El último de los injustos, un filme de Claude Lanzmann

NEDDA G. DE ANHALT PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | La humanidad en general y, en especial, las comunidades judías del mundo, debemos estar agradecidas con Claude Lanzmann por el excepcional esfuerzo que ha hecho, y continúa haciendo, por recuperar el pasado del obsceno bache histórico denominado: Holocausto. Su obra fílmica lo comprueba: The Karski Report (2010), Sobibór, 14 Octobre 1943, 16 Heures (2001), Un Vivant Qui Passe (1999), Tsahal (1994), Shoah (1985), Israel, Why (1973).

Estos testimonios de Lanzmann son auténticas búsquedas de la verdad y del comportamiento ético de los judíos “en tiempos difíciles” (tomando prestado el título del famoso poema del cubano Heberto Padilla).

El más reciente documental, Le Derniѐre des Injustes, The Last of the Injust, El último de los injustos (Francia/Austria, 2013,218m), fue exhibido para la prensa a las 13 horas del primero de septiembre de 2013 en el Teatro Walter Reade, en el marco del 51 festival de cine neoyorquino.

En mi crónica para Filmeweb, he escrito sobre esta cinta. Pero ahora quisiera hacerlo, para otros dos prestigiosos medios de difusión cultural, Kesher y Enlace Judío, ya que no desearía que con El último de los injustos sucediera lo que pasó con Shoah, que tardó tantísimos años en llegar a México. Este reclamo lo recibí en persona por el propio Lanzmann, en un viaje organizado por Keren Hayesod para conmemorar un aniversario más de la Fundación del Estado de Israel. No recuerdo la fecha, pero sí la presencia del Ministro Ariel Sharón: alto, robusto, vital.

Había otras celebridades —entre ellas Claude Lanzmann—. Me acerqué a saludarlo informando mi nombre y país de residencia. Mejor no lo hubiera hecho. Al escuchar México, como si yo perteneciera a la secretaría de educación, o presidiera algún comité cultural judío, me reclamó el hecho de que hubieran pasado tantos años y su película Shoah, exhibida en muchos países, no hubiese pasado aún por México. No me ofendió su regaño; él tenía razón. Uno trabaja con ahínco en un libro o filme y, al gran final, se topa con la desidia o la indiferencia de público y distribuidores. Su reproche me causó asombro; Lanzmann es un entrevistador nato y con un manejo serio, inteligente y profesional. Aunque esté entrevistando a cualquier nazi —como acontece, si mi memoria no me traiciona en Memoria de los campos (1945), codirigida por Alfred Hitchcock, tras la liberación de los campos de exterminio— en nada denota su temperamento pasional y sabe ejercer un autocontrol digno del mejor encomio.

Ahora bien, El último de los injustos, Lanzmann entrevista a Benjamin Mulmerstein, el último sobreviviente de la élite judía del campo de exterminio Theresienstadt. Las preguntas de uno y las respuestas del otro finalizan por convertirse en una larga conversación donde el director busca una suerte de unidad a esos fragmentos. Aunque parezca una paradoja, lo difícil de esta entrevista no serán las respuestas, sino las preguntas. Lanzmann sabe cómo plantearlas y éstas no las hace de forma directa. Por ejemplo, él no inquiere “¿usted se salvó porque era cómplice de los nazis?” Así no; sino de esta manera: “Explíqueme, ¿cómo fue posible que usted lograra salvarse?”. La interrogante lleva implícita la idea de que sí, en efecto, logró salvarse era porque estaba “durmiendo con el enemigo”. Como sabemos, los tiempos en un campo de exterminio eran cada vez más duros y la miseria y la humillación crecían. La vida era anhelada. Así que, reaparece esa adoración al becerro de oro, por ambas partes —vista como una abstracción de los bienes materiales, uno de ellos, la auto conservación— que termina uniendo a víctimas y victimarios.

A Lanzmann le interesa llegar hasta el fondo mismo de la verdad. En el camino, analiza el comportamiento ético de su personaje en cuestión. En la retórica insidiosa de Mulmerstein, sus respuestas siempre irán al servicio de ofrecer una pluralidad de versiones para justificarse. Pero Lanzmann sabe sumergirse bien en la personalidad de sus entrevistados —lo cual no significa que los exculpe— y consigue logros formidables con este documental.

¿El principal? Destruir, de una vez por todas, la visión utópica que se tenía de Theresienstadt como la de un campo modelo de cultura donde no se mataba a nadie. Y, sí, ahí están las imágenes de actores en una obra de teatro, los conciertos de cámara que se llevaron a cabo; pero todo este material exhibido era para la photo shop de la propaganda nazi. ¡Cuánto daño hicieron las visitas guiadas a ese campo! En especial recuerdo la del representante de la Cruz Roja en aquella época que fue entrevistado en la película Un Vivant Qui Passe —un título bastante irónico de Lanzmann.

Este representante creyó a pie y juntillas la imagen que le vendieron y legalizó, con sus declaraciones a los cuatro vientos, que en Theresienstadt no pasaba nada. Qué candoroso que él y tantos otros creyeran semejante patraña. Bueno, no hay que extrañarse, porque una mujer tan inteligente como Hannah Arendt también dio crédito a la imagen que le vendió Adolf Eichmann: “el burócrata ignorante que cumplía órdenes”.

Por favor, a otro perro con ese hueso. Como sabremos por este documental, Eichmann desobedecía y obedecía órdenes según convenía sus intereses. Años más tarde, cuando Lanzmann entrevista otra vez al representante de la Cruz Roja, después de todo lo visto y oído, él pudo haber dicho: “Lo siento. Me equivoqué. Me engañaron. No lo dijo; siguió sosteniendo su tesis de que Theresienstadt era un campo modelo.

Si “este vivo que pasó por la vida”, viviese aún, se le hubiera caído la cara de vergüenza de escuchar a Mulmerstein explicando cómo se organizaron y ejecutaron las matanzas colectivas nocturnas en los sótanos de Theresienstadt por ahorcamiento, el trágico final del rabino y más información sobre Eichmann así como otros nazis. Curioso que la Cruz Roja Internacional incluyó, unos tres años después de la creación de la ONU, a su equivalente islámica, la Media Luna Roja. Israel tardaría más de medio siglo en que su Estrella de David Roja fuera aceptada.

Aclaro que este filme dura cuatro horas, que a mí me parecieron cuatro minutos, de tan intenso duelo de palabras que se llevó a cabo entre un gigante ya anciano y un astuto pigmeo. El último de los injustos es otro documental de excepción que nos obsequia Claude Lanzmann, cuya obra fílmica se ha convertido en una suerte de conciencia ética-critica para los judíos, abriendo una caja de Pandora con nuevas y necesarias reflexiones. El tema del Holocausto no se cierra y, posiblemente, no se cerrará mientras haya personas sensibles como Lanzmann que mantengan viva la memoria de esos millones de seres asesinados. Esa memoria frágil, pero tan importante de nuestras vidas es una deuda hacia ellos.

Ver el legado fílmico de Claude Lanzmann y, en especial, El último de los injustos, de algún modo, saldaría una mínima parte de esta deuda. Así que, repito, si alguien pudiera conseguir los derechos de distribución de este documental o de otros suyos para formar un ciclo en homenaje a este director, para que se exhibiera en México, cumpliría una mitzvah, un deber religioso.

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