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domingo 22 de diciembre de 2024

El Greco y lo judío

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ANTONIO ILLÁN ILLÁN Y OSCAR GONZÁLEZ PALENCIA

Enlace Judío México | Es evidente que el Greco conocía bien la simbología judía, dada la fuerza de la comunidad hebrea en Oriente y, sobre todo, en los ambientes en los que el pintor se había criado. En la «Alegoría de la Orden de los Camaldulenses», cuadro que se pintó en la época del «triunfo de la fe» en un ambiente claramente antijudío, obra encargada por un hasta ahora desconocido cliente, podemos apreciar cómo las celdas individuales de los monjes aparecen alineadas y cómo el Greco invierte el sentido y la imagen cristiana objetiva se transforma en candelabro talmúdico de siete brazos. ¿Homenajea el Greco en 1579, fecha de la realización del cuadro, a un pueblo, que le es simpático, perseguido y atormentado en España?

¿Qué sabemos acerca de la relación del Greco al mundo judío? La época histórica del Greco en Toledo es la de la imposición del Estatuto de limpieza de sangre, que había llevado a cabo a todos los efectos el cardenal Silíceo. Se puede afirmar que en estos finales del siglo XVI el honor de los españoles lo constituía su religión y su raza, y acreditar este honor de «cristiano viejo» era necesario para acceder a determinados cargos. Sin embargo, la realidad nos demuestra que en estos tiempos oscuros había tantos españoles no «limpios» de sangre que optaban a puestos en las instituciones, que el fraude, el chantaje, el engaño y la coacción eran un resultado normal de las acciones que llevaban a cabo quienes tenían necesidad de limpiar su genealogía. Era una sociedad en la que el deshonor conyugal se lavaba con la espada, pero se consideraba un estigma imborrable la ascendencia judía, que no eclipsaba ni con el bautismo.

Con respecto al genio cretense, vivimos en el mundo de la conjetura, pero rodeados de algunas certezas. El Greco, cuando llega a Toledo, viene a una ciudad donde los Estatutos de limpieza de sangre están en vigor; sin embargo se aposenta en el barrio de la judería en las casas del marqués de Villena, que había sido uno de los conversos más famosos de la historia de España; estas casas estaban cerca de la sinagoga de Samuel Leví, luego cristianizado su nombre como «sinagoga del Tránsito (de la Virgen). ¿Por qué? Se ha escrito que «Doménico no compartía la paranoia antijudía de los españoles, por educación, por trayectoria personal ya conocida en Oriente, por su pertenencia a la ‘Familia Charitatis’ y posiblemente porque él no era ajeno a la comunidad hebraica en su ascendencia de sangre».

Dentro de esas certezas que acercan la hipótesis judaizante o de sangre judía del Greco están el hecho de que su hermano Manussos fuera recaudador de impuestos en Creta, actividad realizada habitualmente por judíos, y que los personajes (documentados) de los que se rodea en Toledo son conversos o descendientes de conversos, como Jerónima de las Cuevas, Petronila de Madrid, Juan de las Cuevas, Manuel de las Cuevas, el deán de la Catedral don Diego de Castilla (que le encarga «El Expolio», la única obra que pintará para esta institución religiosa a lo largo de su vida) y su hijo y amigo del pintor desde la época romana, don Luis de Castilla, Gregorio de Angulo (que intercederá para que se le adjudique al Greco, por parte del consistorio toledano, las pinturas para la capilla Oballe en la iglesia de San Vicente) y Pedro Vélez de Silveira, entre otros. No es descabellado pensar que El Greco tendría sangre judía por ascendencia materna, que él era consciente de ello y, por esto, aceptaba sin más el trato cotidiano con el universo judío y se sentía a gusto entre ellos.

Hoy nadie discute que el amor toledano de El Greco y madre de su hijo, Jerónima de las Cuevas, tenía su origen en hebreos conversos. Así mismo, en ningún archivo toledano consta que la pareja se casara. La familia de ella nunca reclamó el «honor», como lo hubiera hecho una familia de las castizas y sangre vieja. De casarse, tendrían que haberlo hecho por el rito católico; pero también se afirma, con razones poderosas, que el Greco debía de ser de religión ortodoxa, y legalizar la situación habría significado o hacer apostasía o una ceremonia falsa. La realidad es que el Greco pasó por encima de los ritos y las forma e hizo caso omiso del sacramento del matrimonio, que bien poco le importaba. Tampoco aparece registrada en documento alguno la muerte de Jerónima. Asimismo, se carece de algún documento en el que se cite que el hijo del Greco y Jerónima, Jorge Manuel, fuese bautizado.

Petronila de la Madrid, también conversa, será importante en la vida y obra del Greco. Casada con un hermano de Jerónima, se hizo cargo de Jorge Manuel, el hijo del Greco, al morir la madre; gozó siempre de la familiaridad y la gratitud del pintor, tanto que al morir, aún en considerable pobreza, poseía «un lienzo de nuestra señora de Domynico» y gran número de dibujos de tablitas del Greco. Esta Petronila era pariente del párroco de Santo Tomé, Andrés Núñez, también de origen converso, quien, a la postre, encargaría al Greco la que habría de ser su obra cumbre, «El entierro del señor de Orgaz».

Una hipótesis más relaciona igualmente, por la vía de la sangre conversa, al Greco con Santa Teresa. Teresa de Ahumada o Santa Teresa de Jesús, de sangre conversa, era descendiente de la vallisoletana de Olmedo, Teresa de las Cuevas; y esta era tía de Miguel de las Cuevas, el padre de Jerónima. Por tanto, y dada también como certera la simpatía del pintor hacia la reforma teresiana, convendremos en la posibilidad del conocimiento entre estos dos intelectuales de alma sencilla y pensamiento libre que son El Greco y Santa Teresa. Hay más datos para acercar esta hipótesis: se sabe que el indiano Martín Ramírez de Zaya fue protector de la Santa y que su sobrino, el converso Martín Ramírez, será quien le encargue al cretense-toledano, en 1579, por un muy elevado número de escudos, los retablos de la capilla de San José, la primera dedicada a al marido de la Virgen en el orbe cristiano).

Tenemos, pues, al Greco en Toledo entre los conversos toledanos, con un hijo de sangre judía, con una educación tolerante (el contacto entre ortodoxos-judíos en Oriente era normal) que le lleva a entregar su amistad al margen de lo que piensen los demás. Los encargos más importantes (El Expolio, retablos de Santo Domingo el Antiguo, retablos de la capilla Oballe, retablos de la capilla de San José, Entierro del señor de Orgaz…) están relacionados con personas que llevan sangre de conversos. Y se ha publicado (sin documentación, pero con coherentes argumentos) la posibilidad de que el mismo Domenico Theotocopuli no fuera ajeno a la sangre judía y que acaso hasta su madre fuese sefardita. Si esto fuera así, la presencia del Greco en Toledo hay que verla como la del retorno a las raíces, a la ciudad de sus antepasados y al barrio en que habitaron a la sombra de una sinagoga ejemplar.

El Greco hoy es mucho más que su pintura, es un mundo por descubrir. Este artículo, del que podemos citar todas las fuentes, se mueve en el mundo de hipótesis verosímiles. Con lo aquí afirmado se puede seguir el hilo de Ariadna para encontrar el ovillo en las obras del cretense y descubrir con asombro y con sorpresa nuevas manera de desentrañar lo que se nos ofrece y no habíamos reparado en ello, sorpresas que algunas ya están empezando a ser desveladas. Lo mágico y lo alquímico siempre han ido de la mano de lo judío, y algo hay de ello en las pinturas de este artista. El Greco es mucho más que los tópicos consabidos y repetidos. Fernando Marías afirma que «El Greco podría haber sido un tibio, un incrédulo, un agnóstico, un libertino erudito, un cristiano ortodoxo o un católico sui generis, pero cada una de sus obras tendría que haber tenido su propia significación, jamás reductible a su propia personalidad con sus más personales creencias». Por todo ello, es de agradecer que vengan libros y artículos que abran puertas y ventanas por las que asomarse al conocimiento de un pintor universal que, sin duda, dejarán más ganas aún de seguir profundizando en un tema tan apasionante.

Fuente:abc.es

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