Enlace Judío México | 02 de 0ctubre 2013.- Asma al Asad no será María Antonieta. Con su país consumido por un levantamiento armado, el intermitente estruendo de la artillería claramente audible desde un palacio convertido en búnker, la imagen de la primera dama de Siria ha cambiado. Ha dejado atrás los tacones de Louboutin y los bolsos de Bottega Veneta, Chanel y Dior, para enfundarse unos pantalones y una camisa negra, abriendo los brazos y las puertas de su residencia a las familias de los soldados y civiles muertos en una guerra que cuenta ya 100.000 bajas y seis millones de desplazados.
De la bella Asma ya nadie habla en Damasco. Cuando la señorial ciudad se abría al mundo, hace sólo unos cuantos años, Asma reinaba en elegancia y distinción. Inauguraba exposiciones en la ciudad vieja, acudía a la ópera, cenaba con su marido en el exclusivo restaurante Narenj. Todo ello son ahora espejismos de un pasado distante y por algunos damascenos añorado, de seguridad y paz aunque democracia no hubiera. De Asma hoy solo se comenta que no forma parte del núcleo central del régimen, que es una musulmana suní, convidada por maridaje a una élite alauita.
Así están las cosas en Siria. Lo primero hoy son clanes y credos, que se escrutan con miedo y recelo. Es todo un cambio respecto a los años en que Asma y su marido viajaban por el mundo, haciendo compras en París, almorzando en el palacio de La Zarzuela y cenando en Londres. Todas esas puertas se han cerrado. A Damasco se asoman los rebeldes, llamando con los morteros. La Unión Europea ha sancionado al régimen impidiendo los viajes del presidente y su esposa a países miembros. Ella todavía podría acudir a Reino Unido, pues allí nació, de padres sirios.
En las últimas fotos que la presidencia siria ha difundido en la red de Facebook se ve a Asma, diríase que pálida, mirada ausente, con un moño mal hecho, recibiendo a lo que en el comunicado adjunto se describe como “familiares de mártires”. Su ropa es negra, de líneas rectas y formas sencillas. La cabeza descubierta, porque su marido y su padre, Hafez el Asad, se han jactado en sus 40 años de régimen de gobernar sobre muchos grupos religiosos, incluidos suníes y chiítas, sin dejar que ninguno imponga sus costumbres, como el velo.
Fuente:elpais.com
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