SARA SEFCHOVICH
Enlace Judío México | Un lugar (o una persona) aislado es aquel que no tiene contacto ni comunicación con otros. Eso puede suceder porque no quiere o porque no puede. Aislados están hoy muchos lugares y muchas personas en nuestro país, no por voluntad, sino por el desastre natural.
Y sin embargo, por brutal que esto es, la tragedia que se está viviendo en el territorio nacional todavía le ha dado otra dimensión a la palabra aislamiento.
Pienso, por ejemplo, en los que están atrapados de un lado del río y le gritan a los que están del otro lado, pidiendo agua y alimentos, pero ellos no se los pueden dar porque “no podemos atravesar el río para llevárselos.” Los veo arriesgar sus vidas tratando de ganarle a la corriente con sus cuerpos semidesnudos o trepados en una endeble tirolesa. Y entonces me acuerdo de que cualquier empresario y cualquier político tienen helicópteros y van de un extremo a otro de la ciudad o de una ciudad a otra sin problema, y que no haya forma de atravesar una corriente de agua de 200 metros le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Pienso en una señora que está en un albergue en Acapulco y cuenta que el lodo sepultó a su hijo y a su nuera. “¿Cómo le vamos a avisar a los papás de mi nuera? se pregunta. Ellos son de Iguala, no tenemos forma de comunicarnos.” Y entonces me acuerdo de la publicidad que presume tener millones de usuarios de teléfonos fijos y celulares, y jura que la señal llega hasta la punta más alta del cerro más lejano, y que no haya forma de que alguien pueda avisarle a otro que está a unos cuantos kilómetros de allí que su hija falleció, le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Pienso en cuando un secretario de Estado se acercó a saludar a un viejo y amablemente le hizo alguna pregunta a las dos nietas que lo acompañaban, pero ellas no le contestaron. “Es que no hablan —explicó el abuelo—, así nacieron, sabe Dios qué tienen”. Que nadie te haga un diagnóstico, que no sepas si lo que padece tu niño o tu esposa o tú mismo es curable, que sea la primera vez que ves a un médico (o a un funcionario), le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Pienso en la muchacha a la que corrieron de su empleo como secretaria porque no tenía ropa para cambiarse, la había perdido toda. Y entonces me acuerdo de que el secretario del Trabajo dijo que no se puede despedir a los trabajadores afectados por los huracanes, pero ni ella ni sus patrones se enteraron de esa disposición. Y eso le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Pienso en la señora que se lanza desde ciudad Nezahualcóyotl al Zócalo de la capital, montones de horas de viaje en camión, en metro, a pie, para llevar su cooperación: cuatro bolsas de arroz. Y veo las imágenes de la señora que camina más de 10 horas para conseguir alimentos para su familia, lleva 250 pesos para comprar para seis niños y tres adultos. Y entonces me acuerdo de las miles de toneladas que presumen tener los centros de acopio, y eso le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Pienso en las personas que le pidieron al presidente de la república que la ayuda se la entreguen directamente a las familias, porque “si se lo dan al municipio, nosotros seguro no lo vamos a recibir”. Y veo la imagen de una indígena en uno de esos municipios que son los más pobres del país, que ni siquiera pide nada, sólo llora.
Y eso le da otro sentido a la palabra aislamiento.
Y pienso en los medios de comunicación, dándole prioridad al enfrentamiento entre dos comunicadoras, contando con detalle si se dijeron esto o aquello, y veo que en algún rincón del territorio devastado, un pobre hombre con el agua hasta el pecho mira a la cámara de un reportero y nos dice a todos los mexicanos: “Que no se olviden de nosotros. Que aquí estamos”. Y creánme que eso le da otro sentido a la palabra aislamiento.
[email protected] www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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