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jueves 21 de noviembre de 2024

Internet, iPhones, tweets, “phubbing”

Arnoldo-Kraus

ARNOLDO KRAUS

Enlace Judío México | Los correctores automáticos de idioma instalados en las computadoras no reconocen las palabras tecnofilia y tecnofobia. Pronto lo harán. Es imposible no hacerlo. La tecnología cambia necesidades, exige modificaciones. Aislarse no es posible: magia y necesidad corren a la par. Ambas se retroalimentan: el fulgor, la magia, crea necesidades; las necesidades brillan sin coto mientras más elementos imprescindibles añadan a su arquitectura.

La tecnología seguirá creciendo ilimitadamente, y con ella, los tecnofílicos se reproducirán sin cesar, geométricamente. Por un tiempo, dos o tres décadas a lo sumo, algunos tecnofóbicos darán la batalla y seguirán preguntando, ¿debe limitarse el crecimiento tecnológico?, ¿debe acotarse la investigación? Cuando fenezcan los tecnofóbicos, por edad, por agotamiento de la nostalgia, o porque la melancolía se vuelva obsoleta, pocos recordarán el inmenso mensaje del poema “La roca”, de T. S. Eliot.

Transcribo unos versos, “Invenciones sin fin, experimentos sin fin, nos hacen conocer el movimiento pero no la quietud, conocimiento de la palabra pero no del silencio, de las palabras, pero no de la Palabra.

“¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?”

“¿Y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”.

El tiempo de “La roca”, 1934, parece lejano pero lo es. Su mensaje podría ser el lema de los tecnofóbicos y de quienes admiran, pero miran, a la vez, con recelo, con preguntas, los alcances de la tecnología, sobre todo en el campo médico y en el de las comunicaciones. Las advertencias de Eliot son realidad.

La información prevalece, es adictiva: en la sociedad moderna se atesora y se valora cada vez más; en cambio, la sabiduría, poco a poco, se difumina. El fin de la intimidad, las modificaciones en las relaciones entre personas -basta pensar en la relación médico-paciente-, y el resquebrajamiento de la vida interna son cotidianidad. La tecnología catapulta la información. La insabiduría y la falta de conocimiento subordinan al ser humano. Al Poder no le convienen ni sabiduría ni conocimiento; informar desinformando es leitmotiv. Repensar los vínculos entre tecnología y Poder siempre es necesario.

Son muchos los bretes y muchas las trampas. La tecnología ha dejado de ser neutra. Tiene apellidos: enajenar, despersonalizar, alienar, modificar la estructura íntima del ser. Orwell y Huxley lo dijeron décadas atrás. Eliot lo advirtió: inventar y experimentar en vez de intimidar y mirar. La meta de las nuevas tecnologías de comunicación es evidente: hacer que lo no indispensable se vuelva indispensable, que lo poco útil se transforme en necesidad, y que lo nuevo sepulte lo viejo. Con el crecimiento exponencial de la tecnología la cuestión será quién se acomoda a qué, y qué a quién: ¿el hombre a la tecnología o ésta al hombre? Parafraseando a Erich Fromm, el brete siguiente, no es si podrá sobrevivir el hombre, sino cómo lo hará y qué tanto cambiará.

La inquietud frommiana incomoda a las personas mayores de edad, no a los jóvenes, no a quienes conforman la generación nativos de Internet. Esa división, viejos preocupados por el auge y el buen o mal uso de la tecnología, y jóvenes no preocupados por la necesidad de vivir y convivir sin interrupción con la tecnología, atados a monitores, es evidente. En las próximas décadas, presagio, las inquietudes desaparecerán cuando nadie cuestione los dictados y la hegemonía de la tecnología.

El apogeo y el crecimiento imparable, con frecuencia geométrico de esa parafernalia, ha revolucionado el acceso a la información y ha modificado las formas de comunicación. Internet, iPhones, tweets, Facebook, apps, etcétera. Etcétera es un nuevo neologismo del idioma inglés, “phubbing”, cuyas raíces provienen de “phone” -teléfono-, y “snubbing” -despreciar, menospreciar-. “Phubbing” implica ignorar a una persona por atender al teléfono en lugar de prestar atención.

El “phubbing” -¿”Telciar en español”?- retrata el malestar de quienes priorizan lo cercano -conversación, tacto y mirada-, sobre lo lejano -“apps”, mensajes de texto-, y representa una actitud en contra de la neocomunicación, actitud que denuncia la despersonalización, la enajenación, y la desinformación (o la información desinformada). El neologismo “phubbing” se acuñó en 2012, en Australia, como parte de una campaña en contra del uso indiscriminado de los celulares. “Stop phubbing”, “say no to phubbing”, son lemas del movimiento “anti-phubbing”.

Cuando Gutenberg creó la imprenta seguramente la gente no se encolerizó. No pienso que la comunidad haya considerado que las ideas impresas en papel fueran en detrimento de la memoria, de la comunicación, de la sabiduría. Contextualizar los alcances y las mermas de la tecnología es fundamental. Todo radica en la forma de utilizarla. El ser humano no peligra por las nuevas formas de comunicación. Peligra por el ser humano, peligra su esencia.

Fuente:elsiglodetorreon.com.m

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