JONATHAN S. TOBIN
El otro día hubo una gran fiesta en Ramala. Según la describió el Times of Israel, la reunión en la Muqata, el complejo presidencial de la Autoridad Palestina sito en la ciudad, fue de carácter festivo: la gente se congregó para dar la bienvenida a casa a 21 de los 26 asesinos terroristas convictos liberados por Israel esta semana como parte del acuerdo que hizo que los palestinos accedieran a entablar conversaciones de paz. Por los altavoces sonaban canciones a todo volumen, amigos y parientes de los liberados bailaban y el líder de la AP, Mahmud Abás, alzaba las manos, orgulloso, en un gesto victorioso.
En cambio, en Israel el ánimo era sombrío: los parientes de los asesinados por quienes eran tratados como héroes en Ramala volvían a estar de duelo. La diferencia entre ambas reacciones como “un abismo emocional”, y realmente, hasta cierto punto, es cierto. Un grupo de gente era feliz mientras que otro lloraba al quedar libres los asesinos. Pero en este caso el abismo es más que algo emocional o, como parece describirlo el Times, más que un proceso difícil que forma parte del precio que Israel debe pagar a cambio de la oportunidad de alcanzar la paz. De hecho, el “abismo emocional” representa la gran brecha cultural entre ambos pueblos, la cual explica más acerca de la falta de paz que cualquier conferencia sobre historia, fronteras o refugiados. Dicho simplemente: mientras los palestinos honren a los asesinos, no hay motivos para creer que quieran acabar con el conflicto.
Las narraciones sobre las consecuencias de la liberación trataron de equilibrar la bochornosa ceremonia de Ramala destacando la decisión del primer ministro, Benjamín Netanyahu, de la construcción en Jerusalén. Sin duda, esta acción fue motivada por el deseo de Netanyahu de calmar la ira de muchos de sus partidarios por la liberación de los terroristas. Incluso hubo miembros de su coalición que la consideraron cínica, y probablemente tienen razón, pese a que, como la mayoría de israelíes, no ven nada malo en el hecho de que Israel construya en barrios judíos de su capital, los cuales tienen 40 años de antigüedad y permanecerían en el Estado judío aunque hubiera un tratado por el que se creara un Estado palestino. Algunos habrían preferido una paralización de las construcciones a la vergüenza de permitir que los asesinos salgan de la cárcel, y eso también resulta comprensible.
Pero en este caso la conclusión que podemos sacar no se refiere tanto a si Netanyahu está llevando a cabo juegos políticos o a la falsa acusación de que construir en Jerusalén es, de algún modo, un obstáculo para la paz. La conclusión es que los dos pueblos en conflicto parecen estar guiados por principios que no sólo están enfrentados, sino que representan un abismo entre civilizaciones.
El objetivo del nacionalismo palestino no es construir su Estado putativo, o convertirlo en un lugar mejor donde vivir; ni siquiera es crear un proceso político que les permita expresar libremente sus opiniones. Nada de eso se puso de manifiesto en Ramala mientras un presidente que cumple el noveno de los cuatro años del mandato para el que fue elegido hacía todo lo posible por vincular su destino político a gente que ha apuñalado, disparado y hecho saltar por los aires a sangre fría a israelíes. Abás lo hizo porque la cultura política de los palestinos aún venera el derramamiento de sangre como la principal prueba de legitimidad de cualquier patriota. Por eso los terroristas son héroes palestinos, no los vergonzosos vestigios de un violento pasado supuestamente concluido. El dirigente de la AP exigió, con éxito, la liberación de los asesinos porque es algo que le hace ser más popular.
Entre los israelíes hay un debate acerca de lo sensato de los asentamientos en la Margen Occidental, aunque pocos cuestionan el derecho de su país a construir en cualquier punto de su capital. Pero los israelíes no tratan como héroes a la insignificante minoría de judíos que han cometido actos ilegales de violencia contra los árabes. Son castigados por ello, no vitoreados. Hasta que pueda decirse lo mismo de los palestinos, no hay paz a la vista.
*Jonathan S. Tobin, editor jefe online de la revista Commentary.
Fuente:libertaddigital.com
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