El día que me convertí en mujer de hierro

RUTH ATRI PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | La prueba de Ironman consiste en nadar 3.8 km. Rodar en la bicicleta 180 km. Y correr 42.195 km. Es una justa por demás demandante, no solamente durante esa jornada, sino en las horas y esfuerzo dedicados meses atrás, con todos los sacrificios que conlleva.

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Sin embargo, en estas líneas no voy a hablar del esfuerzo físico, sino de mi lucha espiritual y mental.

Desde mis tiempos de adolescente pretendía ser querida por toda la gente, pero eso era, sino imposible, sí difícil, puesto que yo no me quería lo suficiente. Tras notar alrededor el pobre resultado obtenido, me refugiaba en sueños a largo plazo que tejía en mi mente, me visualizaba triunfadora, pero el triunfo consistía en transmitir a los demás mensajes positivos; fue así como me vi hablando en público y siendo un líder.

Las desventuras por las que pasamos no son más que pruebas que nos fortalecen y nos llevan a varias enseñanzas, aunadas a ellas existe una búsqueda constante y sin final para llegar a la realización personal.

Recuerdo que hace veinte años me leyeron mi carta astral, mencionándome que tenía guardada mucha energía, mucho que dar, pero que no había logrado revelarla, en aquel entonces concordé con esa observación. Me sentía como un botón cerrado tratando de doblegar el cáliz para mostrar sus pétalos, en el fondo sabía que iba a lograrlo, tan sólo era cuestión de tiempo.

Tomar decisiones que transformen la dirección de una vida, es doloroso y genera temor, pero hay que atender al llamado que nos dice: es momento de cambiar, ahora o nunca.

Paralelo a esas decisiones, comencé a correr, descubriendo una medicina maravillosa para darme fuerza en mi lucha en pos de mi realización en todos los aspectos de mi ser. A través de los entrenamientos que forjaron el proceso para correr un maratón, me demostraba a mí misma día con día hasta dónde era capaz de llegar al cumplir con mis estresantes rutinas de velocidad, en donde tuve que vencer barreras que van desde el frío o calor hasta el cansancio y la sensación de quedar sin aliento. Lecciones, errores, aciertos y algunos desacuerdos venían a mi constantemente, pero mi condición de atleta siempre me acompañaba, creía en mí y me hacía creer a mí, y es que cada zancada suministraba oxígeno a mi alma tan ansiosa de obtener respuestas para salir adelante.

Después de sentir la sublime victoria de cruzar la meta de varios maratones, mi espíritu rebelde y aventurero pedía más: el Ironman, pero este reto no solamente consistía para mí en soportar largas distancias de esfuerzo, sino en vencer una serie de miedos que iban desde nadar en aguas frías hasta dominar una bicicleta, con la cual había tenido contacto cuando niña.

Este tipo de barreras más difíciles había que derribarlas con mucho trabajo y sudor, pasando por crisis en donde sentía que no lo lograría, como si fuera yo una pequeña hormiga frente a una ola gigante, pero en esos momentos, como también en muchos otros en los demás aspectos de mi vida, me hicieron llegar a la conclusión de que el verdadero guerrero se consolida cuando más desprotegido se siente… se permite llorar, gritar, temblar, pero nunca perder de vista el horizonte, puesto que ahí está nuestro destino, nuestra gloria, y qué bueno que no nos resistimos a ese sabor, porque es nuestro motor que nos lleva a inventar nuestros propios caminos.

El día que me convertí en mujer de hierro, mi vida ya no fue igual, sentí el poder que tengo para llegar a donde nunca antes había llegado, y desde entonces no lo suelto, sino que lo sigo desarrollando. Ese poder es inherente en todos, la tarea principal es encontrarlo, sentirlo y triunfar con él.