LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México | @TheTweetofGod es, por mucho, la mejor cuenta de Twitter que conozco. Creada por un genio llamado David Javerbaum –brazo derecho del no menos notable Jon Stewart, la voz más inteligente de la televisión en Estados Unidos– este “Dios” en 140 caracteres tiene una capacidad inusitada para comentar, quirúrgicamente, el absurdo cotidiano. Hace un par de días, resumía así la autoimpuesta parálisis del gobierno estadounidense: “Estados Unidos está cerrado. Lamentamos los inconvenientes”. Minutos antes, el propio “Dios” compartía algo relacionado también con el ridículo de Washington: “Pregunta: ¿qué representa el partido republicano? Respuesta: nada. El partido republicano no representa absolutamente nada”.
Como comedia, ambos tweets son perfectos. El segundo, sin embargo, es impreciso. Los republicanos sí tienen un objetivo concreto y lo han tenido desde hace un lustro: revertir, con tretas de la peor calaña, el triunfo democrático de Barack Obama en el 2008 y el 2012. De ser una oposición meramente obstruccionista, los republicanos más radicales han construido una estructura antagonista abiertamente desleal y despiadada, interesada sólo en volver inviable el gobierno de Obama. La reciente parálisis del gobierno estadounidense es sólo la culminación de –y lo digo sin temor a exagerar– un golpe de Estado… paulatino, bien disfrazado, pero golpe de Estado al fin.
Detrás de esta perversa dinámica está una enfermedad peligrosa para cualquier democracia: una minoría que opta por no comprender que el electorado prefirió otra opción, otro camino de gobierno en las urnas. Ese acto supremo de neurosis política da pie a la degeneración del proceso de gobierno. En Estados Unidos, por ejemplo, los republicanos insisten en que la “opinión pública” (el “pueblo”, dirían otros) está de su lado cuando intentan revocar la reforma de salud aprobada democráticamente en el legislativo y avalada por el poder judicial. Los republicanos citan encuestas que, efectivamente, revelan que una pequeña mayoría desconfía del plan de salud de Obama. Gobernar, claro, no es un concurso de popularidad. Pero eso no ha importado a la minoría intolerante. Acto seguido, traducen los resultados de los sondeos como si fuera un mandato en las urnas: en otras palabras, deciden porque sí que el sistema estadounidense no se rige por la democracia representativa sino por una muy peculiar versión de la democracia directa. Por supuesto, los republicanos saben perfectamente que la encuesta que importa, la verdadera expresión de la voluntad del pueblo, se registró en las urnas en el 2008 y el 2012. Pero poco les importa: lo suyo es cambiar las reglas de la democracia ex post facto, adaptar los métodos políticos a su conveniencia, alterar por todos los medios lo que democráticamente otorgaron las urnas. Sí: un golpe de Estado.
Parece ser una enfermedad de nuestros tiempos. El caso más notable, a mi parecer, ha sido el de Egipto. El lector recordará la manera como algunos ilusos optaron por llamar “golpe de Estado democrático” a lo que era, a todas luces, sólo un golpe de estado, sin adjetivos. Como Obama, Morsi fue electo democráticamente (o tan democráticamente como las jóvenes instituciones egipcias permitían). Como Obama Morsi interpretó su triunfo como un mandato y se dedicó a promover su agenda de gobierno, dejando satisfechos a los que compartían sus valores y molestos a sus detractores y a un buen fragmento de la opinión pública de su país. A pesar de que Morsi tenía todo el derecho de gobernar tras ser electo democráticamente, una minoría que dijo representar al pueblo trabajó para deponerlo. Al final, con el apoyo del ejército, lo consiguió. Al principio, muchos elogiaron el resultado: “un golpe de Estado democrático”, dijeron. La burda contradicción en los términos pronto resultó irrebatible. De democrático, ese golpe de Estado no tuvo nada.
Habrá quien me diga que la comparación entre Estados Unidos y Egipto es burda, que poco tienen que ver los dos países y sus particulares coyunturas. Evidentemente, hay matices y diferencias. Pero la motivación política y los mecanismos de perversión de las formas de la democracia me siguen pareciendo parecidas. En Egipto, como en Estados Unidos, la minoría hizo lo imposible por revertir las consecuencias de un resultado electoral que les resultaba intolerable. Los egipcios intentaron sabotear al gobierno democráticamente electo usando unas herramientas; los republicanos, otras. Al final, la intención es la misma. Como lo es la falta de respeto a la democracia, con todo y sus desconsuelos. Si la voluntad del pueblo en las urnas no es respetada, si hay otra “voluntad del pueblo” por encima de los votos, el resultado será la parálisis. O algo mucho peor.
Fuente:animalpolitico.com
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