo a los bombardeos.
Noor acuna con cuidado a su bebé en el campamento, Yazan -tampoco es su nombre real- es un bebé delgado. Demasiado delgado. Le han diagnosticado una deficiencia severa de calcio y aún le tienen que salir varios dientes, a pesar de que tiene más de un año.
Desde que comenzó la guerra en Siria, el país se ha desintegrado lentamente. Más de un tercio de los hospitales han sido destruidos, según la Organización Mundial de la Salud. Según Save the Children, 3.900 escuelas han sido destruidas, dañadas u ocupadas para propósitos que nada tienen que ver con la educación desde que comenzó el conflicto.
Hoy Siria no es un lugar para niños y, de forma escandalosa, más de un millón de ellos han tenido que dejar sus hogares para huir con sus familias a campamentos o comunidades de acogida en países vecinos. Esos son los afortunados, porque miles y miles de personas ya han muerto. ¿Dónde está la indignación?
Y cada niño obligado a dejar la escuela, obligado a huir, o cuyo desarrollo está mermado, como el pequeño Yazan, a causa del conflicto es una mancha en nuestra conciencia colectiva. La comunidad internacional no sólo no está logrando una salida pacífica a este conflicto, sino que está agravando ese fracaso al no hacer frente a sus terribles consecuencias. En nuestro fracaso al asegurar que la gente de Siria reciba comida y suministros básicos, estamos condenando a los niños al hambre, otro de los horrores de la guerra.
Las familias atrapadas en Siria son hoy testigos de algunas de las peores escenas de violencia desde que comenzara el conflicto. Familias enteras no tienen acceso a la ayuda que necesitan urgentemente y cuando escuchamos sus voces nos hablan de una lucha desesperada por sobrevivir, bajo bombardeos, con la amenaza de la violencia y la disminución de suministros mientras la guerra asfixia a las ciudades sirias.
La situación es desalentadora para las familias que intentan alimentar a sus hijos. Save the Children lanza un informe esta semana que muestra cómo la falta de alimentos, combinada con el aumento de los precios, está dejando a los niños sirios en un serio riesgo de desnutrición. País exportador de alimentos hasta hace poco, ahora cuatro millones de sirios -la mitad de ellos niños- necesitan ayuda alimentaria de emergencia. Mientras continúa la destrucción, el número crece: niños que hace tres años contaban con tres comidas al día ahora se van a la cama hambrientos, asustados y conscientes de que el mundo les ha abandonado. Ya hay casos de niños muriendo en Siria por falta de alimento o de cuidado médico. ¿Dónde está la indignación?
Incluso donde hay comida disponible, los sirios se enfrentan a una horrible decisión: rendirse al hambre o ponerse en la línea de fuego. Hay informes de personas abatidas mientras hacían cola para comprar el pan. Imaginen: hambrientos, desesperados y bajo las balas.
En la Asamblea General de Naciones Unidas de esta semana, nuestros líderes deben reconocer el coste humano de esta guerra. Deben reconocer la necesidad de usar su plataforma global para atraer la atención del mundo sobre esta crisis y lograr un acuerdo para que la ayuda urgente llegue a todos los que la necesitan en Siria. Deben reconocer nuestra indignación al ver cómo miles de nuestros niños son arrojados al abismo del odio humano.
En Siria hay un antiguo dicho: un lugar pequeño puede albergar miles de amigos. Los niños de Siria están en un lugar pequeño y oscuro. Debemos ser sus amigos. Debemos ayudarles. Debemos acabar con esta guerra.
*Desmond Tutu es Arzobispo emérito de Ciudad del Cabo.
Fuente:elpais.com
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