LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México | El escándalo de espionaje estadunidense en México ha dejado al gobierno en una encrucijada curiosa y complicada. La difusión del hackeo de las comunicaciones privada de al menos dos presidentes del país ha provocado un justificado enojo. Al principio, tal y como debía ocurrir, el gobierno protestó; quizá no con la energía necesaria, pero protestó. La cuestión ahora es: ¿qué respuesta espera de Estados Unidos?
El lunes antepasado entrevisté al embajador de México en Washington, Eduardo Medina Mora. En diez minutos de conversación le hice varias preguntas sobre las consecuencias de las revelaciones hechas por Edward Snowden. Medina Mora se atuvo al guión en todo momento.
Me dijo una y otra vez que el gobierno mexicano ya había presentado la queja correspondiente, que el presunto espionaje le parecía una conducta indigna entre socios y vecinos y, asunto crucial, que esperaría el resultado de la investigación que ahora lleva a cabo el gobierno estadunidense para pronunciarse sobre posibles consecuencias mayores en la relación bilateral.
Dado que uno de los rumores más persistentes de las últimas semanas es que el siguiente paso para Snowden será revelar los contenidos de las sesiones de espionaje, le pregunté a Medina Mora si había recibido alguna notificación sobre nuevas filtraciones aún más embarazosas. Me dijo que no sabía.
La reiterada posición del embajador mexicano no me sorprendió. Me parece sensata porque es, seamos francos, la única postura posible. Por ahora, México no puede ni debe decir más. Aun así, la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué piensa recibir el gobierno mexicano como respuesta tras la conclusión de las famosas “indagatorias” de Washington?
Para encontrar una posible respuesta entrevisté a Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental y la primerísima voz en el gobierno estadunidense cuando se trata de América Latina. Le pregunté por el proceso de revisión por el que atraviesan los servicios de inteligencia en Estados Unidos. Esto me dijo (en perfecto español):
“Estamos revisando la manera como recogemos inteligencia en los Estados Unidos para asegurar que estamos balanceando bien no solamente las preocupaciones de seguridad nacional para nuestros ciudadanos y para nuestros socios y aliados en todo el mundo con las preocupaciones de privacidad. Es un proceso que terminaremos antes de fin de año”. Después quise saber si el gobierno estadunidense le debía una disculpa al gobierno mexicano. Me dijo que Obama ha ofrecido disculpas (ojo con el matiz) por “las dificultades que han surgido como resultado de estas alegaciones”. Después agregó que Obama ha insistido en que “es muy importante que solamente porque podemos hacerlo (el espionaje), eso no significa que debemos hacerlo”. Finalmente le pregunté a Jacobson si era posible que Estados Unidos le garantizara a sus aliados que el espionaje no volvería a suceder. Fue notablemente franca: “no podemos decir que podemos evitar cualquier tipo de ocurrencia (sic) en el futuro”.
Esa, me temo, es la realidad ineludible. En efecto, Estados Unidos estudiará el proceso mediante el cual obtiene inteligencia en América Latina y el mundo. Depurará sus sistemas. Seguirá lamentando las filtraciones y las consecuencias que éstas han tenido en las relaciones diplomáticas no solo con México, sino con el mundo. Pero nunca se comprometerá a dejar de espiar a placer.
Tampoco pedirá perdón a nadie. Lo que le importa al gobierno estadunidense no es explicar el espionaje arbitrario y generalizado que realiza. Mucho menos cancelarlo u ofrecer disculpas por sus secuelas.
Lo que le interesa analizar es por qué sus capacidades técnicas no alcanzaron para mantener oculto dicho espionaje. No es un asunto de introspección moral. Es solo un ejercicio más de pragmatismo geopolítico. Eso, y nada más, ofrecerá Estados Unidos. De ser así, la pregunta —para México y todos los otros países inmiscuidos en la historia— será: ¿cómo responder cuando el que nos agravia simplemente se encoje de hombros?
leon@radio.com.mx
Fuente:sipse.com
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