ARNOLDO KRAUS
Enlace Judío México | Hace una semana escribí sobre antisemitismo. Compartí, a vuelapluma, la historia de Herschel Grünspan, joven judío, apátrida, quien asesinó, en París, en 1938, a Ernst vom Rath, diplomático nazi. A partir del asesinato, las hordas nacionalsocialistas iniciaron sus acciones, primero, contra judíos, y, después, contra quienes no alcanzaban el calificativo de seres humanos dignos. Gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, enanos, personas con malformaciones fueron blanco de la locura del pueblo alemán.
La condición de apátrida de Grünspan, al igual que la de muchos de sus congéneres judíos, y similar a la de los gitanos en la actualidad, es una de las peores tragedias que puede confrontar una persona o un pueblo. Humillación es una palabra solo comprensible por quienes la han sufrido. Eso debió haber vivido Grünspan cuando asesinó al diplomático nazi y eso viven quienes carecen de la protección de un Estado: palestinos, gitanos, kurdos, saharawis.
Israel, fundado en 1948, resolvió el vacío y el sentimiento de los judíos por no contar con el orgullo de ser parte de una nación. Sin embargo, como lo demuestra la encuesta realizada en 2012 por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, no acotó el antisemitismo, fenómeno in crescendo en Europa; aunque el motivo sigue siendo el judío como persona, el odio se ha disparado por las polémicas generadas por Israel, sobre todo, las vinculadas con el pueblo palestino. Ese doloroso embrollo no tiene visos de solución; al contrario, sembrará más inquina contra judíos y contra musulmanes. Antisemitismo e islamofobia son males sin fin.
Los reiterados fracasos entre los actores del conflicto han imposibilitado la creación de un Estado Palestino independiente, idea que suscribo ampliamente. Ningún acuerdo será posible mientras prevalezca la sordera de los fanáticos religiosos israelíes (20% de la población), la necesidad del non grato Benjamin Netanyahu de contar con los votos de los ultraderechistas judíos, la división del pueblo palestino, una encabezada por el grupo terrorista Hamas y otra por el Movimiento Nacional de Liberación Palestina —Al-Fatah—, la falta de compromiso de las naciones árabes hacia los palestinos, la falacia de la primavera árabe, hoy encarnada en las pugnas entre militares y fanáticos religiosos en Egipto, y en la tragedia siria, protagonizada por el sátrapa Bashar al-Asad, y, por último, debido a los intereses antiguos y presentes de las grandes potencias, Rusia y Estados Unidos a la cabeza.
La inquina entre judíos y palestinos seguirá reproduciéndose, y con él, el antisemitismo, y, aunque no sean los palestinos los responsables, el desprecio hacia algunas corrientes del islam. Basta repasar los discursos xenófobos de Geert Wilders, en Holanda, o de Marine Le Pen, en Francia, donde la aversión antimusulmana forma parte de la retórica política y es vía para la consecución de votos. Curiosa y explicable simbiosis la de judíos y musulmanes en el país galo: ambos son estigmatizados y odiados por la ultraderecha francesa. Xenofobia, racismo y menosprecio hacia el otro son constantes en el mundo contemporáneo. Aunque el blanco difiera –gitanos, musulmanes, judíos, indígenas- la meta es la misma: denostar, excluir, culpar, asesinar.
Observar el mapa europeo más allá de las invocaciones de Wilders y de Le Pen cancela toda esperanza. La tragedia de los naufragios cercanos a la isla de Lampedusa donde más de 350 inmigrantes murieron en octubre, la presencia de los skinheads en Alemania, la fuerza de partidos ultraderechistas, Amanecer Dorado en Grecia, o Fidesz en Hungría, donde se premia a periodistas antisemitas, se dice que los gitanos son animales y se prohíbe a las personas sin techo vivir en la calle, son, entre muchos sucesos, ejemplos del distanciamiento entre quienes bregan por tolerancia y aceptación y entre quienes ondean las banderas del racismo y la xenofobia. Islamofobia, antisemitismo, racismo contra gitanos, dobles morales hacia los inmigrantes africanos en Europa son rostros de la xenofobia y de la brutal incapacidad del ser humano para convivir, no con amistad, pero, al menos, sin humillar y matar.
Al inicio de estas reflexiones utilice la palabra apátrida. Quienes no hemos vivido esa tragedia no comprendemos esa condición. En el mundo contemporáneo, el número de apátridas o personas similares a ellos crece sin cesar. Desplazados, refugiados, apátridas y personas en busca de asilo, suman, de acuerdo a ACNUR —agencia de la ONU encargada de los refugiados—, 44 millones de personas. Quienes dejan su terruño, como los africanos que se lanzan al mar con la esperanza de sobrevivir, son variantes de la condición apátrida. Gitanos, kurdos y palestinos son grupos vulnerables y denostados. Mientras no se solucionen esos bretes, lo cual nunca sucederá, el odio seguirá reproduciéndose.
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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