FERNANDO GARCÍA
Enlace Judío México | Qatar posee el rascacielos más alto de la Unión Europea (la torre Shard) y el templo mundial de las compras (Harrods), ambos en Londres. El minúsculo país del Golfo es el mayor accionista individual del gigante mediático francés Lagardère y de la mítica joyería Tiffany de Estados Unidos. Y tiene participaciones significativas en las firmas alemanas Volkswagen-Porsche y Siemens.
Emiratos Árabes ha comprado el 100% de la española Cepsa y ha trenzado alianzas con General Electric, Airbus y Boeing para consolidar su floreciente industria aeroespacial. Kuwait acaba de adquirir la sede en Europa del Bank of America y está invirtiendo en el mayor proyecto urbanístico de Manhattan, en Nueva York, el Hudson Yards… Además, los estados del Golfo, ricos en hidrocarburos, están prácticamente apoderándose del fútbol mundial.
De unos años a esta parte, la ‘cesta de la compra’ de los países árabes con petrodólares está llenándose de las más vistosas y onerosas adquisiciones de productos occidentales. En principio parece lógico. El boom en los precios del petróleo iniciado con el nuevo siglo –el tercero tras las subidas de 1973-74 y 1979-81– proporcionó la liquidez idónea para regar, aliviar y sacar jugo a las economías de un primer mundo cuyas fuentes financieras tradicionales se hallan exhaustas, cuando no fosilizadas.
Pero la ecuación no es tan simple. Para los que mueven ese dinero no se trata sólo de aprovechar gangas o especular en terreno barato, ni mucho menos de comprar por comprar, como algunos hicieron en el pasado con resultados a veces catastróficos; por el contrario, los planteamientos inversores de los señores del Golfo se cifran hoy en la planificación a largo plazo, la prevención y la construcción de estructuras productivas y financieras más perdurables que el propio maná de sus gigantes bolsas de hidrocarburos. Pues el cajero automático del petróleo también tiene los billetes y los días contados.
No es que exista un plan concertado entre los emires y los sultanes de Arabia Saudí, Qatar, Kuwait o Abu Dabi, que compiten entre ellos y hasta se miran de reojo, como reconoce el agregado económico de la embajada de Emiratos en Madrid, Mohamed Abdel. “Cuando Abu Dabi lanza un proyecto, enseguida Qatar anuncia otro parecido”, dice con una sonrisa. Esta competencia arrastra en cierta medida a la gigante Arabia Saudí, mientras que Kuwait “va más a su aire”, añade el agregado. También el profesor Haizam Amirah Fernández, investigador principal del mundo árabe en el Real Instituto Elcano, descarta la hipótesis de una “trama” árabe para conquistar occidente. “Cada país va a la suya”, coincide, aunque con un objetivo común a sus diferentes clanes y familias dominantes: perpetuarse en el poder.
Pero, aunque cada cual defienda sus intereses, las ricas naciones árabes sí comparten estrategias y mandatos con vistas a reorganizar, ampliar y fortalecer sus respectivas posiciones en el mundo. La consigna general, al menos sobre el papel, es garantizar el futuro de las generaciones venideras para cuando los pozos de petróleo y gas empiecen a secarse. La idea pasa por asegurarse un crecimiento sano y hacerse competitivos mediante la creación de buenas infraestructuras; por asegurar las pensiones de los hijos y los nietos; por controlar posibles espirales de inflación y vacunarse contra la ‘enfermedad holandesa’ (impacto negativo de una excesiva acumulación de divisas).
¿Cómo? Sobre todo, colocando los huevos en canastos diversos, rentables y sin riesgos excesivos; combinando las garantías y el saber hacer de las empresas del mundo desarrollado con el dinamismo de las potencias emergentes, y revirtiendo réditos en la región y el país propios. Los patriarcas están volcándose asimismo en la formación de técnicos y directivos mediante la fundación de campus locales de prestigiosas universidades internacionales. La receta se adereza con unas colosales inversiones en imagen de marca, propaganda y seducción a través de la diplomacia suave, los patrocinios deportivos o la televisión.
Una de las claves del giro estratégico en las inversiones de los estados y los príncipes más acaudalados del Golfo está en su obsesión y consiguiente esmero en no repetir errores del pasado. Todos tienen muy presentes las millonarias pérdidas que algunos de ellos sufrieron tras su entrada en la recapitalización de Merrill Lynch, Citibank o Morgan Stanley en los años 2007 y 2008. Tampoco han olvidado cómo Kuwait se pilló los dedos con su exagerada apuesta española de la mano de Torras KIO a principios de los noventa.
Los fondos soberanos, pujantes vehículos de inversión de reservas estatales, son el gran ariete de penetración exterior de las naciones petroleras del Golfo. Según las últimas estimaciones, de los 20 primeros fondos de este tipo en el planeta, nueve son árabes. Y de los 4,5 billones de dólares que esa veintena de fondos gestionaron el año pasado, 1,7 billones pertenecían a los petroestados de aquel área. Estas cifras, recogidas en un reciente estudio del ‘think tank’ español Esade Geo, deben tomarse, no obstante, a título orientativo.
Sobre todo, porque una de las características y de los peros de los fondos soberanos emergentes está en su falta de transparencia sobre tamaño, criterios de manejo y propósitos. Las críticas y reservas del mundo empresarial y financiero ante tal opacidad han llevado a una treintena de estados, algunos árabes, a mejorar la información al respecto y empezar a rendir cuentas sobre sus fondos, lo que de paso ha ido facilitando su entrada en la economía real, es decir, más allá de los territorios especulativos.
Siempre bajo ese objetivo de crear un tejido económico más allá del petróleo, considerado una “bendición de Alá” pero al fin al cabo perecedero, los países del Golfo parecen haber dado con la fórmula perfecta, casi mágica, para expandir sus inversiones de la manera más segura, sostenible y rentable. Se trata de entretejer consorcios y construir triángulos en los que ellos ponen gran parte del dinero, las naciones desarrolladas aportan las empresas y la tecnología y los países de crecimiento rápido ofrecen la demanda.
Los qataríes, de largo los más activos de la región en los últimos años, destacan dentro esta modalidad de apuesta. Brilla la irrupción del fondo Qatar Investment Authority (QIA) en el mercado del lujo, a partir de empresas muy enfocadas en la expansión hacia los mercados de los nuevos ricos del globo, léase China, Rusia o Brasil. En esta clave, y no sólo en la de su propia querencia por todo aquello que resplandece –con obligada mención especial a la hasta hace poco jequesa Mozah bint Naser–, hay que entender la compra de Valentino, la toma de un 8,7% de Tiffany & Co. y un 1,03% de la francesa LVMH y el interés mostrado por Versace.
En ámbitos menos glamurosos pero igual de suculentos, Qatar Holding –subsidiario de QIA– busca los mismos efectos de triangulación empresarial con la adquisición del 5% del Banco Santander Brasil. O con la del 6,16% de Iberdrola y el 2,27% de Energías de Portugal, compañías que desarrollan importantes operaciones en América Latina.
La elección instrumental de empresas occidentales con buena entrada en los mercados emergentes denota, por pasiva, una cierta reticencia del nuevo capital árabe hacia el porvenir y los potenciales de demanda de los países desarrollados del norte. Como expone el estudio de Esade Geo sobre los fondos soberanos, las fuertes inversiones realizadas desde estas plataformas en la Unión Europea (UE) “no suponen un voto de confianza para la economía europea”. Sobre todo, en vista de “la incapacidad mostrada por la zona del euro para dar una solución creíble a la crisis de la deuda soberana”. Eso explicaría el que los fondos en cuestión estén limitando sus operaciones directas en la UEa productos básicos y activos muy seguros –como por ejemplo algunos servicios públicos y bienes inmuebles en el Reino Unido–, al tiempo que buscan firmas europeas con fuerte presencia en economías más pujantes que las suyas; unas compañías “que les proporcionan exposición a los mercados emergentes, pero con los escasos riesgos políticos y regulatorios dela UE”.
Aun con esas limitaciones, el ‘hambre’ de los inversores árabes es más que notorio en ciertos puntos y sectores de Europa. La palma se la lleva esa vieja potencia colonial tan conocida en la zona que es Gran Bretaña, consolidada como cuartel occidental del inquieto capital petrolero procedente de la península Arábiga. Y no sólo a través de adquisiciones emblemáticas. Los emporios financieros árabes buscan colocarse en lo más alto y lo más vistoso de la nación británica, como muestran la compra por Qatar del 95% de la empresa que controla el Shard –rascacielos con oficinas, un hotel, restaurantes…– o la adquisición de la sede de la embajada de Estados Unidos en Londres. Pero también ansían participar en servicios básicos del antiguo imperio. El fondo soberano kuwaití, KIA, lleva meses tanteando ese terreno. Junto con la canadiense Borealis y un fondo de pensiones para los trabajadores de las universidades del país, KIA intentó en junio hacerse con la compañía de aguas del Midlands y parte de Gales, Severns Trens. No salió bien, pero los kuwaitíes no tiran la toalla y, según desvelaba en julio el ‘Financial Times’, planean gastarse 5.000 millones de dólares en redes de saneamiento y de generación y distribución de energía en los próximos cinco años. Qatar posee, por su parte, el 20% de la firma que controla el aeropuerto de Heathrow.
El caso del Reino Unido es asimismo paradigmático en cuanto a la reciprocidad de la relación de Occidente con el nuevo capital árabe, al que los centros financieros del norte cortejan ya sin disimulo desde el batacazo del 2008. Después de un decenio de recelos a raíz de los atentados del 11-S en el 2001, y pese a la réplica del 7 de julio del 2005 en Londres, los señores de la túnica blanca han pasado en pocos años de villanos a caballeros. Los británicos –como el resto de los países occidentales, pero más– no han dudado en ponerles la alfombra roja sin hacer ascos al carácter no precisamente democrático de sus regímenes. En marzo del 2011, el Ejecutivo de David Cameron aprobó una nueva regulación sobre visados de inversor y empresario que facilitaba la obtención del permiso de residencia en las islas a quienes contribuyeran a su crecimiento con desembolsos de más de cinco millones de libras. Este estímulo, unido a los temores que la ‘primavera árabe’ despertó entre los príncipes y los emires de la zona, incrementó rápidamente el número de solicitudes de ‘investor visas’ por parte de potentados procedentes de la que los anglosajones llaman la zona de MENA (‘Middle East and North Africa’, es decir, Oriente Medio y Norte de África).
Gran Bretaña es, además, pionera en la incorporación a su sistema bancario de los instrumentos financieros bajo la prohibición de la usura y demás reglas económicas de la charia, otro aspecto esencial de la expansión del nuevo capital árabe. Desde el punto de vista occidental, se trata de no dejar pasar una fórmula de gran aceptación entre ahorradores e inversores musulmanes y de sorprendente éxito objetivo en tiempos de crisis; máxime en comparación con el desempeño de la banca convencional.
Aparte de los seis bancos con bandera de países musulmanes que ya existen en el Reino Unido, 17 entidades británicas entre las que destacan el HSB y el Lloyds han abierto “ventanillas islámicas”. Una modalidad en la que los intereses bancarios quedan sustituidos por tasas y contratos de mediación en inversiones e intercambios comerciales, con participación en los riesgos y los rendimientos. A la zaga de los británicos, casi todos los países europeos y sus sistemas bancarios van comprendiendo la conveniencia de no perderse este nicho de mercado. Francia, Suiza, Alemania y Holanda están en ello desde hace años: Deutsche Bank, Banque Nationale de Paris, ABM Amro yla Unionde Bancos Suizos (UBS) también han incorporado dichas ventanillas.
La predilección del capital del Golfo por Gran Bretaña y la Citylondinense, por delante de Estados Unidos y Wall Street, no se explica sólo por razones históricas y geográficas. Tampoco se debe a los rescoldos del 11-S, como lo demuestran los miles de millones de dólares con que KIA, Abu Dhabi Investment y el príncipe saudí Al Ualid bin Talal salieron al rescate de Citigroup y Merrill Lynch tras el descalabro de Lehman Brothers en el 2008. Como señala el especialista en el mundo árabe de la escuela de negocios Iese Alberto Ribera, los árabes sienten que en Londres pueden actuar “más abiertamente”. Y aunque mantengan fuertes vínculos con Estados Unidos, la superpotencia norteamericana no deja de ser para ellos “el gran amigo de Israel”, lo que constituye un obstáculo no menor a la hora de presentar internamente según qué alianzas, señala.
La explosión del nuevo capital árabe tiene su faceta más visible en dos sectores completamente distintos que Qatar y Emiratos Árabes han decidido enlazar en sus operaciones de expansión, exhibición de poderío y difusión de imagen a escala planetaria: el transporte aéreo y el fútbol. “El Golfo está convirtiéndose en un hub o núcleo de negocios y comunicaciones entre Europa, Estados Unidos y Asia”, dice la economista e historiadora Olivia Orozco, del consorcio institucional Casa Árabe. A juicio de esta especialista, ese nuevo rol internacional encuentra su mejor exponente en el impulso que los países árabes más prósperos dan a sus aerolíneas y aeropuertos. Doha, Dubái y Abu Dabi se han embarcado en la construcción de imponentes terminales internacionales con una lujosa oferta comercial y hotelera a su alrededor. Las instalaciones son tan costosas y de tal calibre que algunos analistas temen que quizá a sus promotores se les haya ido la mano con los cálculos de demanda potencial.
Pero, de momento, el negocio aéreo de Emiratos y Qatar tiene el viento de cola. Sus aerolíneas estatales no paran de crecer y abrir nuevas rutas en Estados Unidos, Asia y África, además de Oriente Medio. Hoy están consideradas las dos mejores líneas aéreas del mundo, según la última macroencuesta de los Sky World Airline Awards. La carrera que ambas compañías protagonizan desde hace algunos años –ejemplo claro de esa competencia de la que hablaba el agregado económico de Abu Dabi– resulta casi insultante para las grandes y veteranas empresas del sector en Occidente, todas en apuros. Y los flamantes líderes del transporte aéreo no muestran recato en la ostentación de su triunfo: “Una vez más, Qatar Airways rompe la tendencia general en la industria al demostrar su resistencia en tiempos de austeridad económica global; mientras otros recortan, nosotros vemos la oportunidad de expandir nuestra presencia en el mundo”, decía el hombre fuerte de la compañía qatarí, Akbar al Baker, cuando anunció sus últimos planes de expansión en mayo.
Los patrocinios del Real Madrid y el FC Barcelona por la línea aérea Emirates y su competidora de Qatar, respectivamente, materializan desde esta temporada la fusión de dos poderosos vehículos de propaganda dentro de una inteligente operación encanto que, en el caso del fútbol, tendría su remate final en el mundial de Qatar 2022.
Y todo ello, con el inestimable empuje de ese gigante mediático que ya es la renovada cadena Al Yazira, a la que muchos cuestionaban hace años por supuestos vínculos con Al Qaeda y hoy todos consideran una respetable televisión internacional a la altura dela CNN o la BBC. Todo un síntoma.
La ofensiva del nuevo capital de los árabes del Golfo se viene intensificando en paralelo a las ‘primaveras’ de algunos países hermanos, al complicado invierno en que desembocan y a la guerra en Siria, donde sobre todo la monarquía saudí y el emirato de Qatar han dejado sentir su influencia mediante controvertidos apoyos a la causa suní y a grupos rebeldes más o menos radicalizados. El tiempo precisará qué implicaciones y consecuencias tienen tales apoyos en las calles y los frentes bélicos. Más claras son ya las intenciones de esa otra batalla que los ricos de la zona están librando a golpe de talonario, mucho más allá de sus fronteras, desde sus opulentos palacios y despachos.
Fuente:lavanguardia.com
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