ARNOLDO KRAUS
Enlace Judío México | Ser juez y parte entraña muchos retos. Evitar el sesgo, reducir al mínimo el maniqueísmo, calificar sin prisa, objetivamente, y, valorar, cobijado por neutralidad, es complicado cuando se es parte y juez. Las caras de la historia son infinitas. Sus perfiles varían ad libitum; las variaciones dependen del tiempo, de quien las mire y desde donde se observen. Ser juez y parte obliga. El antisemitismo exige. Como judío, laico, hijo de supervivientes del Holocausto, soy parte y juez.
No callar cuando las circunstancias demandan hablar es indispensable. Preocupado por la intolerancia y por el ascenso de los fanatismos, he escrito, en este y otros medios, acerca de la otredad y sobre las obligaciones de fortificar la memoria y la ética laica. Memoria, ética y otredad conforman un trinomio indispensable debido a las circunstancias del mundo contemporáneo, donde los genocidios no finalizan y donde algunos sátrapas mueren cuando la muerte los alcanza y no bajo la ley.
Una encuesta reciente, realizada entre septiembre y octubre de 2012, por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, en ocho países europeos (Italia, Alemania, Suecia, Reino Unido, Francia, Hungría, Lituania y Bélgica), reveló que el antisemitismo sigue vigente y que el odio hacia los judíos ha aumentado. El 66% de los encuestados piensa que el antisemitismo sigue siendo un problema, y el 76% consideró que el odio hacia los judíos aumentó en el último lustro. Francia es el país más antisemita. De acuerdo al estudio, en el país galo, el conflicto árabe israelí es la razón fundamental por la cual esa vieja animadversión se ha disparado.
Antes de la creación de Israel (1948) la razón de la inquina eran los judíos como personas; en la actualidad, la aversión es doble, el grupo per se, e Israel como nación. En el “caso Israel” no siempre es fácil distinguir entre antisionismo y antisemitismo, retruécano utilizado con frecuencia para disfrazar el odio contra el judío.
En noviembre se conmemoró el 75° aniversario de la noche de los cristales rotos, nombre acuñado para recordar el primer progromo –linchamiento multitudinario contra una comunidad acompañado de la destrucción y/o el expolio de sus propiedades— contra la comunidad judía bajo lo que sería la dictadura nazi. Entre el 9 y 10 de noviembre de 1938, miles de fanáticos alemanes se volcaron a las calles para destruir y quemar sinagogas y comercios judíos, y atacar a sus propietarios. Ese acto, kristallnacht, la noche de los cristales rotos, en alusión a los cristales de las ventanas destruidas, marcó el inicio del nazismo “abierto”. Esa noche 100 judíos fueron asesinados, y en los días siguientes, 30.000 personas fueron deportadas a los campos de concentración de Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen.
El pogromo, encarnado en la noche de los cristales rotos, requería un pretexto para convertirlo en razón. Herschel Grünspan, un judío polaco de 17 años abrió las fauces del nacionalsocialismo y fue el preámbulo de uno de los genocidios del siglo XX. La historia de Grünspan explica algunas razones del antisemitismo anteriores a la fundación de Israel. Ser apátrida, como ahora sucede con el pueblo gitano o con los kurdos es asunto grave. Grünspan vivió los horrores de no contar con una patria.
Su historia empieza con la inexactitud de su fecha de fallecimiento: “murió entre 1943 y 1945” explican sus notas biográficas. La historia de la noche de los cristales rotos empieza el 7 de noviembre de 1938, cuando Grünspan, exiliado en París, atentó contra el diplomático alemán y miembro del partido nazi, Ernest vom Rath, quien murió dos días después. La historia de Grünspan, resumida al máximo, explica —¿justifica debería ser la palabra?— su acto.
Grünspan nació en 1921 en Hanover, hijo de padres judíos polacos que se mudaron a Alemania en 1911. En 1935 dejó la escuela por la discriminación que sufría; en esa época se inició el boicot contra los judíos y su expulsión de las universidades. Al no encontrar acomodo escolar o laboral intentó emigrar a Palestina, permiso denegado por los británicos debido a su edad. Por esa razón sus progenitores lo mandaron a París, donde vivían sus tíos; entró ilegalmente a Francia. Durante dos años intentó, sin éxito, legalizar su situación para así trabajar. Debido a que su permiso para regresar a Alemania y su pasaporte polaco, habían expirado, su situación se complicó. Todas las puertas se cerraron: ni Alemania ni Francia ni Polonia lo aceptaban. En esa época comenzó la deportación de los judíos polacos residentes en Alemania. Desesperado, ante el ascenso del nazismo, y la inminente expulsión de sus padres, quienes le solicitaban ayuda, Grünspan compró un revolver y asesinó a Rath. Agotado el espacio, no los temas, —racismo, xenofobia, neonazismo, fanatismo, la imperiosa necesidad de fundar un Estado palestino—, retomaré el tema la próxima semana.
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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