LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México- Cuando uno vive en Estados Unidos, no tarda en darse cuenta de que una de las características más notables de esta sociedad es su propensión a la incongruencia. Podríamos hablar de política exterior, por supuesto, pero prefiero compartir con el lector un par de apuntes más ligeros pero igualmente reveladores.
La actitud de la sociedad estadounidense frente a lo que es aceptable como expresión cultural me resulta fascinante.
Por un lado hay una clara tendencia a la estridencia y la vulgaridad. Lo curioso es que, de manera simultánea, esta sociedad reacciona ferozmente contra dicho exceso, volviendo, casi por instinto, a su origen puritano. Van un par de ejemplos.
El primero es breve pero interesante. Se acaba de estrenar en Estados Unidos la película francesa Blue is the warmest color, una de las historias de amor más hermosas que he visto. Es también una historia de amor lésbico que incluye una larga y explícita escena de amor entre las dos protagonistas. La escena es sobrecogedora por las mejores razones: la manera honesta como retrata el frenesí erótico es de verdad memorable. Acá, el organismo encargado de darle clasificación a las películas, le ha puesto un NC 17 que implica que ningún menor de edad puede ingresar a la sala. Punto y se acabó.
No deja de ser increíble que una película como ésta reciba una clasificación tan restrictiva pero otras como “Hostal”, que retrata la tortura sistemática de decenas de víctimas, sólo recibiera una R, que sólo sugiere la supervisión de un adulto. El asunto es tan absurdo que algunos cines, específicamente los IFC Theatres en Nueva York, han decidido ignorar la clasificación de NC17 para recibir libremente a los adolescentes (por cierto: pueden hacerlo porque la MPAA no es un organismo gubernamental). Y no sólo eso. En un golpe de genialidad, han prometido ofrecer boletos gratis a aquellos que vengan a Nueva York desde el estado de Idaho con el fin de ver la película. Resulta que en Idaho, Blue is the warmest color fue vetada por completo.
Daré otro ejemplo.
Hace tres años un par de adolescentes en Pensilvania llevaron a la secundaria una pulsera de plástico que las metió en problemas. La pulsera, diseñada por la organización Keep a Breast, tenía como objeto promover la prevención del cáncer de seno mediante un poco de humor. Resulta que las pulseras llevaban estampada la frase I love Boobies, Amo las chichis podría ser la traducción (o quizá siempre había querido escribir la palabra “chichis”: discúlpeme, querido lector). Era, en suma, una mínima provocación con el único propósito de impulsar una buena causa.
Pero los administradores de la escuela no le encontraron el chiste. Le prohibieron a las niñas llevar las pulseras a la escuela so pena de ser expulsadas. Valientes, se negaron a aceptar la censura. Los obtusos directores de la escuela las echaron del plantel—a las niñas y a sus pulseras. Los padres de las alumnas no tomaron bien la expulsión de sus hijas y demandaron a la escuela. Tres años más tarde, al menos dos instancias jurídicas (una de ellas federal) le han dado la razón a las alumnas. Uno podría pensar que ese sería un revés suficiente para los tercos puritanos de la escuela en cuestión. Pero no ha sido así. Es una decisión asombrosa, los directores y el distrito escolar han decidido proceder con una apelación que podría enviar el asunto de las pulseras hasta la mismísima Suprema Corte. Seguramente perderán. El argumento de que las pulseras no promueven una buena causa sino fomentan una “sexualización” de los adolescentes que las portan es no sólo exagerado sino ridículo.
Sólo dos botones de muestra de dos caras de la moneda de la corrección política (y la congruencia/incongruencia) en este país.
Fuente: Animal Político
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