DAVID ALANDETE
Enlace Judío México | Hay algo intensamente desafiante en Nir Baram. En su obra y también en su persona. En rebeldía, ha hecho algo que solo un israelí sin miedos puede hacer. Le ha ofrecido a su país una novela en la que retrata los horrores previos a la II Guerra Mundial de forma perturbadora: sin retratar a monstruos ni narrar sus sangrientos crímenes, dejando apenas entrevista la muerte de millones. En Las buenas personas Baram somete al devenir de la historia a dos seres humanos especiales, rebosantes de talento y sensibilidad. Ambos tientan al lector desde sus fascinantes personalidades, y trágicamente acaban eligiendo ser colaboradores de los grandes males del siglo XX por un cruel y desangelado oportunismo. Sus decisiones tienen unos devastadores efectos y los engullen a ellos mismos y a la dignidad de toda una generación.
“Es el primer libro en Israel que trata de la Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el Holocausto”, explica Baram en su apartamento en Tel Aviv, desde el que trabaja. Sus protagonistas, Thomas y Sacha, son resortes imprescindibles del mal, pero no lo ejecutan directamente. Por ellos mueren miles de personas, pero no ven directamente la sangre que emana de sus acciones. “Me centré en colaboradores, y cuando escribí el libro pensé en las implicaciones morales de hacerlo. Pero al fin y al cabo creo en que la literatura no debe educar al lector sino hacerle reflexionar”.
La provocación de Las buenas personas fue mayúscula en un país donde el Holocausto no es solo un doloroso recuerdo sino también una posibilidad de futuro de la que advierten frecuentemente los políticos. David Ben Gurion, padre fundador de la patria, escribió en 1960 que “en Oriente Próximo, en Egipto y Siria, los aprendices de nazis quieren destruir Israel”. El mes pasado, durante una visita oficial del presidente francés, François Hollande, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dijo, en referencia a Irán, que su deber es “evitar que nadie ejecute un nuevo holocausto”.
Carente de lecciones morales, el libro se presta a interpretaciones muy diversas. Parte de la crítica hizo trizas sus premisas, no su estilo. Hubo quienes acusaron a Baram de relativizar el mal. “Cuenta, por milésima vez, lo que ya se ha contado en un sinfín de ocasiones”, escribió tras su publicación Nissim Calderon en el diario Yedioth Aharonot. “Y dice cosas por milésima vez que ni siquiera son inteligentes cuando se cuentan bien. El mal nazi y el mal soviético fueron pérfidos. El mal israelí es diferente. Sugerir que debemos entender los tres usando los mismos parámetros es como sugerir que un médico trate el sida con los medios con que se trata un ataque al corazón”.
La novela fue publicada en 2010 en Israel, donde ha vendido 40.000 ejemplares, un fenómeno en un mercado pequeño como el del hebreo. Ha sido traducida a 14 idiomas, entre ellos español, en una reciente edición de Alfaguara. En septiembre Baram publicó su última novela en hebreo, El mundo es un rumor, otro éxito de ventas que ha generado un intenso debate en Israel sobre el agotamiento del capitalismo. La líder del Partido Laborista, Shelly Yacimovich, ha definido esa obra como la “más inteligente, penetrante y provocadora documentación hasta la fecha sobre los procesos económicos, sociales, y morales” que recientemente han generado protestas en todo el mundo, incluido Israel.
Baram, nacido en Jerusalén en 1976, es hijo de su tiempo. Su padre, Uzi Baram, fue ministro de Isaac Rabin en aquellos días convulsos posteriores a la firma del acuerdo de paz de Oslo con los palestinos. “Había una atmósfera muy violenta en Israel, no creo que hoy nadie pueda entenderlo. El odio al gobierno de Rabin era máximo”, recuerda. A diario temía por la seguridad de su padre y su familia. Eran los días de las manifestaciones con los ataúdes de cartón y de las fotos trucadas de Rabin vestido de nazi, antes de su asesinato en 1995, a pocos metros de donde vive hoy Baram.
Hoy, Israel, dice Baram, recoge las tempestades de la siembra de aquellos vientos. “Vivimos en un estado constante de paranoia que no es solo por Netanyahu, sino porque se ha creado una sociedad consumida por el racismo y el miedo”, opina. “Culpar a Netanyahu no sirve de nada. Es solo un payaso. Es solo un representante del estado mental israelí”. Como en todo, Baram va un paso más allá. A diferencia de la gran mayoría de escritores de su generación, da por cumplidos los objetivos del sionismo. “No creo en un estado judío, sino en un estado israelí”, dice. Su ideal: que la izquierda israelí y palestina se unan en crear una “sociedad multiétnica”.
“Me lavo las manos por lo que os ha pasado: estoy limpia de la sangre de estos justos”, llega a exclamar Sacha, protagonista de Las buenas personas, al enfrentarse a su culpa. No la juzga Baram. Tampoco la historia. No es nadie para la posteridad. La fría distancia del autor es todo un riesgo narrativo cuando viene de Israel y pertenece a un pueblo, como el judío, marcado por persecuciones y exterminios. Pero Baram renuncia voluntariamente a las pasiones y a los clichés que Israel proyecta en el extranjero. Así es su obra, y él mismo resume sus convicciones en una frase: “Nunca aceptaré escribir en clichés para tener éxito en los círculos literarios de Nueva York”.
Fuente:elpais.com
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