ALFONSO M. BECKER PARA ENLACE JUDÍO
Enlace Judío México | Mientras los políticos representan ante la ciudadanía su indignación por la orwelliana actitud del presidente de los Estados Unidos, la masa humana se hunde en el abismo de una esquizofrenia social que los lleva, inevitable y frenéticamente, a estar todo el santo día dando la tabarra con la misma cantinela.
Todo idiota que se precie, se apunta inmediatamente al coro organizado por los portavoces partidarios, el abanico de posibilidades orquestado por los centros de poder para cohesionar al ciudadano de la periferia, ciudadano posmoderno que no sabe ni entiende de política y precisamente porque es idiota, no tiene la menor intención de formarse, adquirir educación y mucho menos de librarse de su alelamiento, escasez de razón y perturbación del sentido porque esa fuerza de atracción que lo mantiene unido a otros imbéciles -curiosamente propuesta por todo el arco parlamentario- es lo que realmente lo hace feliz… ya no está solo, su estúpida individualidad le permite todavía engrosar las filas de la indignación, una auténtica acción y efecto de adherirse a la unanimidad porque le acaban de “revelar” que es espiado, fotografiado, seguido y fiscalizado en lo que escribe en internet, en todas sus redes sociales, en su teléfono móvil y hasta en su propia computadora…
Qué malo es Obama, qué perversos son los gringos, casi todos los estadounidenses tienen que estar ocupados y dedicados a espiar pues son tantas las agencias que tienen… y de esta manera el estúpido se olvida de las cámaras que están por todos sitios desde que sale de su casa, incluso ignora que todo el mundo lleva una cámara, una grabadora, que todo individuo con el que se cruza es una terminal telemática, una maquiavélica base de datos y por tanto un enemigo potencial y sin embargo confía plenamente en su candidato socialdemócrata y los cuatro que se autodenominan revolucionarios de esa izquierda de salón que son su única oportunidad, los únicos capaces de hacer frente al Imperio dando por sentado que su ídolo político no practica semejante atentado a la libertad, a la dignidad humana y al decoro. Se siente feliz, por momentos, al comprobar que ha habido una reacción unánime capaz de señalar al malo, al perverso, al que espía… y deduce de forma estremecedora que todavía es posible acabar con esta fechoría y que al menos, hay gente en este mundo que no espía… lo que lo confirma inevitablemente como un idiota irrecuperable.
Acceder al conocimiento filosófico permite a cualquier persona, con ganas de saber, que la realidad no existe pero como muchas veces ha repetido Paul Auster -al que el príncipe Felipe le entregó el Premio Príncipe de Asturias- la realidad no existe si usted carece de imaginación para verla, si usted va de un sitio a otro conducido como un borrego y se traga todo lo que le cuenten, si usted es tan simple como para aceptar el santoral de héroes o villanos que le propongan, si se apunta a todas las modas que le presenten y si no se ha enterado todavía que la dimensión real o ficticia de la espiomanía tiene su centro de producción y explotación en el corazón de los servicios secretos de todos los países de este mundo y -concretamente en este mundo globalizado- en agencias de colaboración conjunta para el control de masas indeseables que, precisamente al ser tan caóticas e imprevisibles, son objeto de vigilancia y estudio para actuar, en consecuencia, si deciden espontáneamente o teledirigidas por algún líder mesiánico, sembrar el terror y la barbarie como hemos tenido ocasión de comprobar en el caso de Egipto.
Espiar no solo no es un pecado sino que además es una necesidad humana. Espiamos desde que nacemos pues cuando miramos y escudriñamos, nuestro cerebro y las capacidades que nos proporciona, no ponen límites ni a nuestra mirada ni a nuestras posibilidades de evaluar y explotar esa información, ese nivel de percepción que lleva a la inteligencia humana a gestionar los conocimientos adquiridos para saber más y mejor sobre el entorno y esos otros que pululan por el espacio analizado; el niño espía a los padres para ver lo que hacen esos dos mayores cuando creen estar solos, los padres al niño hasta que un día comprueban que se toca el pito frenéticamente y los progenitores entran en pánico, el padre a la madre para saber si lo engaña con otro y viceversa; espiamos a los vecinos en la intensidad y proporción que nos dicte la curiosidad y así hasta el infinito, dependiendo del tiempo, las ganas y la necesidad de saber que tengamos.
Mi consejo es que no deje nunca de espiar si realmente lo necesita, sea feliz espiando, haga lo mismo que la NSA, la CIA o el Servicio Secreto francés, espíe bien sin mirar a quién, espíe por doquier y no se preocupe si alguien lo descubre, sea incluso más listo y deslenguado que Obama y cuando lo señalen y le pregunten por qué hace tal cosa, conteste lisa y llanamente: espío porque me da la gana… Otra cosa es el uso que haga de los datos obtenidos y de lo que sabe porque tendrá que atenerse a la ley para no cometer un delito y sufrir las consecuencias…
Pero déjeme que le diga una cosa, en el terreno estrictamente personal, el plano espiritual y mental es el más alto e importante nivel de la función humana, se puede vivir y ser perfectamente feliz sin espiar a los demás; no se ocupe de lo que hagan los otros, dedíquese a enriquecer su universo, a conocerse un poco más y mejor, no se meta con nadie y procure molestar lo menos posible, seguramente no pasará desapercibido porque siempre habrá alguien que lo observa, pero mientras todo eso ocurre, dedíquese a estudiar y trabajar para ganarse la vida e intentar ser feliz; y si alguien le pide opinión sobre esto que llaman escándalo del espionaje estadounidense, no olvide nunca que contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano, lo dijo Goethe, el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra, el dramaturgo que recreó al ser humano con todos sus trastornos del cuerpo y del alma; el poeta que fue capaz de “bautizar” la existencia profunda de la persona sacando a la luz la esquizofrenia y la imbecilidad social que ahora vivimos, el trastorno mental colectivo que cada día se agrava en una ciudadanía caracterizada por su incapacidad absoluta para percibir o al menos expresar una idea de la realidad.
Esta sobredosis de posmodernismo que debería, al menos en apariencia, haber fortalecido el yo (la historia lo confirma), lo está debilitando cada vez más. El decaimiento intelectual ya parece irreversible y los discursos orales y por escrito están guiados hoy por la batuta de vulgares aficionados a los conciertos para instrumentos desafinados. Los “receptores” se alejan de la noticia de un buen periódico o de la opinión inteligente de un escritor para sumergirse en la charlatanería o el mero entretenimiento; el pasado y el futuro no parecen interesar a nadie, la masa desea con ansiedad su inyección de espectáculo ahora, la mística del frenesí para justificar los sucesos; toda noticia se vive como un desastre parecido al fin del mundo, la razón y la ciencia han dejado paso al culto a los cacharros y artefactos telecomunicativos, a las teorías conspirativas permanentes para ocultar la verdadera desgracia del ser humano, sus grandes problemas económicos, el descrédito de la clase política, los graves problemas sociales, el hambre y la muerte.
Esta espiomanía degenerativa es un claro ejemplo de imbecilidad colectiva, una señal enfermiza de que la guerra continúa a pesar del silencio informativo y una ocultación evidente de que estamos a las puertas de otros grandes conflictos.
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