JACOBO ZABLUDOVSKY
Enlace Judío México | Después de ochenta años de celebrar la Revolución con un desfile deportivo, este año no lo habrá. Ni siquiera se suspende: no se había previsto, según la Secretaría de Gobernación.
No es asunto frívolo conmemorar acontecimientos notables con desfiles populares, ni cuestión menor su cancelación. En el primer siglo de la era cristiana, para no remontarnos a la prehistoria, las batallas ganadas por Trajano fueron celebradas con desfiles triunfales en la Roma agradecida al español que agrandó sus dominios al someter a Dacia, vencer a Decébalo, restablecer la paz interior del Imperio y elevarlo al más alto grado de prosperidad. La historia ofrece miles de ejemplos y mis contemporáneos han de recordar los primeros desfiles del 20 de noviembre, en ese México protagonista de un movimiento popular de campesinos y obreros vencedores de una dictadura y transformadores de un sistema social y económico obsoleto, para ponernos de lleno en el siglo XX.
La Revolución Mexicana antecedió a la bolchevique. Los comunistas celebraban también con un gran desfile la Revolución de Octubre y en 1967 presencié en la zona de invitados junto al Mausoleo de Lenin el paso de soldados, tanques y cohetes al celebrarse 50 años de la llegada del soviet al poder. Los nazis hicieron de sus marchas un acto deslumbrador, con escenarios y coreografía desafiantes de un mundo apático que no vio la verdad detrás del espectáculo y pagó caro su error. Ambas celebraciones, la comunista y la nazi, desaparecieron con los regímenes que las crearon. No antes. Y así ha ocurrido a lo largo de los siglos y de las distancias terrestres.
En México no se canceló el desfile del 20 de noviembre ni durante los dos sexenios en que se empoderó el Partido Acción Nacional que nace precisamente con el propósito de combatir los postulados básicos del Estado en cuyo honor marchaban los deportistas. No es que demostraran un gran entusiasmo en participar de la fiesta, pero eran más o menos respetuosos y en el peor de los casos discretos. Pero el desfile no dejó de avanzar por el Paseo de la Reforma, Avenida Juárez y Madero o 5 de Mayo hasta saludar al Presidente que observaba desde el balcón central del Palacio Nacional en una jornada llena de simbolismo en todos sus detalles, enriquecida por la costumbre y la tradición.
Este miércoles no habrá desfile. Como si la Revolución hubiera muerto, según los ejemplos mencionados renglones arriba. Se ignora, para desconcierto general, cuando el Partido de la Revolución regresa al Poder Ejecutivo y el gobierno del Distrito Federal es encabezado por un candidato triunfante de la izquierda. Para los dos gobernantes es un primer 20 de noviembre en que son ellos, juntos o separados, quienes deciden si la lucha iniciada en 1910 merece o no dedicarle, como quien enciende una vela, el recorrido callejero de algunos miles de hombres y mujeres, habitantes de un país deudor de sus antecesores, más de un millón de ciudadanos anónimos, que murieron para hacernos vivir mejor.
A nadie escapan, al buscar las causas de este desaire, las turbulencias generadas por grupos descontentos, como el de los maestros, cuyas manifestaciones a veces desordenadas ocurren en las mismas avenidas del desfile frustrado y culminan en un Zócalo difícil de mantener tranquilo en esas circunstancias. Si ese fuera el motivo de la interrupción de una fiesta que de ninguna manera es superflua, habría sido oportuna una explicación que no se dio nunca, porque atribuir su cese a no haber sido considerada su realización es confesar una culpa, no justificar la omisión. Se anuncian para pasado mañana algunos actos conmemorativos: condecoraciones a militares, coronas ante alguna estatua, discursos con frases para la posteridad.
Algo irreemplazable se ha perdido. Abstenerse de señalarlo equivale a avalar el desacato y alentar el mismo error en los años venideros. A la Revolución le debe México el fortalecimiento de las instituciones democráticas, de la educación laica, gratuita y popular, de las conquistas obreras desde el salario mínimo hasta la jornada máxima, y la entrega de tierras a los campesinos, de una estructura jurídica para disfrutar una libertad por la que nunca se deja de combatir.
Las religiones empiezan su extinción cuando se extingue el rito. En política la forma es fondo y las ofrendas no se depositan en altares milagrosos, sino en el surco que el paso de la gente hace en las demostraciones cívicas. Borrar esa huella atenta contra los valores forjados por el tiempo.
Devolvamos a la Revolución el homenaje arrebatado y a un grupo de ciudadanos inermes el derecho, un día al año, de caminar sin miedo por sus calles.
Fuente:alianzatex.com
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