LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México | Escribo esto el martes 10 de diciembre. Este miércoles, la revista Time anunciará a su “Persona del año”. Generalmente, la elección genera sólo una suerte de polémica trivial que sirve a los noticieros para llenar un par de minutos. Por lo demás, en muchos casos el ganador es evidente de antemano, como cuando Barack Obama en el 2008, Gorbachev en el ’89 o Churchil en el ’40 . Cuando así ocurre, pierde la revista y pierden los periodistas que gustamos de comentar el asunto: hablar de lo evidente rara vez resulta atractivo.
En otros casos, la revista ha evitado cualquier polémica y ha optado por elegir a personajes inofensivos e, inevitablemente, faltos de genuina relevancia periodística si se trata de reconocer a quien de verdad ha influido durante el año. El caso emblemático se dio en el 2001, cuando Time cedió a las presiones de la corrección política y le dio la portada del número a Rudolph Giuliani antes que a Osama Bin Laden, a quien el mundo entero detestaba pero que sin lugar a dudas había cambiado el mundo no solo del 2001 sino de los años que siguieron. Time se refugió en la corrección política y fracasó.
Aún así, hay otros momentos en los que la selección anual de Time da lugar a polémicas interesantes. Este año es uno de esos casos. Durante las últimas semanas, se ha especulado mucho sobre la posibilidad de que Time opte por ignorar al candidato más polémico pero, sin duda alguna, más idóneo del 2013: Edward Snowden. En las listas preliminares que la revista divulga en las semanas previas a la designación final, Time ha incluido a personajes cuya presencia resulta curiosa y desde un punto de vista periodístico, casi inexplicable. Por ejemplo, Time ha decidido que la cantante Miley Cyrus merece ser considerada a la par que Bashar Al Assad, el dictador de Siria. Más allá de la mercadotecnia (enemiga directa del periodismo) me resulta imposible encontrar una justificación para imaginar que la señorita maestra de la lengua y el twerk pudiera, en algún universo, ser tan relevante como un hombre cuyas decisiones individuales han derivado en la muerte de cientos de miles incluidos al menos diez mil niños. La revista tiene otros candidatos menos absurdos pero también inadecuados, al menos por el momento. Aparece, por ejemplo, el Papa Francisco. Aunque el refrescante cambio de estilo y lo que parece ser la genuina humildad del nuevo papa son de agradecer, todavía es demasiado pronto para saber si las intenciones de Francisco intenciones de reformar la curia y los métodos vaticanos fructificaran. Quizá para el año que viene Time podría fijarse en Jorge Bergoglio.
La revista también nomina el senador republicano Ted Cruz, cuya influencia desde el ala más conservadora de su partido es innegable. Aún así, Cruz está lejos de cambiar el rumbo del planeta, aunque él, Narciso irredento, piense otra cosa. Eso deja a los editores de Time con una sola opción, que es, por lo demás, la única de verdad congruente: Snowden.
En el año que termina nadie acaparó la atención del planeta, afectó el rumbo de la política exterior estadounidense ni fascinó a la opinión pública como el soplón de la NSA. Pensemos, por ejemplo, en el número de países agraviados directamente por las revelaciones de Snowden. Pensemos en el número de primeras planas que provoca cada vez que filtra un par de gotas de información del caudal que todavía posee. Pensemos en las miles de horas que le ha tomado al Departamento de Estado y la Casa Blanca enmendar las relaciones dañadas por las filtraciones. Pensemos en la manera como Snowden ha traído al centro de la discusión pública el debate de la privacidad en línea. Pensemos en las consecuencias prácticas de su destino personal. La crisis por aquel vuelo desviado de Evo Morales, las tensiones entre Rusia y Estados Unidos tras el asilo. E incluso pensemos en la fascinación que el personaje mismo ha generado: la guapa novia abandonada, las y los muchos groupies, la obsesión de los medios por conocerlo más, por conseguir esa primera entrevista a profundidad.
No hay vuelta de hoja: Edward Snowden se robó la Conversación -con C mayúscula -del 2013.
Esperemos que la revista Time haya sabido resistir las presiones que sin duda habrá recibido para negarle a Snowden la portada del icónico número final de diciembre.
El buen periodismo rara vez es agradable y nunca es cauteloso.
Fuente:animalpolitico.com
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