ANA PALACIO
Enlace Judío México | A primera vista, se diría que todo Oriente Próximo —entendido en su más amplio sentido geográfico— se dirige hacia el caos. Mientras la guerra civil sigue causando estragos en Siria, sus vecinos —especialmente Jordania y el siempre frágil Líbano— se ven lastrados por más de dos millones de refugiados. En Libia, la anarquía tribal amenaza la mayor parte de su territorio, y el débil régimen afgano se prepara con aprehensión para la retirada de la OTAN en 2014. El Gobierno egipcio respaldado por los militares ha prorrogado el estado de emergencia, mientras Irak padece un aumento de la violencia sectaria, con cerca de 5.000 civiles muertos y aproximadamente 12.000 heridos en lo que va de año.
Irán, sorprendentemente, podría constituir una excepción a este panorama. Durante décadas, este país ha significado la más clara amenaza de confrontación en la región. Contrasta así que ahora la República Islámica parezca deseosa de poner fin a las tensiones que le enfrentan con Occidente a raíz de su programa nuclear. Este cambio, así como el papel de Irán como paradójica fuente de esperanza en una región caracterizada por los desórdenes, nos invita a reflexionar sobre el liderazgo global de Estados Unidos y lo que Washington puede lograr cuando explota todo el potencial del multilateralismo —y, en especial, de las relaciones transatlánticas—. En un momento en que Estados Unidos proyecta con frecuencia una imagen de indecisión y debilidad —reflejada en el desafortunado lema estratégico “leading from behind”—, Irán ilustra el potencial de una respuesta internacional liderada por Estados Unidos.
Washington ha impuesto un amplio régimen de sanciones contra Irán desde mediados de la década de los noventa, y lo ha aplicado con vigor —ejemplo de ello serían la multa de 1.900 millones de dólares al banco HSBC el año pasado y la lista negra creada con las entidades que ayudan a Irán a eludir las restricciones financieras—. Pero ha sido la progresiva participación de un gran número de países en el régimen de sanciones, lo que ha hecho mella.
La abrumadora victoria electoral del presidente iraní, Hasan Rohaní en junio es una primera manifestación. Rohaní hizo campaña con la promesa de perseguir un “compromiso constructivo” con la comunidad internacional. Su ímpetu inicial y el aparente apoyo —o al menos tolerancia— del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, reflejó el cansancio de los iraníes ante el aislamiento internacional y la amargura por el caos económico que las sanciones cada vez más estrictas han causado.
Las sanciones internacionales impuestas a Irán han aumentado en eficacia, conforme se han ido sellando los puntos de fuga existentes. Tras superar su reticencia inicial, la UE reforzó significativamente su política sancionadora respecto de las entidades iraníes relacionadas con la proliferación nuclear (aunque recientes sentencias judiciales han puesto en duda algunas de las medidas). Lo que es más importante aún, a petición de la UE, la Sociedad para las Comunicaciones Financieras Interbancarias Internacionales (SWIFT) decidió en 2012 eliminar 14 bancos iraníes de su red mundial (la principal vía de transacciones electrónicas interbancarias internacionales). Y todo parece indicar que el deseo de revertir esta medida ha sido un factor determinante para el cambio de rumbo que ha emprendido la diplomacia iraní.
Los esfuerzos de EE UU por convencer a sus socios internacionales de reducir su dependencia del petróleo iraní —en parte bajo la amenaza de penalizar a sus instituciones financieras— también han dado importantes frutos. Desde 2011, las exportaciones de petróleo de Irán se han desplomado pasando de aproximadamente 2,5 millones de barriles al día, a alrededor de 1,3 millones, principalmente como consecuencia de la prohibición total de exportaciones de petróleo a la UE y de las reducciones significativas por parte de China, Japón, India y Sudáfrica. Esto ha producido una caída en picado de los ingresos netos de las exportaciones de petróleo, pasando de 95.000 millones de dólares en 2011 a 69.000 millones en 2012 —un descenso catastrófico para un país en el que la venta de petróleo representa el 80% de los ingresos de la exportación y el 50% de los ingresos del Gobierno—.
Esta respuesta multilateral es el resultado de una visión clara y de un compromiso desarrollado con paciencia. EE UU ha trabajado duro para lograrlo. En lugar de enviar un ejército vestido de caqui y camuflaje, EE UU ha desplegado un batallón de expertos en chaqueta y corbata armados con un buen argumentario a favor de las sanciones y de su cumplimiento estricto.
Washington ha ido más allá de la simple esfera gubernamental. EE UU viene manteniendo desde hace años contactos con las instituciones multilaterales y el sector privado. Hablando desde la experiencia personal, recuerdo haber recibido varios informes detallados sobre Irán de las delegaciones estadounidenses durante mi tiempo como vicepresidenta encargada del área jurídica del grupo Banco Mundial. Obama ha perseverado en este esfuerzo y así el Departamento del Tesoro de EE UU ha mantenido contactos desde 2010 con más de 145 instituciones financieras en 60 países.
El impacto en la economía de Irán ha sido devastador. El PIB iraní se contrajo un 1,9% entre marzo de 2012 y marzo de 2013, y el Fondo Monetario Internacional predice una caída adicional del 1,3% para este año. Su moneda se ha derrumbado, y el valor extraoficial del rial ha caído de alrededor de 13.000 riales por dólar americano en septiembre de 2011 a cerca de 30.000 riales por dólar este verano. No sorprende, pues, que la inflación se haya disparado (el Banco Central de Irán anunció en agosto el fin de la tasa oficial del 39% en los 12 meses previos).
Estas cifras respaldan la opinión de que la nueva postura diplomática de Irán va más allá de una mera fachada. Pero con ser crucial la cuestión nuclear, cuya resolución “puede servir como base para una paz más amplia”, como dijo Obama ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el mes pasado, la importancia de esta estrategia va más allá.
Tras la experiencia de Irak y Afganistán, se ha hablado mucho sobre lo que EE UU es incapaz de hacer. Pero he aquí un claro ejemplo de lo que puede lograrse con el liderazgo de EE UU en un esfuerzo genuinamente multilateral respaldado por el trabajo duro. Y esto, es de esperar, alentará a Obama y a EE UU a implicarse con más frecuencia para que oportunidades como la de Irán dejen de ser la excepción.
*Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.
Fuente:elpais.com
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