Enlace Judío México | Desde hace dos años la población siria viene escapando de la guerra civil hacia Jordania, Turquía y Líbano. Había una sola frontera que estaba vedada para ellos: la israelí. Pero la crisis humanitaria llegó a tal punto que hasta ese tabú se rompió. Desde febrero de este año decenas de pobladores del sur del país se atreven a cruzar esa línea para ser atendidos en el hospital Ziv de Zefat, en la Galilea norte. Allí la figura central es su director, el argentino Oscar Embón, que emigró hace 40 años.
Este especialista en urología tenía 25 años cuando viajó a Israel, en febrero de 1973, y a los pocos meses tuvo su bautismo médico en la guerra de Yom Kipur, cuando Siria y Egipto se enfrentaron a los israelíes. Hoy atiende sin rencores a sus viejos enemigos. Los primeros sirios llegaron en febrero de este año, desesperados por no contar con servicios médicos. Hasta ahora atendieron a 174, la mayoría de ellos mujeres y chicos. “Vienen con heridas de guerra, esquirlas o bala, pero también con quebraduras por la caída de las viviendas. Tenemos una chiquita que un disparo le dio en la pierna y tuvimos que amputársela. También otras dos con problemas en los miembros inferiores por la explosión de minas. Hay un número alto que presenta heridas en los ojos a raíz de las esquirlas”, cuenta.
Muchos sirios del sur les perdieron el temor a los soldados israelíes que patrullan la frontera erizada de armas, y se acercan a la cerca de separación para pedirles ayuda a los gritos. Al principio los militares tenían cierto recelo y sólo les arrojaban vendas. Pero luego, ante las situaciones que veían, decidieron abrirles el paso y permitirles el ingreso. La cantidad de demandantes era tal que tuvieron que poner un hospital de campaña a pocos metros de la frontera. Allí les brindan los primeros auxilios, para luego derivarlos al hospital Rebbeca.
“Esta gente no tiene un estatus legal, no son refugiados. Una vez que los atendemos vuelven a sus países. Claro que vuelven sin saber si su casa sigue en pie o si tienen a sus familiares”, dice Embón. Y agrega: “La mayoría no quiere hablar, tiene miedo. Los que hablan cuentan cosas terribles”.
Los israelíes no lo toman mal, por lo menos un gran número de ellos. “Al contrario –remarca el médico-, hay elogios. Claro que siempre hay alguno que me dice por qué tratamos a esos terroristas. Pero yo me siento muy bien con lo que hago”. El hospital es amplio, con 321 camas y más de 1200 empleados. Austero, aunque con todo lo necesario, en sus salas se puede ver una mezcla de palestinos, judíos y drusos. Ahora se agregaron los sirios.
Delgado, alto, Embón se mueve con agilidad en los pasillos, dando órdenes en hebreo. Con un hablar pausado, enumera las causas que lo llevaron a abandonar la Argentina. “En primer lugar yo me recibí en el 71 y el nivel de medicina que estudié era alto, pero el ejercicio cotidiano era bajo, muy bajo. Pedía un examen de gases en sangre y me lo traían a las 48 horas, cuando yo lo necesitaba en 10 minutos. Inclusive en los hospitales le teníamos que pedir a la gente que traiga guantes de látex para las cirugías. Así que sentía una frustración muy grande. Por otro lado, por ser judío decidí venir a Israel a ser parte de este país. Desde el punto de vista médico me permitió realizar mis aspiraciones, y pertenecer a un pueblo que ha sufrido mucho”.
Embón se casó a los nueve meses de pisar tierra israelí, y tuvo tres hijos. Ahora, a los 66 años, le cuenta a Clarín que algunos hábitos se quedaron en el camino, como el mate, pero que otros aún los conserva. “Me gusta el asado. Siempre que puedo me como un buen asado”, dice. Hace 20 años que dirige este hospital, a sólo 35 km de Siria y 12 de Líbano. En las últimas semanas su nombre cobró fama porque en ese centro sanitario una joven madre siria, de sólo 20 años, tuvo su bebé de 3 kilos. El caso llamó la atención por la vieja y profunda enemistad que divide a judíos de sirios. “No existe diferencia entre seres humanos para un médico”, remarca el especialista, rompiendo también los tabúes de la guerra.
Fuente:clarin.com
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