A orillas del silencio, el duelo del hombre

ILONA DUKÁSZ PARA ENLACE JUDÍO

“La palabra impide que el silencio hable.”

Eugene Ionesco

“Le vent du dehors écrit ce livre”.

Georges Bataille

Enlace Judío México | Al referirse al lenguaje como a su propia naturaleza, Barthes escribe: “Hoy día me imagino a mí mismo un poco como el Griego antiguo tal como Hegel lo describe: el Griego interrogaba (…) el susurro de las hojas, de las fuentes, del viento, en definitiva, el estremecimiento de la Naturaleza, para percibir en ellos el plan de una inteligencia. Y en cuanto a mí, es el estremecimiento del sentido lo que interrogo al escuchar el susurro del lenguaje, de ese lenguaje que es para mí, hombre moderno, mi Naturaleza.”

Palabras llenas de erotismo que corren tras el velo de la belleza. Al igual que en la metáfora de la niebla que oculta el paso de la noche al día transformando el amanecer en un misterio, el significante, una ausencia por origen … un grito por final, en un desesperado movimiento de desapegarse de sí mismo, termina perdiéndose en un insondable infinito donde lo espera un silencio siempre abierto al olvido.

Barthes en su conferencia inaugural en el Collège de France señala que el poder es un discurso arrogante que genera la falta, y su consecuente culpabilidad en el que escucha. Si el lenguaje es una clasificación, y toda clasificación es opresiva, entonces el lenguaje es fascista no por prohibir sino por imponer un decir. Si lo que se busca es cierta libertad para sí mismo, ésta sólo se vislumbrará en la penumbra de un lenguaje habitado por aquello que se hurta a falta de raíces en los susurros anónimos. Y es en esa penumbra donde se reconocerá la herencia de una sabiduría milenaria, en la que la arena del desierto advino palabra, extensa como la nada, imprimiendo su “ritmo lento del más allá del silencio” a saberes imaginarios hasta terminar abismándolos.

Karl Krauss observa que “entre más cerca miras una palabra más distante se vuelve a mirarte”. La palabra esconde ese no saber dónde uno está, momento en que el ser tambalea, angustia por la que vaga la sombra de la palabra esperada para ofrecerle ser su ser; y lo que la recibe “es el ser que la ausencia de ser vuelve presente”. El ser en tanto disimulación deja abierta la herida donde yacen las palabras como blancas cenizas.

Se escribe a aquél a quien no se conoce, anonimato del texto que enmarca una relación con lo desconocido que “expone a la muerte o la finitud, esta muerte que no tiene en sí con qué aplacar la muerte”. Pero habría que tener en cuenta el comentario de Pascal: “Tú no me buscarías si no me poseyeras”. ¿Pero qué es lo que uno posee que se busca en el otro? Blanchot dice que cuando tú te diriges a mí, en realidad no sabes que eso que me pides está en ti. Cuando esperas que te diga lo que pienso no quieres ver que cuando hablo es desde una ausencia, ausencia que está al mismo tiempo que en mí en ti, pero que tú la desconoces. Relación que expone a la ausencia de relación. Separación infinita marca de una imposibilidad radical. Pulsación abismal del “entre” atraviesa y escapa a la palabra sin que ella lo sepa, permitiendo hacer comunidad … llámese de los amantes, llámese analítica.

Cornaz señala que el objeto de la transmisión no tiene imagen, lo que se transmite es una pregunta, y ésta sólo puede ser planteada desde el silencio. Pregunta que deviene enigma, y en tanto tal, algo de lo inefable se transmite. Silencio frente a la pregunta sobre el origen que sólo la escritura puede alcanzar mediante la ausencia de respuesta. Lo incierto contacta con lo que se creyó poseer … pero nunca fue de nadie. Palabra borrosa … toda crispada llega a su destinatario como quien perdió algo en su trayecto –cargando su desamparo- y sin tener por morada más que un lugar siempre transitorio.

Agamben plantea una “topología de lo irreal” para referirse a una tarea filosófica necesaria, frente a lo cual Derrida señala que esta postura tiene una estructura de aparición desapareciente al entrar en relación con la irrealidad en tanto “imposibilidad en potencia”. Recuerda a Baudelaire: “Celui qui ne sait (pas) saisir l’intangible, n’est pas un poète”. Y señala que tenemos la tendencia a pensar al topoi como algo espacial, cuando en realidad se trataría de lograr algo más originario que el espacio. Platón lo concibe como pura diferencia, referida a la posibilidad de que aquello que es, en cierto sentido no sea y lo que no es, en cierto sentido sea. De esta manera, al estar en contacto con el registro de lo “Real” lacaniano se abriría la posibilidad de apropiarse un poco más de la realidad en cuanto inasible. Otros pensadores, tal como Rilke “la pérdida, por cruel que sea, no puede nada contra lo poseído: lo completa, si se quiere, lo afirma; no es, en el fondo, sino una segunda adquisición –esta vez toda interior- y mucho más intensa”.

Al no tener dueño una palabra se mueve, y llega al que espera desde el olvido de la espera. Opacidad de la palabra. Lo que escucho no está en relación directa con lo que el otro dice, sensación de extrañamiento, cuanto más se intenta estar cerca, más se evidencia lo que se aleja. La palabra que viene a mi encuentro no es, y la que espero no llega. Búsqueda sin tregua, ser ahí dónde no se es, con cada intento se profundiza lo que escapa a la palabra que por tratar de llegar toda entera al sentido, termina abrazando lo inefable.

Umbral que aproxima una nada: en su borde, un movimiento palpitante. Jabès dirá entre lo franqueado y lo infranqueable “me levanto con la página que se abre, me acuesto con la página que se cierra”. Deslizamiento que esconde un saber en suspensión encarnándose la figura del “Otro” como portador de la respuesta. En Thomas el Oscuro se observa la posición subjetiva mediante el ritmo que imprime Blanchot: “sorprendido por la intimidad de la palabra (…) percibió toda la extrañeza que había en ser observado por una palabra como por un ser vivo, y no únicamente por una palabra, sino por todas las palabras que habitaban aquella palabra”.

Palabras que irrumpen un aletargado estado de vigilia con su lenguaje poético portador de infinitas resonancias contradictorias. Su musicalidad: verse libres de significaciones. Fernández Moreno con su poética permite acercarnos a esas pulsaciones donde “las palabras le ordenan el mundo pero le desordenan la vida/ él no compra un espejo para adornar el dormitorio de su amante/ compra la palabra espejo para adornar el verso donde su amante/ lo abandona”.

Relación analítica encuentro sorpresivo entre el que habla y el que escucha, una inconsolable eternidad, ausentándose uno del otro sin por ello abandonar la escucha confiada al devenir de una palabra. Espacio que abre a lo inaudible, donde “paralelo a las palabras de un lenguaje/ hay otro lenguaje de los reflejos detenidos/ en los huecos de las palabras que faltan”. Espacio en que la palabra de Pizarnik naufraga a lo que la sobrevive a un “lenguaje roto a palabras”. Mirada que se detiene sobre la sombra de la palabra, esperando encontrar su ser como destino cruzado del encuentro con la huella del desencuentro. Lo que resta … aproximarse a orillas del silencio donde ronda la sombra de lo que se espera.

Las palabras desertan la lengua con su continuo repliegue generador de ausencia, develando un más allá de la palabra. Escucha que invita a la presencia de la ausencia como un estado de transparencia, tan transparente que deviene impenetrable. Voz desprovista de rostro, atracción que ejerce esa noche de una muerte otra, donde el olvido olvidó su reposo. Un espacio para que alguien lo habite, sin ocuparlo, habiendo previamente realizado el duelo por la partida de los dioses. Creación tras el velo de la muerte.

Así como en la fábula de Esopo, “El labrador y sus hijos”, frente a la ausencia del psicoanálisis ideal, lo único que queda es labrar la tierra, para alojar en ella esa desnudez que antes se cubría. En palabras de Semprún “Tengo que fabricar vida con tanta muerte. Y la mejor forma de conseguirlo es la escritura. (…) vivir asumiendo esta muerte mediante la escritura, pero la escritura me prohíbe literalmente vivir”. Blanchot plantea que el escritor no va hacia un mundo mejor, cuando lo que en él habla ya no es ni de él ni de nadie. Pero sin dejar de lado la voz de Pizarnik “que enamorada de las palabras que crean noches pequeñas en lo increado del día” no logra silenciar lo que viene caminando junto a ellas …. un vacío que exige su propia desaparición. No se trata de silenciar el vacío. De hecho, Mallarmé se aproximó a dos abismos insoportables: uno la nada; el otro, la propia muerte. Y, “profundizando el verso” tomó contacto con el desamparo donde las certezas se evanescen. Y siguió “profundizando el verso” hasta no necesitar “una verdad por horizonte, ni un futuro por morada”. Quien profundiza el verso aprende a vivir al borde de un abismo.

Ana Poca en su introducción al Espacio Literario señala que la cercanía con lo no visible contacta la experiencia de una ausencia sin fin, que Blanchot resumirá en la paradoja noli me legere, -quien escriba no pueda leerse- El escritor queda expulsado de la obra, errante como al principio de su odisea. Extranjero frente a lo que pensó como palabra propia. Si el lenguaje habla como ausencia, allí donde no habla ya habla. Pensamiento desprovisto de palabras. “El eterno retorno de la insignificancia en el sentido. La muerte despierta así a la vida en la palabra y la imagen (…) su sentido sobreviene en la presencia de una muerte que sobrevive en la palabra ”. Epifanía de lo fugaz e impenetrable frente a la propia desaparición. Canto desesperado con el que Baudelaire se hace escuchar “où l’artiste crie de frayeur avant d’être vaincu”. Y no obstante, el poeta no cesa de intentar capturar ese momento transformando lo incorpóreo mediante la palabra que en el momento mismo de ser pronunciada restaura su misma inasibilidad.

Vértigo frente a la hoja en blanco al intentar dar claridad a la oscuridad que habita a la palabra para terminar deslizándose hacia un precipicio. Momento de fuga. Los límites que moran en ella ponen en suspenso lo decible. Algo queda oculto al pensamiento … un rasgo … marca de lo que se sustrae. Inquietud desolada, la espera de una palabra que dé signo de identidad. Voces de la escisión…. escritura que exila de un sí mismo confrontando al hombre a un destino siempre errante.

Blanchot contempla al lector aproximándose a lo imposible del acto de escritura: “Lo que se escribe entrega a quien debe escribir una afirmación sobre la que no tiene autoridad” manifestándose “lo que aún habla cuando todo ha sido dicho, lo que no precede a la palabra, porque más bien le impide ser palabra que comienza”. Ecos resonantes cuando todo ha sido dicho, y no obstante hay algo que no cesa de hablar, que no pertenece a nadie… se impone un silencio para que de esa escucha algo nuevo se inscriba. Lo que representa la palabra no está presente. Y aclara, “nada más extraño al árbol que la palabra árbol (…) Una palabra que nada nombra, que no representa nada, que no se sobrevive en nada, una palabra que ni siquiera es una palabra y que maravillosamente desaparece toda entera” al ser enunciada.

Implosión policromática, signo de lo innominado, al perder la materialidad del cuerpo se transforma lo sonoro en lo que se hurta a falta de raíces…. espejismo tras la música de los fonemas. La muerte con su llanto despierta en el insomnio atada gota a gota a una estrechez de monólogos sordos. Gorostiza con un grito ahogado muestra la poesía con sus maravillosas pieles ardiente como una droga, deslizándose silenciosamente, hacia los sentidos con ciega claridad y vacilante lucidez, para que no canten los amos del silencio esa otra noche en la que el azar se venció palabra a palabra.

Y así, bordeando la nada, en un movimiento sin tregua termina el hombre abismado en una sorda existencia, en un puro consumirse al cual ofrendó su vida. Y no obstante, una herida siempre abierta atosiga el vacío al aproximarse el umbral de esa noche… un instante… como un espejo cóncavo que al consultarlo arranca como respuesta otro espejo…y en este mar de aguas turbulentas llegamos a la orilla del silencio del duelo del hombre.

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