MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
Enlace Judío México | Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936) es uno de los grandes directores de orquesta que alumbró el siglo XX. Discípulo de Celibidache y Ferrara, siguió de cerca los consejos de batutas legendarias como Karajan y Giulini, y curso estudios en el Conservatorio de París gracias a un beca que le consiguió Leonard Bernstein. Con medio siglo de carrera ha dirigido a las grandes formaciones del mundo, con algunas de las cuales ha grabado, en vivo (fue un pionero en este terreno), los ciclos de sinfonías de Mahler, Bruckner, Schumann y Berlioz en la década de los años 80 y 90, cuando las discográficas vivían una edad de oro. Nacido en Israel, pero con nacionalidad británica, actualmente ostenta la titularidad de la Tokio Metropolitan Symphony Orchestra con la que tiene contrato hasta 2014.
En nuestro país, su presencia era habitual hace unos años, un ritmo que ha bajado relativamente. «Con la crisis, España no puede pagar mi caché», bromea Inbal en el hotel en el que se aloja estos días en La Coruña, donde hoy, al frente de la Sinfónica de Galicia, pondrá el broche de oro al LXI Festival de Ópera de la ciudad con «Tristán e Isolda» de Wagner, interpretada en versión de concierto.
–Más conocido por su trabajo con Mahler, Bruckner y Berlioz, ¿cuál ha sido su relación con la música de Wagner?
–Es cierto, pero también he dirigido varias veces «Parsifal» y la «Tetralogía», y tengo que decir que la mejor preparación para abordar la obra de Wagner es dirigir Berlioz, Mahler y Bruckner. Si uno hace bien ese repertorio, también lo hará bien con Wagner.
–De «Tristán e Isolda» ha afirmado que su argumento es muy fácil, pero que musicalmente necesita de un esfuerzo intelectual por parte del público…
–Es un monumento de la historia de la música. Es una obra que cuanto más se dirige más grandes es, y más se profundiza en ella. No tiene fin. Además las posibilidades de interpretación, no solo escénicas, son infinitas. Hay muchas posibilidades. La historia no tiene mucha acción, pasan pocas cosas. El verdadero argumento de la obra es filosófico y psicológico, y es muy complejo. Los intérpretes solo tienen que cantar porque la acción está en la música.
–Pero la obra es muy exigente vocalmente…
–El primer tenor que interpretó a Tristán, Ludwig Schnorr von Carolsfeld, era ya realmente bueno, pero después de cantarla tres veces murió con solo 29 años. No sé si realmente la causa de su fallecimiento fue esta interpretación (se ríe). El reparto de aquí es una combinación de voces muy experimentadas, como Jukka Rasilainen, que ha cantado el papel de Kurwenal en 140 ocasiones; Stephen Gould ha cantado una docena de veces Tristán, mientras que Eva-Maria Westbroek debuta Isolda. Es muy buena pero lo mejor es que estamos trabajando el papel juntos, algo que me motiva mucho, y hace que el trabajo sea más intenso y emocionante. La primera vez siempre es muy especial.
–Nacido en Israel, un país donde escuchar a Wagner públicamente está socialmente prohibido, ¿cómo fue el acercamiento a su música?
–A través de las partituras. A finales de los años 50 no se puede decir que fuera un compositor desconocido, se podían encontrar discos aunque no se pudiera hacer su música en concierto, eso es cierto. Yo he abordado la «Tetralogía», «Parsifal» y «Tristán e Isolda». Estoy muy ligado a estas obras. No digo que el resto no sea interesante, pero mi mundo interior está más vinculado a estas.
–¿Ha recibido alguna presión o crítica por dirigir las obras de Wagner?
–Me dijeron que en un periódico me criticaron cuando recogí el premio Abbiati que me concedieron como mejor director por «El anillo del Nibelungo», al frente de la Orquesta de la RAI, aunque yo nunca lo leí. Hay muchas emociones todavía vivas. Si durante muchos años no se interpreta la obra de Richard Strauss o de Wagner, durante este tiempo todo se olvidará, y después podrá volver a interpretarse. Pero mientras haya gente que ha sufrido, y si se sigue interpretando, a las nuevas generaciones, a los niños, se les enseñará a tener prejuicios contra esa música. Creo que lo mejor sería que pasará esta generación que sentimentalmente vincula la música de Wagner con el odio. Respetarla. Algún día se podrá escuchar a Wagner cuando la gente olvide esto y no sienta prejuicios contra ella. Es mejor dejarlo pasar, y que la generación que sufrió este horror ya no esté. De todas maneras, muchos artistas, si uno se mete a investigar en sus vidas, son egoístas, racistas, prepotentes… Para mí no hay que ligar a la persona con su arte. Cuando alguien escribe un libro, a nadie le interesa cómo es como persona. En ninguna parte de la obra de Wagner se puede encontrar pruebas de que fuera antisemita. No lo digo yo, los especialistas han analizado palabra por palabra, y no han encontrado nada.
–Hace cuatro años dirigió en el Teatro Real «Lulu» de Alban Berg, cuya puesta en escena, de Christof Loy, provocó la espantada de más de la mitada del público en cada función…
–No quiero criticar el trabajo de colegas con los que he colaborado, pero hay una tendencia en la «regia» intelectual alemana en la que cada vez más presentan la escena como interpretaciones en concierto porque no pasa nada en el escenario, y que al final no tiene nada que ver con la música. Yo no me considero conservador, pero creo que hacer la ópera de manera tradicional es muy difícil porque ahora el regista tiene que ser un genio para explicar cuál era la idea de compositor. Es muy fácil hacerlo de una manera moderna, basta con vestir a los cantantes con uniformes nazis, lo difícil es hacer lo tradicional. Para mí un gran director fue Jean Vilar, que no trabajaba habitualmente en la ópera pero que hizo un «Don Carlo» en Verona estupendo, tradicional pero inteligente, y la música tenía el significado que debía de tener. Por todo esto alguna vez me he planteado dar el paso de dirigir escena pero no lo he hecho…
–Camino de cumplir 78 años, ¿no tiene previsto retirarse?
–¿Por qué voy a dejarlo? No hay nada mejor que la música. Si me voy a casa ¿que hago? Si no dirijo comenzaré a escribir libros y ¡hay ya tantos! (se ríe).
Fuente:abc.es
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