Juntos venceremos
viernes 22 de noviembre de 2024

Brasil 2014: Lecciones de un triunfo contra un rival menor

La izquierda: el nuevo camino León Krauze

LEÓN KRAUZE

Enlace Judío México | El martes, cuando faltaban sólo unas horas para el partido entre México y Nueva Zelanda en el estadio Azteca, entrevisté al cónsul general neozelandés en Los Ángeles y a un entrenador nacido allá pero radicado en California desde hace décadas. Además de su amabilidad y la sorprendente confianza que entonces mostraban en poder conseguir un buen resultado en la Ciudad de México, me llamo la atención cómo comparaban no sólo las tradiciones deportivas de ambos países sino a los jugadores de los dos equipos. Me dijeron que sabían que se enfrentarían a un equipo muy difícil en un estadio mítico.

Pero también se dieron tiempo para apuntar algo crucial: la enorme diferencia entre, por ejemplo, los salarios de los futbolistas mexicanos y neozelandeses. Con buen sentido del humor, el entrenador me dijo que en Nueva Zelanda hay solamente un equipo profesional de fútbol e incluso ahí el salario de los jugadores probablemente era inferior al del “chofer del autobús que los lleva al estadio”. Era su manera de subrayar no sólo las evidentes dificultades que enfrentarían los neozelandeses sino también el abismo que, en teoría, debería existir de entrada entre futbolistas casi amateurs y deportistas profesionales y pagados a precio de oro como los que forman parte de la selección mexicana.

Al final, esas diferencias resultaron evidentes en la cancha. México fue infinitamente superior a un equipo sin la calidad técnica ni la capacidad física para enfrentar un partido eliminatorio en el estadio Azteca. El ejemplo perfecto fue el defensa central neozelandés, Vicelich. El hombre, ya de 37 años y jugador de una liga de aficionados en Nueva Zelanda, pasó una tarde de pesadilla en México. Las que salvó fue gracias a su experiencia como profesional, años atrás, en Holanda.

Pero el que vimos este miércoles junto a sus compañeros es un futbolista cansado, limitado, muy lejano de los estándares de calidad de una Copa del Mundo. El equipo de Nueva Zelanda jugó con inmenso, excesivo respeto por el rival, la altura y el estadio. El resultado fue justo aunque debió ser peor. También es correcto apuntar que la Nueva Zelanda que se verá el próximo martes en Wellington será muy distinta a la del Azteca. De haber visto a un equipo malísimo, veremos sólo a un equipo eficiente, pero mucho más suelto, agresivo y valiente. Nada de eso sugiere que México perderá la eliminatoria para ir a Brasil. Caer por cuatro goles contra esta Nueva Zelanda sería el peor resultado de la historia de nuestro fútbol. No va a ocurrir.

Ahora, el peligro está en malentender el triunfo. Vencer a Nueva Zelanda en el repechaje para acceder a la Copa del Mundo no es, ni de lejos, suficiente como para olvidar el vía crucis anterior. Mucho se hizo mal en el proceso rumbo a Brasil y los culpables lo siguen siendo, aun después de que la fortuna nos diera uno de los últimos boletos en el último vagón del último tren rumbo al Mundial. Tapar el sol con un dedo sería un error y un lujo mayúsculo. Pero también sería muy mexicano. Como mexicano sería concluir que el equipo que ha armado Miguel Herrera debería ser, en automático, el que llevemos a Brasil. El éxito en la apuesta coyuntural no debería determinar la planeación a largo plazo. Estos jugadores – esta base americanista – estuvieron a la altura en el Azteca y seguramente lo estarán en Wellington. De esa manera, como aquel equipo lleno de cruzazulinos embalados que convocara Javier Aguirre hace años en eliminatoria, cumplirán su cometido de ayudar a la selección a librar la emergencia.

Después, sin embargo, deberán prevalecer las cabezas frías. No: Moisés Muñoz no es mejor portero que Corona ni que Ochoa. No: Rodríguez no es mejor central que Moreno. En otros casos, claro, los jugadores del Piojo Herrera en efecto se han ganado el privilegio de la titularidad rumbo a Brasil. Pienso, por ejemplo, en Jiménez, Layún y el fantástico Rafa Márquez. Los jugadores que están en Europa deben volver, deben trabajar desde cero y deben aportar el (mucho) futbol que tienen en los pies.

Durante la transmisión del partido de este miércoles escuché – por enésima ocasión – a algún comentarista hablar despectivamente de “los europeos”. Bien haría México, selección de futbol y país, en ir desterrando viejos vicios y prejuicios, como el resentimiento y rechazo al que triunfa fuera del país. No. Ni el Chícharo, ni Guardado, Giovani, Aquino, Ochoa, Jonathan, Moreno, Herrera o Reyes son indignos de la camiseta verde. Son extraordinarios futbolistas que merecen estar en la selección nacional. Lo que funcionó para lidiar con los nobles pero rudimentarios kiwis de Nueva Zelanda no funcionará en Brasil. ¿O allá también hay un Estadio Azteca?

Festejemos y luego pongamos pausa. Es lo correcto.


Fuente:animalpolitico.com

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