El mundo celestial y el terrenal según Maimónides

DAVID MALOWANY

Enlace Judío México | En “Moré Nebujim”, el autor sefardita, en el tormentoso siglo XII de la era común, donde el judaísmo a través de los filósofos árabes se encuentra con la renacida filosofía griega, se propone alcanzar la paz entre estas visiones.

“Maimónides canonizó la filosofía. “La Guía de Perplejos” consumó el matrimonio de la Biblia y el Aristotelismo “– Heschel-.

Esta se convirtió en el maestro de la escolástica cristiana. Alejandro de Hales, Alberto Magno, Tomás de Aquino, tomaron sus doctrinas y las utilizaron como ladrillos para edificar sus propios sistemas y el sistema que estructuró Maimónides fue también importante para el pensamiento de Nicolás de Cusa, Leibiniz y Spinoza.

En sus trabajos citó a veces párrafos enteros extraídos de las mejores obras cuyos autores fueron no judíos. Consecuentemente filtró las ideas universales, extraídas de los escritos de muchísimos autores, adaptándolas a la idiosincrasia judía.

La creación del mundo.

En la lógica aristotélica Dios es la causa y el principio de todas las cosas. Se trata de un animal eterno, perfecto. A las cosas la precede la materia, lo que no tiene en sí forma, ni cantidad, ni ninguno de los caracteres que determinan el ser y el alma. El cuerpo y sus partes son posteriores al alma. El alma es la esencia del cuerpo. Para Aristóteles la materia es eterna, al igual que el mundo. Las cosas tienen una esencia, lo que hace que una cosa sea. La razón de ser. La materia se transforma en el sujeto. Dicho sujeto esta sujeto a que algo lo haga ser – el movimiento- y la finalidad última de ese ser es el bien.

La idea de la necesidad admitida por Aristóteles es que todo lo que entre los seres no es producto del arte, tiene necesariamente una causa que lo ha producido y formado tal como es: esta causa tiene una segunda causa, esta una tercera y así sucesivamente hasta que se llega a una causa primera de la cual todo ha emanado. Pero no cree por esto que la existencia del mundo resulte necesariamente del creador, quiere decir de la causa primera. Este piensa que, así como el universo es perpetuo e imperecedero, así es eterno y no fue creado.

Maimónides está de acuerdo con Aristóteles en cuanto a la mitad de su opinión: cree que el universo existirá siempre y perpetuamente con la naturaleza que Dios ha querido poner en él y que nada de él cambiará de ninguna manera, salvo alguna particularidad por milagro. Sin embargo, para este hubo un comienzo, y no hubo antes absolutamente nada existente, fuera de Dios.

Dios creó al mundo y le dio forma. Fue su causa eficiente. Es evidente que todo lo que ha nacido tiene necesariamente una causa eficiente que lo ha hecho nacer después de no haber existido.

Si al sol, no le conviene más ser redondo que cuadrado o triangular, ¿qué le conviene más, estar debajo o encima del agua, quien le ha señalado aquel lugar? Si al sol no le conviene mas ser redondo que cuadrado o triangular, ¿quien lo ha particularizado con esa figura? Y así considerando los detalles de todo el universo, de tal modo que, al ver flores de distintos colores, se admiran y se confirman en su argumento. Porque dicen, siendo esta tierra una y esta agua una ¿por que razón es esta flor amarilla y esta otra roja? ¿Podría ocurrir esto sin un ser determinador? Y este ser determinador es Dios, y por lo tanto, el mundo entero necesita un Ser que determine su conjunto y cada una de sus partes con una particularidad especial.

Es un principio fundamental de toda religión el principio de que Dios ha producido el mundo de la nada absoluta y no en un comienzo temporal y el tiempo es cosa creada, porque acompaña el movimiento de la esfera celeste y está última es creada.

El mundo no fue creado en un comienzo temporal, pues el tiempo mismo figura en las cosas creadas. En el principio Dios creó lo alto y lo bajo del universo. Rabí Abahu dijo: se sigue de esto que el Santísimo había ya creado mundos y que los había destruido luego.

Todos los que siguen la ley de Moisés y de nuestro padre Abraham, o que caminan sobre sus huellas, no tienden a otra cosa que a esta creencia, que no existe ninguna cosa eterna junto a Dios y que producir el ser de la nada absoluta no pertenece para Dios a la categoría de lo imposible. Más aún, en opinión de algunos pensadores, hasta es cosa necesaria.

Dubnow citando a Maimónides expresa que si admitiéramos que la materia tiene un ser eterno, que existe antes del tiempo, la equipararíamos a Dios, es decir, admitiríamos que hay dos cosas que existen cada una por sí, y, entonces, nuevamente nos hallaríamos en contradicción con la premisa fundamental.

En este punto Maimónides se aparta de la doctrina de Aristóteles acerca de la eternidad del mundo, acerca de la eternidad de la materia. Con ciertas variantes acepta el sabio la doctrina de la creación según el punto de vista de los peripatéticos y coloca entre Dios y el mundo material una categoría de espíritus puros o inteligencias separadas, a las que la tradición llama ángeles y que son emanaciones de la razón divina – Dubnow, pág. 311.

DIOS.

Meir Oran expresa que la crisis del perplejo no es otra cosa que la crisis del idioma humano, que para hacer comprender pensamientos abstractos se ve obligado a emplear expresiones metafóricas, y no fue capaz de crear palabras que trasmitiesen por sí solas la idea exacta por más sutil que esta fuese, pues el lenguaje nos limita mucho en nuestros pensamientos en cualquier idioma, dice Maimónides en el capítulo LVII de la primera parte.

No siempre debe tomarse en su sentido literal todo lo que en el Pentateuco se relata sobre la obra de la creación, como se lo imagina el vulgo. En efecto, esos textos, tomados literalmente, conducen a una gran corrupción de ideas y dan curso a opiniones malas sobre la divinidad, o bien, aun a la pura irreligión y a renegar de los fundamentos de la Ley, Maimónides, Tomo II, pág. 180.

Dubnow explica que lo esencial de la metafísica de Maimónides está en la afirmación de que hay un primer motor que puso en movimiento al mundo entero. Dios no puede ser descrito con atributos, porque ello daría lugar- y efectivamente ocurrió así, a afirmaciones corporalistas, a antropomorfismos, que para el sabio constituyen la mayor herejía. Las expresiones antropomórficas de la Biblia (expresiones como Dios dijo, oyó… ), han de entenderse simplemente como imágenes o metáforas porque de Dios no tenemos una representación real. Sólo sabemos que Dios existe, pero no sabemos que sea Dios. No puede describírselo con atributos positivos sino con atributos negativos: no tiene comienzo, no tiene fin, no está ligado a ningún tiempo, ni a ningún espacio, etc.

Para Maimónides Dios es incorpóreo. Dios no es ni un cuerpo ni una fuerza en un cuerpo. Por ello no se le puede atribuir movimiento. Es Eterno para indicar que no es algo que haya nacido.

Dios no esta sujeto a cambio y no le acontece absolutamente nada nuevo. No se le aplican a este las reglas del tiempo.

Se trata de un ser único. Cuando decimos que es uno, el sentido es que no hay nada semejante a él y de ningún modo que la idea de unidad –corporal- se añada a su esencia.

Para Abraham J. Heschel negar las imperfecciones es el único recurso intelectual que se permite utilizar Maimónides en la tarea de aprender a conocer a Dios. Comprende así que Dios no tiene ninguna cualidad, que no está sometido a ninguna impresión. Que no puede sufrir influencias, ni puede tener afecto alguno. No posee facultades, de modo que no tiene ninguna fuerza intrínseca. No tiene alma, por lo que la vergüenza y la salud y la enfermedad le son ajenas. No hay relación alguna entre Dios y el tiempo. Entre Dios y el espacio. Entre Dios y una cosa creada por él. Solo se puede decir que una cosa es eterna si está sometida al tiempo. Lo que está libre de la determinación temporal no puede verdaderamente decirse que sea eterno.

Spinoza coincide con la visión de Maimónides:

Sólo para ponerse al alcance del vulgo y acomodarse a la imperfección de su conocimiento, se representa a Dios bajo los rasgos de legislador o príncipe, y se le llama justo, misericordioso, etc. En realidad, Dios obra y dirige a todas las cosas por la sola necesidad de su naturaleza y de su perfección. Sus decretos y voluntades son verdades eternas, y siempre envuelven absoluta necesidad.

Todo espíritu un poco elevado por sobre el vulgo sabe perfectamente que Dios no tiene izquierda ni derecha, que ni se mueve ni descansa, ni está en tal o cual parte, que es absolutamente infinito, y contiene en sí infinidad de perfecciones. Todo esto se sabe cuando los juicios se regulan por las percepciones del entendimiento puro y no por las impresiones del sentido o de la imaginación, como el vulgo que se representa a Dios en medio de una pompa real, sobre un trono elevado, más allá de las estrellas, en la cumbre de la bóveda celeste, sin que tal distancia lo aleje mucho de la tierra. A semejantes ideas están acomodadas muchísimas narraciones de la escritura que los filósofos, por consiguiente, no pueden tomar literalmente.

LOS ÁNGELES.

Hay fuera de Dios, tres clases de seres, las inteligencias separadas, las esferas celestes y los cuerpos sublunares es decir los seres vivos en el planeta Tierra.

Maimónides, citando a Aristóteles, señala que en los tiempos antiguos los pueblos creían de común acuerdo que los ángeles habitaban en el cielo y que también Dios esta en el cielo. Pero estas son ideas creadas para facilitar la comprensión del vulgo.

Todas las fuerzas individuales, tanto físicas como síquicas, son llamados ángeles. También la facultad imaginativa es llamada ángel. Los ángeles no tienen cuerpo. Son al contrario, inteligencias separadas de toda materia. Las inteligencias son entonces, los ángeles que acercan a Dios. Por intermedio de ellas, las esferas son puestas en movimiento.

Dios ha creado las inteligencias separadas y ha puesto en las esferas celestes, esas facultades directoras.

Se supo también, con ayuda de demostraciones, que existe un ser que no es ni un cuerpo ni una fuerza en cuerpo, esto es, el Dios verdadero y único, y que hay, además, otros seres separados e incorpóreos, sobre los cuales se derrama el Ser divino, y que son los ángeles. Por último se supo que todos estos seres están fuera de la esfera celeste y de sus astros. Entonces hubo hombres que se convencieron de que eran esos ángeles quienes, en realidad, hacían revelaciones a los profetas, y no los ídolos, Tomo III, pág. 270.

Los ángeles no son cuerpos. También lo ha dicho Aristóteles. Aristóteles dice inteligencias separadas, mientras que nosotros decimos ángeles. El dice que esas inteligencias separadas son también intermediarios entre Dios y los otros seres y que por su intermedio se mueven las esferas, lo que es la causa del nacimiento de todo lo que nace. La palabra malaj- ángel- significa mensajero, cualquiera que ejecuta una orden es un malaj – tomo II, pág.59.

Se confirma la creencia en la existencia de los ángeles y se dejaba establecido que eran varios. No había entonces riesgo de equivocarse y de tomarlos por Dios, pues Dios es uno y es él quien ha creado la pluralidad, Tomo III, pág. 272.

A todo profeta, fuera de Moisés, nuestro maestro, la revelación le llegaba por intermedio de un ángel. Esto hemos de saberlo bien.

LAS ESFERAS CELESTES.

Según Abraham J. Heschel para Maimónides el universo es un todo orgánico de partes armónicas, como el organismo humano. La tierra es el centro del universo y se halla rodeada de innumerables esferas celestes en constante movimiento. Cada movimiento, cada acontecimiento que se produce en el mundo, tiene su origen en el movimiento de las esferas. Maimónides creía que las ideas de Aristóteles sobre el movimiento de las esferas, de la que deducía la existencia de seres racionales inmateriales, eran las que se aproximaban más a la verdad, aunque fuesen sólo aseveraciones de las que no existía aun ninguna prueba válida. Sus ideas a este respecto eran las siguientes: es indiscutible que a cada una de las esferas le corresponda verdaderamente un alma. El hecho de que la esfera orbite implica que tiene un principio debido al cual se mueve…y este principio es, sin lugar a dudas un alma. El hecho de que las estrellas difieran entre sí tanto en su rapidez o lentitud de movimientos como en su dirección, es prueba de que hay una esfera. Probablemente haya tantos seres racionales inmateriales como esferas. Toda esfera anhela al ser racional que es su causa y determina su movimiento. Hay nueve esferas, a saber, la esfera sin estrellas que envuelve y rodea al cosmos, la esfera de las estrellas fijas y la esfera de los siete planetas. Cada esfera tiene su espíritu de esfera, un ser racional del que emana, al que desea y hacia el que se mueve, que la preside y la anima.

Dios lo rige todo mediante la fuerza, que la Biblia llama ángeles. No hay aquí abajo planta ni hierba alguna que no tenga una estrella en el cielo, una estrella que la toque y le diga ¡crece! Los filósofos hablan de seres racionales inmateriales y la Biblia los llama ángeles. Estos seres racionales son los intermediarios entre Dios y el ser. A través de ellos se mueven las esferas y este movimiento es la causa de todo crecimiento y descomposición.

Según Heschel, para Maimónides los cielos son cuerpos vivientes y no cuerpos muertos como los elementos. Aristóteles ha dicho que la esfera celeste tiene percepción y concepción. Para el sefardita, las sagradas escrituras y la tradición rabínica corroboran esta idea. Una y otra reconocen, con los filósofos la influencia que las esferas celestes ejercen sobre el mundo de abajo.

Los cuerpos de las esferas celestes son sustratos para formas estables y en las cuales la forma no se transporta de un sustrato a otro, ni el sustrato mismo está sujeto a cambio. El régimen desciende de Dios sobre las inteligencias, las inteligencias extienden de lo que ellas han recibido en si misma, beneficios y luces sobre los cuerpos de las esferas celestes, que las esferas finalmente, expanden fuerzas y beneficios sobre el cuerpo que nace y perece comunicándole lo más fuerte que han recibido de sus principios – Tomo II, pág. 78-.

No hay aquí abajo, ni aún la mas pequeña planta que no tenga en el firmamento su mazal – es decir su estrella- que actúa sobre ella y le ordena crecer, así como está dicho – Tomo II, pág. 71.

Las esferas celestes tienen un alma, principio de su movimiento y un intelecto, por el cual conciben la idea de lo que constituye el objeto de su deseo. Este objeto deseado es Dios, primer motor que actúa sobre las esferas por intermedio de las inteligencias separadas, objetos respectivos de los deseos particulares de las distintas esferas.

EL ALMA.

El mundo material comienza con las más altas esferas. El alma- néfesh- como fuerza vital desaparece junto con el mundo inferior, el mundo sublunar, con sus cuatro elementos: fuego, agua, aire, tierra, donde toda la materia se impone más que la forma, principio creador, donde todo se encuentra sometido a la ley del tránsito y de la muerte.

En el hombre se unen la materia y la forma, lo pasajero y lo eterno, el cuerpo y el alma. El alma se compone de dos elementos:

1- de la fuerza vital individual y

2- del espíritu universal de la humanidad que se perfecciona a través del pensamiento y se convierte en intelecto agente y es incorporado a la emanación divina o a la obra de la inteligencia separada.

El alma – néfesh.- como fuerza vital desaparece junto con el cuerpo, pero el espíritu – rúaj.-, o razón, no esta sometido al imperio de la muerte. Sólo los hombres elegidos alcanzan la plena inmortalidad. Son aquéllos que elevan a la perfección su espíritu racional, divino. Los hombres de categoría inferior sólo alcanzan una inmortalidad parcial que tiene diversos grados.

Esta concepción de Maimónides que podría estar reñida con la resurrección del cuerpo y sus interpretaciones ocasionaron la anatemización de sus seguidores y la quema de sus libros.

LA PROFECÍA.

Has de saber que en realidad la profecía es una emanación de Dios, que se expande por intermedio del intelecto del agente, sobre la facultad racional, primero, y luego, sobre la facultad imaginativa. Ella es el más alto grado del hombre, y el término de la perfección a que su especie puede llegar, es el estado de más alta perfección de la facultad imaginativa. Tomo II, Pág. 218-

Sabes que los doctores han dicho en distintas ocasiones: el sueño es una sexagésima parte de la profecía. La acción de la facultad imaginativa mientras uno duerme es la misma que durante el estado de profecía, con la diferencia de que aún es insuficiente y no ha llegado a su término Tomo II, pág. 217.

LA FINALIDAD DEL MUNDO.

Dios es el fin último de toda cosa. Todo tiene por fin hacerse semejante a él en perfección.

La suprema virtud del hombre es hacerse semejante a Dios tanto como pueda. Es decir que debemos hacer nuestras acciones semejantes a las suyas. Como han expuesto los doctores al comentar las palabras “Sed santos”. Del mismo modo, dice, que él es dadivoso, tú debes ser dadivoso. Lo mismo que él es misericordioso, tú debes ser misericordioso. Nuestro objeto, en suma, es mostrar que los atributos que se le adjudican son atributos derivados de sus acciones y en ningún modo quieren decir que posea una cualidad.

También es la finalidad de los hombres más probos conocer a Dios.

Debe tomarse como fin lo que es el verdadero fin del hombre, en tanto hombre, o sea, únicamente la concepción de las cosas inteligibles, de las que el objeto más importante y más noble es comprender, en tanto que ello es posible, a Dios, a sus ángeles y a sus obras. Esto es lo que se exige del hombre, ahí esta su causa final, Tomo III, pág. 54l.

LA INFLUENCIA DIVINA EN EL MUNDO.

Todos los individuos de la especie humana que existen y con mayor razón los de otras especies de animales son algo sin ningún valor en relación al conjunto inmutable del universo. Como está dicho claramente: el hombre es semejante a la nada- Salmos, CXLIV: a- “El mortal que sólo es un gusano, y el hijo del hombre que no es son un gusanillo” – Job xxv: 6-

El hombre no debe engañarse y creer que el universo sólo existe para su persona. A nuestro juicio, por el contrario, el universo existe a causa de la voluntad de su creador y la especie humana es en él poca cosa con relación al mundo superior, es decir a las esferas y a los astros Tomo III, pág 68 y 69.

Después de haber enumerado estos diferentes casos, han juzgado perentoriamente que, de las tres hipótesis admisibles respecto de quien tiene conocimiento de una cosa, dos son imposibles respecto de Dios. Esto es, admitir que sea impotente o que, siendo todopoderoso, no se preocupe de las cosas que conoce, pues ello equivaldría a atribuirle vicio o impotencia. ¡Lejos de Él una cosa y la otra¡ Nosotros, los creyentes, sostenemos que Dios conoce esas cosas de antes de que nacieran, Tomo III, pág. 85.

Nosotros, finalmente, admitimos que todo lo que sucede al hombre es efecto de lo que ha merecido. Dios está por encima de la injusticia y sólo castiga a quien ha merecido el castigo. No hay muerte sin pecado ni castigo sin crimen Tomo III, pág. 108.

En cuanto más participe un individuo humano de ese derrame en razón de su materia predispuesta y de su ejercicio, tanto más protegido estará por la providencia. La providencia divina no velará, pues, de una manera uniforme sobre todos los individuos de la especie humana. Al contrario, protegerá a unos más que a otros, a medida que su perfección humana sea más o menos grande. Igualmente, velará sobre los hombres superiores y los virtuosos, según su grado de superioridad y virtudes, pues es el grado de derrame de la inteligencia divina lo que ha hecho hablar a los profetas, ha dirigido sus acciones de los hombres virtuosos o ha perfeccionado, por la ciencia, los conocimientos de los hombres superiores. En cuanto a los hombres ignorantes y pecadores, privados de ese derrame, se encuentran en un estado despreciable y son puestos en el rango de las otras especies de animales. Es semejante a las bestias privadas de palabra. Por eso, matarlos ha sido considerado como cosa ligera y hasta ha sido ordenado por el bien público. Lo que se acaba de decir constituye una de las bases de la religión. Esto es, la religión está basada sobre el principio de que la providencia vela sobre cada individuo en particular según su mérito. No convendría, pues, profesar la opinión emitida por algunas sectas filosóficas, según la cual la providencia existe para la especie humana y no para los individuos.

Pues no es verdad lo que sostienen los incrédulos, al suponer que la providencia divina se detiene en la esfera de la luna y que Dios descuida la tierra con todo lo que se encuentra. Esto quiere decir que la tierra también, bajo ciertos aspectos, es objeto de la providencia, como lo es el cielo en otros aspectos, Tomo III, Pág. 358.

¿DIOS NOS PONE A PRUEBA?

Si en numerosos pasajes del Pentateuco parece decirse que Dios, por los males que inflige al hombre, tiene a veces por objeto ponerlo a prueba, es evidente que esto no puede ser tomado en su sentido literal, pues Dios no tiene necesidad de esta prueba para conocer el sentimiento íntimo del hombre. Las pruebas de las que habla la Escritura no tienen otro objeto que dar a los hombres reglas de conducta o enseñarles lo que deben creer o hacer, tomando como modelo la conducta del hombre piadoso, en quien la fe y la perseverancia permanecen inquebrantables en los momentos críticos. La idea la prueba es igualmente muy oscura y constituye una de las más grandes dificultades de la religión, Tomo III, pág. 151.

El Mal.

Dios jamás es el autor directo del mal, sólo accidentalmente o incidentalmente el mal puede ser atribuido a la acción divina, en cuanto ella produce la materia, que está asociada a la privación y que por eso se transforma en la causa de la corrupción y el mal, Tomo III, pág. 61.

Los grandes males que los hombres se infligen los unos a los otros a causa de las tendencias, de las pasiones, de las opiniones y de las creencias, proceden todos de una privación. Todos ellos resultan de la ignorancia, es decir, de la privación de la ciencia, Tomo III, pág. 65.

La mayor parte de los males que afectan a los individuos proceden de ellos mismos: de los individuos humanos que son imperfectos. Son nuestros propios vicios los que nos hacen lamentarnos y pedir socorro. Si sufrimos, es por males que nos infligimos a nosotros mismos de grado, Tomo III, pág. 69.

LA FINALIDAD DE LA LEY.

El conjunto de la ley tiene como fin el bienestar del alma y el cuerpo. El bienestar del cuerpo, a su vez, se obtiene por el mejoramiento de la manera de vivir de los hombres, unos con los otros. Se llega a este resultado por dos caminos: primero, haciendo desaparecer la violencia recíproca entre los hombres, de modo que el individuo no pueda permitirse actuar según su capricho y según el poder que posea, sino que se encuentre obligado a hacer lo que es útil a todos. Segundo, haciendo adquirir a cada individuo costumbres útiles a la vida social para que los intereses de la sociedad sean bien regulados, Tomo III, pág. 169.

La ley ha querido que la purificación del exterior no tuviese lugar sino después de la interior, Tomo III, pág. 207.

LOS TIEMPOS MESIÁNICOS.

Polémicamente en Mishná Torá – Reyes, capítulo 11-, Maimónides expone los conceptos que tantos dolores de cabeza le trajeron.

El Rey Mesías no ha de obrar milagros. No creará cosas nuevas en el mundo. No resucitará a los muertos. Las leyes de la Torá son invariables. Si adviniese un Rey de la casa de David, que estudiase la Torá y se dedicase a cumplir los preceptos como su antepasado David, según la Torá Escrita y la oral, y moviese a todo el pueblo de Israel a seguir con renovado esmero el camino de la Torá, y combatiese en las guerras del Eterno, habrá de presumir que él sea el Mesías.

Si lo hiciese y venciese a las naciones circundantes, y reconstruyese el Templo en su lugar, y reuniese a los dispersos de Israel, no habría dudas que él es el Mesías; y si no lo lograse, o fuese muerto, se sabría que no es aquél que la Torá nos prometió.

Lo que dijo Isaías: “Morará el lobo con la oveja y el tigre yacerá con el cabrito” es sólo una parábola. Su significado es que el pueblo de Israel morará con seguridad entre los malvados de las naciones del mundo, a quienes se simboliza como un lobo y como un tigre. De ningún modo debe un hombre ocuparse de las leyendas ni dedicar demasiado tiempo a los midrashim que se refieren a estos temas y a otros similares, ni hacer de ellos algo esencial, pues no conducen ni al amor ni al temor de Dios.

Si los profetas y los sabios anhelaron la era mesiánica, no fue por deseo de dominar a las demás naciones, ni para gobernar a los pueblos, ni para ser exaltados por ellos, ni para comer, beber y alegrarse, sino para poder dedicarse al estudio de la Torá. En ese tiempo no existirá el hambre, ni la guerra, ni la envidia y la competencia. Habrá una gran abundancia de todo bien, y las delicias serán tan accesibles como el polvo. Entonces el mundo entero no tendrá otra preocupación que conocer a Dios. Por consiguiente, el pueblo de Israel será muy sabio; las cosas ahora herméticas y profundas serán reveladas a todos; y se logrará el máximo conocimiento del creador que las fuerzas humanas permitan, como ésta escrito: “La tierra estará llena de conocimiento como las aguas cubren el mar” – Isaías XI, 9-.

Las conclusiones de Abraham J. Heschel.

Que distinta habría sido la trayectoria del judaísmo si las ideas de Maimónides hubiesen logrado aceptación general- ob. cit. pág. 259-. Pero su esfera de influencia se limitó a comunidades o períodos concretos. El moldeador, el maestro y el educador del su pueblo no sería Maimónides sino Rashi. El futuro no lo estructuraría la metafísica de Maimónides, sino la cabalá y el hasidismo. La contemplación de la cábala y el ardor del hasidismo guiaron el pensamiento judío hacia las raíces de la ley, hacia el objetivo de Maimónides pero de un modo distinto al soñado. Maimónides llamó orgullosamente a su Códice Mishná Torá, pero el título no pervivió. Combatió las prácticas mágicas, pero la leyenda le atribuyó hechos milagrosos. Rechazó la dialéctica pero su Códice fomentó el pilpul. Rechazó los clichés poéticos, pero sus trece artículos de fe (1), la “Guía de perplejos” e incluso el Códice acabaron versificándose. El empleó siempre su ratio para definir los límites de la razón. Sería considerado más tarde el clasicista del racionalismo. En estos ochos siglos siguientes no ha habido una verdadera aceptación de su doctrina, que se corona en el objetivo unificador del Mishné Torá y el More Nevujim. Sigue siendo una esperanza para el futuro.

(1) Los trece principios de la fe según Maimónides:

En el comentario al último capítulo del tratado Sanedrín, donde se trata de la resurrección de los muertos, la vida futura y la recompensa y el castigo en el otro mundo Maimónides desarrolla su teoría sobre la inmortalidad del alma. Expresa que es menester abandonar las concepciones groseras, materialistas sobre el otro mundo. El mundo por venir tiene carácter puramente espiritual y consiste en la perfección del hombre hasta su más alto nivel. Allí se formulan los trece principios de la fe:

1- Que Dios es el creador del mundo.

2- Que Dios es absolutamente único.

3- Que Dios no es corpóreo ni experimenta cambios.

4- Que Dios es eterno y no está ligado al tiempo.

5- Que solo se ha de servir a Dios.

6-Que la profecía de la Biblia es verdadera.

7- Que la profecía de Moisés es la mas alta.

8- Que la Torá es verdadera.

9- Que ella no se modificará.

10- Que el creador es omnisciente.

11- Que Dios retribuye según los actos del hombre.

12- Que el Mesías llegará.

13- Que los muertos resucitarán.

Bibliografía.

Dubnow Simón. Historia Universal del Pueblo Judío , Tomo IV. Heschel Abraham Joshua. Maimonides. Maimonides. Guía de los Perplejos, Tomos I, II y III.Orian Meir, Maimonides, Maestro de Generaciones. Spinoza Baruj. Tratado Teológico Político.

Fuente: Mensuarioidentidad

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