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lunes 25 de noviembre de 2024

The Voca People: un espectáculo para llorar

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IRVING GATELLL PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | Y no, no me refiero a que sea un mal espectáculo. En realidad, el trabajo escénico es de primerísimo nivel. Lo fundamental -la historia que se narra- está perfectamente bien elaborada, respetando los requisitos de una buena estructura dramática. La musicalización es una genialidad desde el concepto mismo: una serie de popurrís excelentemente bien armados (algo que no es nada sencillo), con una variedad en la que vemos todo tipo de música. La dirección escénica es perfecta: el espacio es utilizado debidamente, y el ritmo siempre se mantiene vibrante, sin decaer en ningún momento. Los integrantes del grupo hacen su trabajo de manera más que sobresaliente: no sólo son excelentes músicos, también son muy buenos actores, y además muy simpáticos. El resultado es obvio: el público se mantiene fascinado durante las casi dos horas que dura el show, y siempre regala merecidos y emotivos aplausos.

Y, sin embargo, hay un trasfondo trágico en el trabajo de The Voca People. Algo que me hizo llorar.

La parte más genial del show “Música es vida, vida es música” tiene una doble lectura: la primera, la inmediata, es la cómica, la decorada con todo tipo de virtuosismo, la que divierte. Pero detrás de ello -como en toda buena farsa- hay una tragedia que no cuenta cualquier historia, sino nuestra Historia.

El argumento del show parece simple: un grupo de extraterrestres está en la Tierra porque su nave se ha quedado sin energía. Vienen de un planeta en donde la energía se obtiene por medio de la música, y para poder arreglar su vehículo para regresar a casa, tienen que entrar en contacto con los seres humanos con el objetivo de conocer, asimilar y aprovechar nuestra música. Sin dejar de hablar su simpático lenguaje a base de ruidos y onomatopeyas, la ósmosis generada por el contacto directo con gente del público les permite conocer lo mejor de nuestra cultura musical. De ese modo, al tiempo que se deleitan y nos deleitan interpretando nuestra música, van cargando la batería de su nave para poder echarla a andar. No faltan los contratiempos, pero siempre se resuelven felizmente gracias a la consigna central: la música es vida. Al final, cuando ya están listos para partir, se despiden pero no se van: siguen cantando, cantando, cantando.

¿Qué hay detrás de todo esto? La historia de un exilio. The Voca People son un pueblo que no puede regresar a su hogar, y que mientras buscan el modo de resolver su crisis, no tienen más remedio que entrar en contacto con la gente que los rodea, aprender su cultura e idiomas, asimilarlos, y luego construir su propia versión de todo ello.

¿No es acaso un retrato de la experiencia judía durante casi dos milenios de exilio? En todos los lugares a donde llegamos -prácticamente todo el mundo- siempre fuimos un pueblo que no anhelaba otra cosa sino regresar a casa. Mientras nos fue imposible, no tuvimos más remedio que entrar en contacto con las culturas circundantes, asimilarlas, comprenderlas, y construir nuestra propia versión, siempre riéndonos de nosotros mismos.

Hay detalles en los que se enfatiza nuestra tragedia: The Voca People no usa instrumentos musicales, sólo sus voces. Con ellas sustituyen todo lo que sea necesario (acaso, el rasgo de virtuosismo más impresionante de este grupo). Pero es que así nos sucedió: en muchos momentos de nuestra Historia, las naciones en donde estábamos varados no nos permitieron integrarnos de manera normal a la sociedad, y lo que logramos hacer -virtuosismo también- fue con nuestros propios medios, única y exclusivamente con lo que nosotros mismos nos podíamos ofrecer.

O la crisis de la asimilación: hay un momento donde uno de los integrantes del grupo se enreda coquetamente con una dama del público, y una de sus compañeras -¿su pareja?- inmediatamente va y lo hace entrar en razón, como diciéndole que no debe olvidar que viene de otro planeta y que tiene que regresar a su lugar de origen, y que establecer vínculos sentimentales y personales con alguien del público puede significar el fracaso de la misión de reparación de la nave. Luego son las tres mujeres del grupo las que van a repetir el coqueteo -esta vez con tres jóvenes también del público-, y otra vez vuelve a ponerse el énfasis en esa diatriba.

Se trata de un perfecto eco del problema que ha significado para nosotros la tentación de la asimilación. Ya sabemos que en la experiencia humana han sucedido todo tipo de variables: el núcleo más consistente del pueblo judío se ha rehúsado siempre a negociar la asimilación. Pero hay una periferia que no ha podido evitar la tentación de construir vínculos con gente no judía; en los peores casos, muchos judíos optaron por abandonar su propia identidad y asimilarse al entorno; en los mejores, muchas personas que no habían nacido judías se integraron a nosotros para compartir nuestra travesía. Pero en todos, lo que definitivamente hubo siempre fue ese debate sobre cómo mantenernos fieles a nuestra misión de lograr nuestro regreso a casa. Y eso es lo que, a manera de farsa, nos presente The Voca People.

La doble lectura de este show puede definirse como Klezmer al cien por ciento. Dicen los que saben del tema que lo más difícil al tocar la música Klezmer es llorar mientras se tocan las melodías más felices, o reír mientras se tocan las más tristes.

Eso es lo que nos ha regalado The Voca People: un show polisémico, donde el público se dobla a carcajada suelta con una historia que, en realidad, es una tragedia.

Allí está el verdadero reto con este nivel de obras escénicas: ¿quién está dispuesto a ir más allá de lo simplemente chistoso y virtuosístico, para intentar contemplar la tragedia que se esconde detrás? Quien lo haga, tendrá una experiencia demoledora porque se contemplará a sí mismo. Verá a sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y demás deambulando de país en país, teniendo que aprender idiomas, teniendo que asimilar culturas, teniendo que hacerlo con sus propios recursos, huyendo de la asimilación, riendo y cantando pese a todo, y anhelando el momento en que -por decirlo en los términos de The Voca People- se hubiera recuperado la energía para regresar al hogar. Detrás de ese show magnífico y trepidante, podemos ver esas viejas fotos en blanco y negro con gente rudimentaria, generalmente pobre en recursos materiales, pero ricos, riquísimos en fe y esperanza de que llegando a un nuevo país podían ofrecerle algo mejor a los suyos. Están las cartas de tantos varones que a los 19 o 20 años se fueron a probar fortuna y que se demoraron dos o tres años en juntar suficiente dinero como para empezar a traer a sus hermanos, a sus primos, a sus amigos, a sus novias, a sus hijos, y a veces incluso a sus padres. Está el dolor de todos aquellos que no lograron salir de Europa antes de 1939 y se quedaron para ser víctimas de la peor barbarie de la Historia. Está la lucha que, durante varias generaciones, nos ha permitido llegar a donde estamos y ser lo que somos, empezando por la feliz realidad de que ya no somos un pueblo en el exilio. Israel se reconstruyó en 1948. En el lenguaje de The Voca People, la energía se recuperó. Podemos volver al hogar.

Y, no obstante y como en el show, nunca terminamos de despedirnos de tantos lugares en donde también hemos echado otro tipo de raíces.

Eso, en mi opinión personal, ha sido el rasgo más genial en el espectáculo de este grupo israelí: pone ante nosotros la disyuntiva de no nada más divertirnos, sino también asomarnos a lo que hay detrás, la parte que sangra, la historia que duele, la tragedia que puede hacernos llorar.

Es nuestra sangre, es nuestra Historia, es nuestra tragedia. Con todo derecho son, por lo tanto, nuestras lágrimas.

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