ESTHER SHABOT
Enlace Judío México | Las noticias que el viernes por la noche llegaron de las instalaciones de la ONU en Nueva York acapararon la atención del mundo. Hacía tiempo que no se daban en ese foro acuerdos significativos sobre graves problemas internacionales debido a que en la mayoría de los temas peliagudos las posturas de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad habían sido por lo general divergentes y, por tanto, habían impedido el consenso requerido legalmente para aprobar resoluciones firmes y con capacidad vinculante. El caso de las armas químicas en Siria tuvo al fin la posibilidad de romper con esa parálisis acostumbrada.
Los cinco miembros permanentes del Consejo, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China, aprobaron finalmente una resolución que obliga al régimen de Bashar al-Assad a hacer entrega de todo su arsenal de armas químicas con objeto de destruirlo. Si bien se trata de una resolución vinculante en la medida en que Al-Assad debe cumplir con esta exigencia a como dé lugar, para que Rusia la aprobara no se incluyó dentro de la resolución la amenaza del uso inmediato de la fuerza en caso de incumplimiento, sino que se estableció que el Consejo tendría que reunirse de nuevo para decidir entonces cómo sancionar tal conducta.
Es evidente que para este logro cada una de las partes (Washington y Moscú) se vio obligada a ceder en algo, a fin de enfrentar con costos manejables para cada quien el tema de las armas químicas. A pesar de la alianza firme entre Putin y Al-Assad, la cual se mantiene no obstante la resolución aprobada, el líder ruso abordó el problema de acuerdo con otros intereses que también le son importantes: su aspiración a ser actor protagónico de nuevo en Oriente Medio y con capacidad de proponer acciones y ponerlas en práctica; su necesidad de evitar que las armas químicas lleguen a manos inconvenientes, por ejemplo, las de los numerosos grupos islamistas que se mueven en zonas bajo control o influencia rusa, y recuperar la estatura de gran potencia que el Kremlin perdió cuando la URSS se disolvió, momento en que parecía que el mundo había dejado de funcionar bipolarmente, como fue la norma tras la Segunda Guerra Mundial. Obama, por su parte, consiguió mediante la resolución de la ONU salir más o menos avante de la encrucijada en la que estaba cuando no podía dar marcha atrás en el anunciado ataque militar contra Siria, luego de su compromiso de actuar cuando se traspasara la famosa línea roja del uso de armas químicas. Así las cosas, el proceso de destrucción de tales armas ha recibido la legitimidad y el respaldo de la comunidad internacional —lo cual es ciertamente una buena noticia—, pero por otro lado es evidente que la guerra civil en Siria proseguirá con su crueldad acostumbrada y sin seguridad alguna de que un proceso diplomático que estabilice al país pueda asentarse en el corto plazo.
El otro desarrollo que desde Nueva York concentró la atención de los medios fue sin duda el cambio en el discurso, la actitud y la disposición al diálogo, registrados en el nuevo presidente iraní, Hassan Rohani. Ya en este espacio se comentaron la semana pasada los diversos comportamientos de Rohani, quien ha tendido a mostrar posturas significativamente opuestas a las que caracterizaron a su predecesor, Ahmadinejad. El cambio siguió intensificándose a lo largo de la semana con el discurso conciliatorio y prometedor de cooperación de Rohani, con la reunión del ministro de exteriores iraní con John Kerry y demás líderes del G5+1. El punto climático fue sin duda la conversación telefónica entre Obama y Rohani cuando este último se dirigía al aeropuerto para retornar a su país. Hoy hay muchos que echan las campanas al vuelo porque interpretan estos cambios como el principio de una distensión necesaria para asegurar la paz mundial y eliminar riesgos, pero hay también quienes están elevando el nivel de alarma bajo la consideración de que si las potencias se creen el “cuento” del Rohani conciliador, se estará bajando la guardia y propiciando así un desastre a futuro cuando la piel de cordero del Presidente iraní desaparezca. Los gobiernos de Arabia Saudita y de los países del Golfo, junto con Israel, se hallan entre quienes más escepticismo manifiestan al respecto.
Fuente:excelsior.com.mx
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